Siento mucho la muerte de Pepe Pettenghi. La última vez que nos vimos fue en la Feria del Libro de San Fernando, él firmaba con sus colegas ejemplares de «Histeria de Cádiz» y yo de «Las bandas sonoras para despedir los días». Nos dio mucha alegría vernos y nos hicimos esta foto de recuerdo.
Lo conocí en su etapa de concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Cádiz, allá a inicios de los años 2000. Hablaba con sabiduría cuando se tocaban temas de educación y jamás le vi un exabrupto en sus intervenciones plenarias. De todas maneras, la política no era un buen caldo de cultivo para un hombre insobornable como él. Mantuvimos un relación de periodista a político estupenda, y después de amigos, que me llevó a seguir sus obras literarias, desde los libros hasta sus caústicos artículos en medios de comunicación. Me declaré fan incondicional de los inventos perfectamente prescindibles de la humanidad que publicaba en Diario de Cádiz y después me he reído mucho en redes con su «San Toral», ese vademécum gamberro y cáustico de santos con historias inventadas -y no tanto- cuya recopilación dio lugar a su penúltimo libro. Hace tan solo unos días se publicaba «Histeria sagrada», obra colectiva con su grupo de amigos con los que ha escrito cosas muy divertidas, molestas para mentes estrechas, interesantes y desmitificadoras en una tierra tan ombliguera como la nuestra.
Descansa en paz, Pepe. O que la tierra te sea leve, empléese la fórmula preferida por cada uno de quienes te apreciábamos.
"Lo malo de morirse es la primera noche, después te vas acostumbrando…", Pettenghi dixit.
Cuando alguien me pregunta porqué no veo series de televisión, mi respuesta siempre es la misma: no puedo permitirme emplear mi tiempo en ver esas cosas mientras existan más de un centenar y medio de películas de John Ford y no he llegado a visionar ni una veintena de ellas.
De manera que ahora aparece la noticia del descubrimiento de uno de los filmes perdidos de Ford, de quien es imposible ver toda su obra porque decenas de sus cintas se perdieron o no tienen distribución. Por eso el hallazgo de «La gota escarlata» es todo un acontecimiento cinematográfico mundial al que posiblemente pocos presten atención. Fue rodada en 1918, apenas un año después de que Ford estrenara su primera película, «El tornado», pero no fue su segunda. En apenas doce meses, el director rodó una decena de películas, y después, hasta 1926, el 90% de su producción se ha perdido, por lo que hasta el momento sufrimos de la ignorancia que supone lo que, en su conjunto, podría completar una trilogía bíblica sobre el cine dictada por las obras de Einsenstein, Griffith y Ford.
«La gota escarlata» se ha encontrado en Chile. Jaime Córdova, investigador y periodista chileno, director del Festival Internacional de Cine Recobrado de Valparaíso, la encontró en un lote de viejas películas compradas a un anticuario. «Es como encontrar el santo grial», ha dicho. El romanticismo envuelve la obra de Ford, quién lo iba a a decir de un maestro que, para muchos errados, solo rodaba obras con tipos duros.
Así que aún tengo la esperanza de que decenas de películas del maestro se sigan encontrando. Mientras, me quedan muchas joyas por ver delante de mi pantalla.
Arriba podéis ver el trailer de «La gota escarlata». Hace un siglo y seis años, pero... ¡Qué espacios abiertos ya preludiados, qué encuadre de puerta con la señora sentada a la izquierda, de Harry Carey en la misma puerta con la simetría de las sillas o el tiroteo a través de los cristales de la ventana!
¿Y si localizamos en #UltimoEstreno a Jaime Córdova y hablamos con él?
Braunau am Inn es un pueblo austríaco situado en la frontera con Alemania de algo más de 17.000 habitantes. Entre sus principales atractivos podemos encontrar sus bellas casas del casco antiguo con coloridas fachadas, sus rutas ciclistas o un entorno natural idílico. Pero una pesada losa cae sobre la historia de Braunau…
Fue el lugar donde nació, el 20 de abril de 1889, uno de los personajes más funestos de la historia: Adolf Hitler.
