Walt Disney siempre tuvo de inocencia infantil en sus películas lo que yo de defensor de Donald Trump. Solo alguien muy corto no sería capaz de comprobar hasta dónde era capaz de llegar el tío Walt cuando crea a Minnie Mouse a finales de los años veinte y la pone a correr huyendo de dos huevos fritos y una salchicha, un príncipe enamorado besa a una muerta en un claro ejemplo de necrofilia o una mujer enloquece a siete hombres (enanos, pero hombres) que babean cuando la ven y además los mete en la cama con mucho amor.
Son solo tres ejemplos, podemos estar hasta mañana escribiendo al respecto de una escuela que aprendió bien la lección. Muchos años después de Disney muerto, el mundo fliparía con una película de la factoría en la que, además de discutir sobre aquello de "la belleza está en el interior", un candelabro se lía con una plumera tras una cortina entre otras cosas subliminales nada infantiles.
Hoy me quedo con lo de Blancanieves y sus hombrecillos por razones obvias. No era de extrañar que, para conseguir ese movimiento de la protagonista, Disney requiriera una mujer en condiciones para copiarle su sinuosidad. Entre las excelencias de la película, siempre me quedé absorto, desde pequeño, con Blancanieves meneando su cuerpo de esa manera, hasta saber que había sido esta mujer que ahora ha fallecido quien 'dio vida' a semejante dibujo animado que ríase usted de Jessica Rabbit, tan ordinaria ella.
Desde mi infancia hasta hoy mismo, mi atrofiada mente quiso convertirme en enano para que Blancanieves me diera las buenas noches. Porque como decía Raúl Arévalo en esa extraordinaria película que es 'Los girasoles ciegos' sobre Maribel Verdú..."es que se bambolea". #UltimoEstreno
Informa el colega en esto del critiqueo cinematográfico Juan Luis Sánchez: