La música de cine ha protagonizado uno de los momentos más solemnes y emotivos de la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias celebrada hoy viernes en Oviedo. Así ha sido gracias a las atinadas palabras de John Williams pronunciadas en un vídeo que el compositor ha enviado desde Los Ángeles y, especialmente, a la espiritual presencia de Ennio Morricone casi hecha real gracias a su hijo, el también compositor Andrea Morricone. (congratulazioni, maestro!). Sus cuatro minutos dirigiendo a un grupo de músicos de cuerda interpretando el 'Deborah's Theme' de la banda sonora de 'Eráse una vez en América' ha erizado el vello de los presentes y de quienes han tenido la oportunidad de seguir en televisión o en internet la ceremonia. Si nos quedamos sin visionar el concierto de ayer por las redes, al menos hemos vivido un momento culmen con esta pieza y los gestos de un visiblemente emocionado Andrea Morricone, elegante en el vestir, en las formas de dirigirse a la princesa de Asturias para recoger el premio y en el gentil gesto de levantarse y realizar una reverencia cuando el Rey Felipe VI lo citó, a él y a su padre, del que dijo que, junto con Williams, han hecho realidad "todo un mundo de belleza" a través de sus composiciones.
Williams nos ha dado un chute de orgullo español con sus palabras. Me alegro, porque todo no va a ser un país crispado y especialista en autoecharse tierra encima.
En este nuevo vídeo del canal #UltimoEstreno en Youtube te lo cuento y además puedes ver lo que dijo John Williams, el tema dirigido por Andrea Morricone y la intervención de nuestro Monarca.
Creo que la Fundación Princesa de Asturias ha cometido un error de bulto al no ofrecer uno de los acontecimientos, cinematográfico y musical, más importantes del año: el concierto que esta tarde-noche ha tenido lugar en Oviedo dedicado a Ennio Morricone y a John Williams.
Este tipo de eventos, ante su carácter cultural y expresamente debido a la situación que estamos padeciendo, hay que llevárselos a la gente a su casa por razones más que obvias.
Este jueves, en Oviedo, es el concierto de música de cine con motivo de la entrega del premio Princesa de Asturias de las Artes a Ennio Morricone y a John Williams.
Una gran alegría que el jurado haya mirado hacia la música cinematográfica, eso ya lo hemos dicho por activa y por pasiva.
Lo que me temo es que todo esto se convertirá en otro motivo más para que los pesados que solo piensan que existen dos bandas sonoras en el mundo, 'Cinema Paradiso' y 'La misión', ya anden buscando -si es que alguna vez descansan- enlaces en Youtube para castigarnos con el puto oboe de Gabriel y el temita de amor de la película de Tornatore.
Estoy hasta los huevos de ambas músicas. Las aborrezco profundamente, es lo que habéis conseguido. Si soy sincero, tampoco es que me entusiasmaran hasta hacerme surcos en la cara a lagrimones desde el primer día, pero al menos podía admitir que eran 'bonitas'.
Hace ya años que las odio. La gente en la radio las pedía continuamente. Ahora en las redes te salen enlaces de grupos de cine y no hay día que no me salte por narices un temita de una o de otra. Te presentan a alguien y te dice el sujeto: "Anda, a mí me gusta mucho también la música de películas...La misión, qué bonita ¿verdad?" y abandono el grupo inmediatamente.
Sois una plasta. Poned enlaces de Herrmann y de Friedhofer, coño.
Me entero, ayer domingo, del fallecimiento de José María Rodríguez Romero. Era el concejal que desempeñó esta responsabilidad por más tiempo en el Ayuntamiento de San Fernando desde la llegada de la democracia, nada menos que veinte años.
Rodríguez era del Partido Popular. El edil dedicado a la ciudadanía de las últimas cuatro décadas y media con mayor experiencia podría haber sido socialista, comunista, andalucista o lo que sus convicciones le hubieran dictado. Quiero decir que 'Pepín', como era cariñosamente apodado en la ciudad y fuera de ella -también fue diputado provincial-, era un hombre conocido y al parecer reconocido. Conocido no solo por su condición política. Fervoroso carmelitano, cofrade de muchos años, tertuliano, amigo de mucha gente... Era una persona más de esas que conforman el puzzle humano y social de una ciudad, en este caso La Isla. Reconocido por su talante y moderación. Yo traté mucho con él en mis primeros años de profesión, cuando a principios de los noventa ya cubría informativamente la actividad política de la ciudad.