Y lo hizo en el número 15 de la calle Salzburger Vorstadt, un inmueble discreto y agradable con fachada pintada de color crema que, por su condición de lugar de nacimiento del citado personaje, ha mediatizado la vida de todo el pueblo y su historia a lo largo del último siglo.
Durante el gobierno nazi, el partido engalanó su fachada, creó un centro cultural que incluía una biblioteca y después de la Segunda Guerra Mundial fue utilizada como escuela y como taller para personas con discapacidad, función que cumplió durante 30 años hasta su cierre. La casa ha estado muchos años vacía hasta que fue expropiada recientemente por el gobierno austríaco, que ha decidido construir una comisaría de policía, lo que ha generado una controversia que ha trascendido mucho más allá del propio municipio.
El número 15 de Salzburger Vorstadt ha sido lugar de frecuente peregrinación de nostálgicos del régimen nazi y a su vez de antifascistas que se vienen manifestando en contra de este fenómeno en un país, Austria, marco en los últimos años por un preocupante auge de la ultraderecha.
Los vecinos de Braunau están cansados de todo esto.
Esta tesitura convenció al director de cine Günter Schwaiger para hacer su última película documental, que ha titulado «¿Quién teme al pueblo de Hitler?», en la que aborda cuestiones relativas a la historia de esta casa, su uso y la necesidad de reflexionar sobre el peligro que supone mirar hacia otro lado sin aprender de la historia, especialmente cuando las administraciones públicas no apuestan por ello o son partícipes de «el silencio de los verdugos tras lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial y de los implicados en la barbarie nazi» como asevera el director.
Günter, cineasta austríaco afincado en España desde hace tres décadas, se encuentra este mes de noviembre de 204 realizando una gira por ciudades de Alemania promocionando su película, compaginándola con proyecciones en localidades españolas desde que en julio de 2023 tuviera lugar su estreno y fuera ya visionada en Austria. Será además la representante de este país en la próxima ceremonia de los Premios Goya aspirando a lograr la estatuilla a mejor película europea.
He hablado con Günter Schwaiger para mantener una entrevista en la que nos cuenta sobre lo que ha supuesto rodaje de «¿Quién teme al pueblo de Hitler?», cómo se gestó la película y sus reflexiones sobre las dificultades que se ha encontrado para hacer realidad el documental y cómo ve la situación política y social en Europa en general y en Austria en particular. También repasamos otras películas de su filmografía relacionadas con este tema, como «El paraíso de Hafner» (también en Filmin) en la que nos contó la vida cotidiana en España, como un anónimo anciano, de Paul Maria Hafner, un criminal de guerra de las Waffen-SS nada arrepentido de lo que hizo.
Muchas gracias, Günter, por la entrevista. Creo que es sumamente interesante desde el punto de vista cinematográfico pero sobre todo necesaria en los tiempos que vivimos.
Estoy convencido de que, si aún estás entre los indecisos, este detallado vídeo del canal #UltimoEstreno te convencerá del todo para que te hagas con «The Spectrum», la consola recién salida al mercado que reproduce el ZX Spectrum, aquella joya de los 8 bits que nos cambió la vida desde el año 1982.
Es la primera vez que una empresa, en este caso Retro Games Ltd, reproduce con una fidelidad tan asombrosa una máquina. En el vídeo «Todo sobre The Spectrum» podréis conocer este mimetismo porque comparamos un ejemplar del The Spectrum con un ZX Spectrum original de 1983.
En este vídeo podrás disfrutar de este contenido:
1.- La apertura de la caja recién salida de fábrica y llegada a casa, con el análisis del contenido elemento por elemento..
2.- Cómo conectar el The Spectrum a la corriente. El cargador necesario (no incluido, ojo). Conexión correcta del cableado. Formateo de pendrive en formato adecuado, grabación y organización de los juegos en carpetas (nunca más de 256 archivos por cada una de ellas).
3.- Navegación detallada por los menús. Opciones de grabación de partidas, de elección de calidad de gráficos y juegos adaptados a las pantallas CRT de televisores de la época.
4.- Repaso a los juegos más importantes que incluye el The Spectrum.
