Trato de pasar el confinamiento lo mejor posible, alejado de la crispación reinante que, imagino, habrá en el exterior -no converso con nadie y el móvil es un instrumento que aborrezco- y escurriéndome entre bombardeos que, al abrir redes sociales como esta, te aparecen en pantalla, explotándote en la cara y llenándote en la mayoría de las ocasiones de veneno y basura.
Lo más útil que puedo hacer ahora -la utilidad social de cada uno de nosotros es algo fundamental para construir una sociedad que funcione y avance- es aprovechar e incrementar el ritmo de escritura de mi libro.
Ya estoy llegando al final.
Es algo tan apasionante como complicado. No se trata de un diccionario de compositores, aunque se reflejen en él 365 autores, hacerles una ficha con breves apuntes biográficos y listo. Creo que quienes aman la música de cine ya pueden encontrar por ahí excelentes recopilaciones sobre nombres, apellidos y qué obras han compuesto los Goldsmith, Steiner, Horner, Williams y compañía.
El calendario de los días del año me está sirviendo de excusa para recordarlos a través de momentos que a muchos se nos escapan cuando vemos una película que han musicalizado, esos instantes que no valoramos precisamente porque, estamos tan metidos en la historia ante la pantalla, el trabajo del compositor ha funcionado tan bien, que nuestra mente acoge lo que realmente es el cine: un conjunto sincronizado de elementos, un todo que si funciona es lo más maravilloso del mundo.
Por eso como espectadores no nos detenemos a valorar aisladamente porqué Herrmann utiliza esos violines agudos cuando Norman asesina a Marion en la ducha, Rozsa usa el órgano cuando aparece Jesucristo en Ben-Hur o Bill Conti refleja en su música la involución-evolución del personaje de Rocky en su película.
Para entenderlo y poder contarlo con el ilusionado objetivo de contagiar a los lectores de la pasión hacia la música cinematográfica, hay que volver a ver las películas, escuchar sus bandas sonoras tanto en las secuencias como fuera de ella, coger libreta y bolígrafo y apuntar. Apuntar mucho, hilar fino, resumir y tratar de no meter la pata guardando el máximo respeto tanto a los compositores como a los profesionales de la música para no ver lo que no hay en unas notas y ver lo que realmente hay en ellas. También consultar, claro, con tus amigos-músicos de cabecera.
Y todo esto es francamente complicado, conlleva mucho tiempo (repaso diariamente una media de tres películas) pero a la vez no solo es enriquecedor personalmente, sino ilusionante ante el hecho de poder trasladar y compartir con los demás, cuando llegue el momento, las sensaciones que se experimentan, contribuir con ello a valorar más el género y ser sensibles ante un legado musical y cultural extraordinario.
En más de una ocasión, como anoche, interrumpes la película o la audición porque te salta el aviso del messenger de facebook al recibir mensajes privados que te ayudan a completar felizmente el día, gente que no conoces y que te recuerdan durante tantos años en la radio y se sienten felices por encontrarte.
Y en estos días, todo lo que sea ser útil desde nuestras distintas posiciones y objetivos y alegrar a las personas que te valoran, son acciones fundamentales para salir adelante.