Me da mucha grima la exaltación de las personas cuando fallecen, las palabras a veces rimbombantes y hasta ridículas de quienes practican la lisonja hacia los muertos. Creo que no estoy cayendo en ese error en estas líneas, porque no me dedico a valorar la trayectoria ni las excelencias humanas de 'Pepín' Rodríguez. Tan solo digo que se trataba de un concejal de récord, de una persona conocida y, por ende y al parecer, buena.
Por eso me llama la atención el silencio oficial sobre su fallecimiento. Que el Partido Popular de San Fernando y sus representantes más destacados reflejen su pesar en redes sociales o en sus respectivos entornos es algo que se presupone, pero me sorprende el mutismo municipal y el de sus actuales dirigentes. Ni una sola palabra, ni una escueta nota ni noticia, ni unas líneas en los medios oficiales públicos, sin tener que exaltar a la persona, solo con la lógica -y obligatoria- intención de informar sobre alguien que se dedicó tantos años al servicio público... Cada cual hace de su capa un sayo, que es lo mismo que decir que quien no quiera tener la deferencia -y la delicadeza del parecerlo, no solo serlo- de citar a Rodríguez en sus particulares redes sociales, que no lo haga. Lo de obligar a escribir cosas no está bien. Pero la 'res pública' son otros lópez, opino. Y aquí no nos ha dejado nadie, sino que se oye llover sin estar lloviendo como si nada fuera con quienes cada vez demuestran más no estar en lo que hay que estar, que también es en la intrahistoria y en la callada emocionalidad de la ciudadanía.
No es la primera vez. En mayo de este maldito 2020, el concejal Pedro González Tuero (socialista que fue, para más sorpresa) fallecía ante la indiferencia oficial. Por eso digo que reseñar con gratitud para informar o viceversa, sin hacer un uso malintencionado de los nombres de nuestra intrahistoria, no solo es de ser bien nacidos, sino de gobernantes de altura. Lástima que eso quedó para el recuerdo, el mismo que la ciudad oficiosa tendrá para 'Pepín'.
¿Sabéis lo que os digo? Que yo también tengo ganas de visitar sitios que echo de menos, de recorrer senderos, de ir a Grazalema, de estar en Nerja para continuar cosas pendientes, de ir a festivales de cine, conciertos y todo lo que se supone hace uno en su vida cotidiana en circunstancias normales.
Pero es que las circunstancias no son normales, amigos. Y no queremos enterarnos porque, por una extraña y estúpida certeza inventada, pensamos que esto del Covid-19 le llega a gente que está lejos, que "no son de los nuestros" y todo lo que queramos pensar para autoengañarnos y creernos que nada ha cambiado.
Hasta que te toca. Y a mí, visto lo visto, y francamente, ya me importa un carajo lo que le toque a los demás. Pero se da la circunstancia de que lo que están haciendo miles de inconscientes me puede joder, a mí y a mi entorno, porque desconocemos qué grado de control podemos tener sobre lo que produce el contagio hasta que la ciencia no siga avanzando.
Estos se van a la sierra como cabras porque no pueden estar en sus casas; otros proceden de la gran puñeta, algunos de lugares donde se están aplicando medidas extremas, y se mueven de un lado para otro porque también deben salirle sarpullidos si se quedan encerraditos un tiempo en sus viviendas, y para colmo, la inutilidad política no contribuye a la normalización de la situación.