5.- Posibilidades de periféricos y puntos débiles: mandos sin joystick, limitaciones en prestaciones como internet, pokes para vidas infinitas, etc.
6.- ... Y más cosas y detalles en los que puedes sumergirte durante una hora para conocer mejor «The Spectrum».
Con motivo del 540 aniversario del nacimiento de la estirpe cartujana en Jerez de la Frontera, la Yeguada Cartuja Hierro del Bocado, junto con el fotógrafo y gran amigoPaco Martín, han venido desarrollando un proyecto de fotografía llamado «Esencia».
He vivido de cerca lo que mi querido Paco Martín ha trabajado en este proyecto de la mano de la Yeguada y la coordinación de Ángela del Valle. Sus fotografías son siempre espectaculares y lo que ha logrado con bellísimos caballos en lugares dispares es de una calidad extraordinaria.
Y ahora se ha hecho realidad este proyecto en formato de un libro con estas fotografías y textos de nombres como Josefa Parra, Margarita Martín Ortiz, Jesús Rodríguez o Manuel Sotelino.
En las imágenes captadas por Paco Martín aparecen personalidades como Álvaro Domeq en el alcázar jerezano (podéis ver la fotografía adjunta), Paco Cepero, la soprano Maribel Ortega, el compositor Manuel Alejandro, el periodista Paco Lobatón, etc.
El libro «Esencia» se presentó esta pasada semana. No pude asistir a pesar de la invitación, al encontrarme en el Festival de Cine de Sevilla, pero la prensa ya se ha hecho eco de esta puesta de largo que además tendrá continuación: «Esencia» será también una exposición -además con novedosas técnicas para personas con movilidad y capacidades reducidas- y con este proyecto se dará voz a una causa tan necesaria como es la lucha contra el cáncer, destinando un porcentaje del importe de la venta del libro a la Asociación de la Lucha contra el Cáncer de Jerez de la Frontera.
Me emociona ver los éxitos de mis amigos y su trabajo constante por lograr hacer realidad los proyectos que se proponen. Paco Martín además es de esos tíos que, como te despistes, no solo te cuenta otro proyecto más en mente, sino que te involucra en él con una facilidad asombrosa. Claro que, en algún que otro caso, he sido yo el que lo ha metido en un tinglado como la película documental «Los últimos del Tívoli». ¿Por qué? Porque Paco Martín es el mejor fotógrafo del mundo y es mi amigo.
A David Puttnam (Southgate,
Londres, Reino Unido, 1941) le dieron a elegir, en un conocido programa de
radio hace ahora cuarenta años, una limitada y exquisita selección de temas
musicales que se llevaría a una isla desierta. Entre los que seleccionó se
encontraba «When You Wish upon a Star», la extraordinaria canción escrita por
Leigh Harline y Ned Washington en 1940 para la película de Disney «Pinocho».
Otros dos fueron un título de su admirado Elvis Presley y el concierto para
violín en re mayor de Beethoven, «una obra que podría estar escuchando
constantemente», afirmó Puttnam el lunes 11 de noviembre en el marco de la 21ª
edición del Festival de Cine de Sevilla, durante la Master class que el
productor de películas como «El expreso de medianoche», «La misión» o «Carros
de fuego» ofreció bajo el título «Usar la música en el cine».
Con los gustos musicales expuestos, no cabe duda de que
David Puttnam es un melómano empedernido. En ello estriban los motivos por los
que el festival hispalense ha contado con la presencia del cineasta británico
para que diera a conocer la estrecha relación que, a lo largo de su carrera, ha
mantenido con los compositores que eran designados para musicalizar las
películas que producía. Y entre ellas se encuentran cintas capitales con bandas
sonoras que también se han escrito con pentagramas de oro en la historia del
cine gracias al talento de Vangelis, Mark Knopfler, Giorgio Moroder, George
Fenton o Ennio Morricone. «No me gusta emplear la expresión ‘genio’ porque
actualmente se usa demasiado. Pero Ennio sí lo es, hay que decirlo claramente.
