Disney puede hacer películas bajo el epígrafe de Star Wars hasta superar las de Wong Fei Hung o la saga de James Bond. Al fin y al cabo llevamos cuarenta años observando la lucha entre el bien y el mal, que no dejan de ser los conceptos que equilibran el universo, y con mayor o menor acierto, la creación de personajes en torno a la producción cinematográfica sinópticamente más maniquea de la historia. De personajes y de árboles genealógicos propios de folletines televisivos. Un cóctel que, aderezado con la rienda suelta a la espectacularidad, a la ópera musical creada por John Williams y al regreso estratégico e inteligente de los personajes incontestables en el momento adecuado, da como resultado películas que van a satisfacer a los millones de seguidores con los que cuenta la odisea galáctica que en su día creara George Lucas y que ahora controla la factoría de animación más importante del planeta que, aspectos económicos y de distribución aparte, ha querido dejar su impronta como responsable de los dos últimos episodios, marcando roles en ambos guiones en los que queda patente una desmitificación dosificada de los protagonistas en situaciones estratégicas, de los que no se escapan personajes secundarios que tanto gustan a la Disney a la hora de crear situaciones cómicas más cercanas a Timón y Pumba que a la esencia de Chebwacca o BB-8. Incluso se permiten rebanar por la mitad a temibles líderes creando una sensación general en el espectador de vulnerabilidad casi cómica o de Skywalker quitarse las motas de polvo de su ropa con un gesto mitad disneyano mitad Lucas ‘asesorando’ con remembranzas de la dupla formada con Spielberg sobre el arqueólogo más famoso del mundo encarnado, curiosamente, por quien dio vida a Han Solo.
Y así, esta octava parte, ‘The Last Jedi’, podemos mirarla más allá que con la condescendencia si somos seguidores de la saga, porque la obra está a la altura de lo que se espera. No así si no llegamos al grado de iniciados, si somos incapaces de responder a un examen de preguntas básicas: qué parentesco tienen Luke y Leia, ésta y Kylo Ren, quién era Anakin… Interrogantes básicos para quienes vivimos en este constante universo galáctico pero no tan accesible para quienes quieran ver en ‘The Last Jedi’ el resultado de una exposición trágica de hasta donde es capaz de destruir el poder de la oscuridad, la lucha política –algo timorata en esta nueva secuela-, el sentido de la justicia y otros valores que podemos encontrar en una película que se prolonga demasiado en el metraje, en unos primeros sesenta minutos que se convierten en una vuelta de tuerca de tantas horas predecesoras a las que se las versiona en muchas ocasiones junto con revisitaciones de personajes (Benicio del Toro no deja de ser la versión 2.0 y tartamuda de Lando Calrrisian), algo que se transforma en una seria amenaza de naufragio para el filme. Pero la película remonta en una última hora épica, en la que en ocasiones es deudora de la mejor de la saga o al menos la más conceptualmente madura –entiéndase ‘El imperio contraataca’- y en otras se transforma en un western galáctico que culmina con un cara a cara metafísico de gran envergadura resolutiva con un Mark Hamill sobrado para el papel, al que Adam Driver (Kylo Ren) trata de dar la talla, aun desgraciadamente lastrado por un tratamiento grotesco –insisto, disneyano- de los personajes del lado oscuro del filme.
Tras 40 años de saga, el folletín galáctico y familiar se sostiene mientras la esencia de la Fuerza –con mayúsculas- se mantenga de generación en generación –acertada e intencionadamente actualizado en una mujer, por cierto-, se administre en pantalla y, en el caso de ‘The Last Jedi’, los espectadores más incondicionales, que son muchos, sonrían inconscientemente al ver en pantalla el regreso de Hamill-Fisher, cuya binomio sirva para que una entrañable melancolía se convierta en la argamasa que une a los espectadores con la saga.
Que la fuerza nos siga acompañando. En el vídeo de inicio podéis ver mi opinión con más detalle y algún curioso aspecto de la banda sonora de John Williams.