¿Sabéis lo que os digo, también, ya para finalizar? Que yo en mi casa estoy de puta madre, haciendo miles de cosas, así que si me fastidiáis alguno/a porque me lanzáis un esputo comprando el pan en los cinco minutos que salgo, me tendré que fastidiar, pero por mí no va a quedar. Puedo estar en mi casa semanas, meses e incluso años. Pero vosotros, incapaces de entender que estamos ante un nuevo orden mundial sanitario, que os quema hacer vida familiar en el salón, estáis llamando con el capote abierto para que esto dure la eternidad, y cuando todo vaya a peor, os lamentaréis en casita porque lo menos será no poder salir, sino la pérdida del poco músculo económico que aun conservamos. Y entonces nos iremos al carajo del todo.
Hoy comienza el Festival de Cine de Sitges. No creo que haya habido un solo octubre, desde que se inventó esto de las redes sociales, que no haya hablado-escrito de él por aquí, como durante tantos años lo hice en la radio en #UltimoEstreno, donde cada noche y desde Sitges contaba, vía telefónica, cómo había ido el día tras visionar, desde las nueve de la mañana, seis o siete películas, cada una 'de su padre y de su madre'.
Fue el primer festival al que asistí fuera de las fronteras más 'cercanas' de donde vivo. En 1992, cuando Cinesa aterrizó en la provincia de Cádiz con sus cines en el centro comercial Bahía Sur, revolucionando el negocio de la exhibición, hice una maravillosa amistad con su director de marketing, Ricardo Gil, un catalán de pura cepa, al que tenía prácticamente cada semana en la emisora contándonos por teléfono los estrenos de la compañía, taquillas logradas por las películas, curiosidades, etc. Ricardo venía a veranear a Chiclana y, aun disfrutando de su merecido descanso, me invitaba a su chalet alquilado para hablar de cine, conversar, se 'escapaba' a San Fernando y nos dábamos un homenaje... Era un gran tipo, supongo que seguirá siéndolo. Terminó agotado de los entramados del cine y hace ya más de década y media que dejó Cinesa y se dedica a otra actividad distinta. Desde entonces apenas sé de él.
Ricardo Gil era un estrecho colaborador de la organización del Festival de Sitges, prácticamente estaba integrado en ella. En 1992 hablé con Joan Lluis Goas (un fuerte abrazo y mi admiración por siempre, amigo) unas horas antes del inicio del festival para entrevistarlo como director que fue por aquellos años. Recuerdo a Goas entusiasmado en directo haciendo cábalas conmigo sobre el cine fantástico y su futuro. "Dentro de poco se estrena lo que será un auténtico acontecimiento, ya lo verás: el nuevo Drácula de Coppola, marcará un hito", me aseguró sin dudar. No se equivocó.
Decía antes que llamé a Goas. Coincidía con Ricardo Gil de 'inspección' por sus cines en Bahía Sur y se había acercado a la emisora, y me dijo que lo que tenía que hacer era acreditarme e ir al festival a cubrirlo, que no me preocupara porque allá estaría él de cicerone para lo que necesitara.
No me lo pensé más y, al año siguiente, con 24 años, me embarqué en lo que fue una aventura inolvidable: mi primer festival internacional, acreditado y con lo que ello significaba.
Conforme pasaron los años, y como es lógico, uno se acostumbraba a este tipo de festivales, cogiéndole la medida. Pero siempre recordaré las primeras ediciones en las que estuve presente. Allí conocí a Robert Wise, Tarantino, Christopher Lambert, Stuart Gordon, Christian Bale, Paul Williams, Keir Dullea, Ray Harryhausen, Guillermo del Toro, Lance Henriksen, Christopher Coppola, Don Bluth, Carlo Rambaldi y un largo etcétera de nombres sagrados que han sido, en mayor o menor medida, capitales a la hora de hablar del cine fantástico y en realidad del cine en general. Pero también conocí en persona a 'gente de a pie', a quienes se curraban aquello o con quienes desde entonces coincidiría en más festivales: Goas, Xabier Catafall, Nuria Vidal llevando Prensa del Festival, Alex Gorina y otros colegas y personajes como Carlos Pumares, uno de mis ídolos cinematográficos desde la infancia, que el primer año que fui al festival, estábamos ambos alojados en el Hotel Gallípolis en la misma planta, y cada hora preguntaba en recepción si ya estaba allí para acercarme y tener el valor de presentarme y conocerlo. "El señor Pumares aún no ha llegado", me decía el paciente recepcionista. Cuando arribó con su mercedes nos conocimos e hicimos buenas migas, las suficientes como tenerlo al teléfono con sus opiniones en los programas especiales en los que, como recordarán muchos, emitíamos los Oscar en directo y convencerlo en 1995 para que bajara a San Fernando a dar una inolvidable conferencia sobre los cien años que cumplía el cine y su convencimiento de que no volvería a cumplir otros cien. No tengo copia en vídeo de aquella charla y tertulia con un salón abarrotado, solo algunas fotos, varias colgadas en años pasados en mis redes, y eso sí, muchas anécdotas que algún día iré contando tanto de esos dos días como de encuentros posteriores.