Él es un genio», afirmó Puttnam sin contemplaciones cuando, ya en el último
tercio de su clase magistral, explicó el porqué trabajar con el compositor
italiano había sido prácticamente lo mejor de toda su carrera. Su experiencia
compartida con el público se afianzó aún más con las proyecciones de secuencias
de «La misión» o el antológico desenlace de «Hasta que llegó su hora» con la
llegada del ferrocarril mientras Claudia Cardinale luce en su esplendorosa y
enmarañada guapura. Claro que, para culmen de belleza, Morricone en su máximo ejemplo
armónico, eterno y esperanzador, plenamente identificado con todo lo que
representa el personaje protagónico femenino, transformando en magistral un
final que Puttnam calificó de «sublime, que creo que es la palabra española que
lo define».
Y si el dolor de tráquea de emoción contenida hacía acto de
presencia a tenor de algunos rostros entre el público, las emociones fluyeron
en un silencio roto con un explosivo aplauso tras los minutos de proyección de
algunas de las confesiones metodológicas expuestas por el propio Morricone en
el documental «Ennio: el maestro» estrenado poco antes del fallecimiento del
genio italiano, culminadas con varias secuencias más de «La misión». «El doble mordente, el doble giro… La
acciaccatura, la apoyatura. Todos los elementos que enriquecieron la melodía… Y
parecía adecuado darle a la película un motete. Lo increíble es que el tema del
oboe se fusionó con el motete, éste se combinó con la parte étnica, la parte
étnica podía fusionarse con el tema del oboe, así que los temas podían entrelazarse
todos juntos. Todo ocurrió sin
quererlo. Casi como si hubiera algo que me lo susurrara, la música… Su lógica».
Palabra de Morricone en pantalla. Amén.
Pero del maestro romano no solo bebe la felicidad musical
del hombre, por lo que David Puttnam hizo una semblanza sobre su experiencia
con algunos de los compositores más populares mostrados fotográficamente en
pantalla en un panel de diez creadores que han venido musicalizando películas
producidas por el conferenciante. Desde Paul Williams a Enya, pasando por
Rachel Portman o Howard Blake. Y Giorgio Moroder, con el que inició el
recorrido selectivo.
No faltaron las referencias a una celebrada banda sonora que
supuso una ruptura en el clasicismo musical presente en las películas hasta los
años setenta y el triunfo de lo experimental que vino a cambiar conceptos y
estilos. Puttnam justificó el Oscar a la mejor música para Giorgio Moroder en
1978 para «El expreso de medianoche» en base al ritmo que marcaba el score en
el filme, una virtud detectada que provocó que la película se remontara en
parte en función del trabajo hecho por Moroder. Pero también confesó que la
estatuilla para la banda sonora fue colateral, al menos a su juicio. El año
anterior habían nominado «Fiebre del sábado noche» de The Bee Gees, lo que
supuso un escándalo en Hollywood ante el cambio de patrón musical a la hora de
los reconocimientos. Aquello abrió brecha. «Los Bee Gees no ganaron, pero
nosotros fuimos los beneficiarios de todo aquello porque hicimos la primera
partitura electrónica en ganar un Oscar».
Se detuvo con Mark
Knopfler y «Local Hero» (1983), cómo la combinación de la fotografía
degradada al final de la película con la música y los timbres telefónicos se
fusionaron en una perfecta combinación no solo para llevar al público al estado
anímico deseado en el guión, sino también para convencer a la Warner de que el
fundador de Dire Straits era el ideal para aquella pequeña joya de Bill Forsyth,
que no dudó también en mostrar sus reticencias hacia el compositor desde el inicio
del proyecto de su filme. «Yo había oído su disco «Making Movies» (1980) y
pensé que a alguien que había hecho ese trabajo seguramente le gustaría
escribir una banda sonora para el cine –explicó Puttnam-, así que contacté con
él. Fue muy agradable trabajar con Knopfler, pero tuve que organizar muchas
reuniones para llegar a acuerdos entre él y Bill para sacar adelante la
película», apostilló.