Quería con todo ello decir algunas palabras sobre Sitges y su festival porque para un joven como yo por entonces, que ya llevaba cuatro años en la radio pero ahora tocaba ir solo a un evento de esta magnitud durante casi una decena de días, fue toda una experiencia. Nadie de la época procedente de Andalucía cubría el festival de cine fantástico más importante del mundo, excepto yo. Imbuirte de lo que conocías allí, compartir con la fauna que te encuentras en estos sitios cuando te queda mucho camino por recorrer y muchos palos por recibir y, sobre todo, aprender, entre otras cosas viendo siete películas al día, es algo que siempre llevas contigo.
El Festival de Sitges cambió incluso de nombre, no se libró de las zarpas y la mediatización política, pero continúa conservando ese halo que no tiene ningún otro y esa cercanía entre crítica, invitados y público. Anoche inició su nueva edición con una, a priori, divertida película, 'Malnazidos', sobre nazis y zombis. Echo de menos no estar allí y cubrirlo para vosotros con los medios de difusión existentes actualmente, impensables en los noventa, terminar exhausto cada día pero también continuar aprendiendo -eso siempre- casi sin tiempo para ver la mierda cotidiana que nos rodea diariamente. El festival, además, se ha adaptado a los tiempos y a las circunstancias, y on line se pueden visionar películas que compiten en su sección oficial y en otras atractivas secciones que ofrece.
Larga vida al Festival de Sitges y mucha suerte para los próximos días.
'La trinchera infinita' y 'El hoyo' son dos películas imperfectas, pero dignas para competir en los Oscar. La primera tiene factura, a pesar de secuencias absurdas como el protagonista compartiendo el cigarro con quien ya sabemos y sus sueños o fornicando con Belén Cuesta porque sí. La segunda no redondea el final tras lograr introducirnos en su historia y su atmósfera. Pero la que está a kilómetros de ambas es 'O que arde'.
Repasando su impacto cuando se estrenó, se leen tantas imbecilidades como gente que escribe de cine no solo en redes, sino en revistas. Cretinadas no solo por lo que dicen, sino cómo lo dicen. Hoy he leído, literalmente, esto sobre la película: "Responde a la voluntad de entender mejor un espacio, dejando de lado el método científico para abrazar la sensibilidad poética. El acto fílmico se consuma así como una discreta (pero contundente) celebración de comunión con el entorno".
Seguro que este cursi de cierta web de cine muy seguida podía haber dicho esa carajotada de la película de una manera mucho más terrenal, pero así se gana el pedigrí, aunque siga sin tener ni puta idea de cine.
'O que arde' tiene un gran problema: que todo el mundo se lleva 60 minutos exactos esperando a que aparezca el fuego. Mientras, un tipo oscuro, su madre y tres vacas deambulan por la película como si aquello no tuviera rumbo fijo, que lo tiene, porque el asunto llega a la hora de espera. Es como 'La tormenta perfecta', valga la comparativa, pero en lugar de con agua con fuego. Claro que aquel espanto tenía al menos música de James Horner.
Menos mal que la película es corta, como si fuera de Woody Allen. Eso es lo mejor.
Os dejo los enlaces de los videocríticas que en su día colgué en el canal #UltimoEstreno de 'La trinchera infinita' y 'El hoyo', esta compartida con 'Parásitos' porque las definí como películas para pensar, que es algo que se echa de menos ante la pantalla hoy día.