Mención especial mereció Vangelis. David Puttnam ya había confesado, en sus comentarios
sobre «El expreso de medianoche», que fue su primera opción para musicalizar la
película de Alan Parker, pero la casa discográfica del compositor griego era un
obstáculo para ello, «de manera que yo necesitaba a alguien que hiciera la
partitura del estilo de Vangelis pero que no fuera él. Moroder era una opción
porque con su discográfica sí podíamos trabajar. Así lo acordamos y trabajó muy
duro, hizo una obra estupenda. Y ya después pudimos establecer un acuerdo con
Vangelis».
Fue entonces cuando
surgió aquella música retenida por millones de espectadores que acompañaba al
grupo de corredores por la playa en los prolegómenos de la historia de «Carros
de fuego» (1981). Puttnam evitó lo que a todas luces hubiera sido una
frustración como productor y, tras años de gestiones intentando fichar al
compositor de «Blade Runner», logró contar con él para un filme que Vangelis
entendió desde el inicio porque su padre era atleta y había fallecido.
“Vangelis quería hacer una especie de tributo hacia su progenitor», explica
Puttnam, revelando que en realidad tanto el tema de inicio de la película como
los créditos finales llegaron a convertirse en inmortales aunque ‘sobre la
bocina’: «Vangelis llegó con el tema, lamentándose que ya era demasiado tarde.
Habíamos musicalizado la película pero, casualmente, nos faltaba incorporar la
música en los créditos iniciales y finales, de manera que acordamos ubicar el
nuevo tema que trajo el compositor para el comienzo del filme». Así fue como
nació uno de los inicios más celebrados de la historia del cine gracias
especialmente al papel de la música de Vangelis.
No faltó la referencia de Puttnam al trabajo que llevó a
cabo con Mike Oldfield. De hecho,
«Los gritos del silencio» («The killing Fields», 1984) ha sido la única banda
sonora que ha compuesto el creador de «Tubular Bells». «Hizo un trabajo
maravilloso, no perfecto porque hay un par de momentos que se podrían haber
hecho mejor las cosas, pero esa partitura fue un reto para él. Estábamos buscando
una partitura que tuviese esa sensación de caos, de terror, con música
electrónica». El productor explicó que en la secuencia de la evacuación de la
ciudad tenía asimilado que emplearían música clásica. «Mike me dijo que le
dejara intentar hacer algo con ella. Y escribió una pieza magnífica, una obra
casi neoclásica perfecta para el momento. Con ello se confirmó que debería
haber confiado en él más de lo que lo hice».
A lo largo de su master class, David Puttnam expresó también
sus consideraciones con ejemplos de músicas de películas ajenas a su
producción, como «Titanic» (1997) o «Star Wars» (1977), esta última aprovechada
para abordar el controvertido asunto de los temptracks o pistas musicales
utilizadas como referencia previas a la música que finalmente escribe el
compositor. Porque el propio Puttnam admitió haber usado diez pistas de
Vangelis para «El expreso de medianoche» (aunque posteriormente tuviera que
remontar el filme, obviamente, ante el brillante trabajo de Moroder). En este
sentido, y refiriéndose a la película de George Lucas, relacionó el punto de
referencia que, según el productor, suponen obras preexistentes como «The Kings
Row» compuesta por Erich W. Korngold para el filme de 1942.
Paralelamente a la ortodoxia del contenido de su clase
magistral, David Puttnam también expresó sus reflexiones u opiniones personales
sobre la perspectiva del productor a la hora de trabajar con los creadores
musicales. En este sentido, aseguró no recordar haber tenido disputas
importantes con compositores. «Yo empleo la palabra control. No es que yo les
controle (el trabajo creativo), es simplemente negociación de poder,
persuasión… tienes el derecho de tener la última palabra y cuando lo ejerces,
vas a tener que estar con una persona que va a seguir peleándose contigo. Pero
sí, yo logré salirme con la mía en mi trabajo, y también cometí errores».
Preguntado por el público sobre el abandono que en el
cine parece existir actualmente respecto a la melodía,Puttnam asintió sobre ello afirmando que “las
bandas sonoras gustan al público, es algo melódico, y parece que se ha
abandonado. Pero volverá. Hay ciertas cosas que no van a irse para siempre”, y
apostilló de manera distendida que, aunque no quisiera que esta afirmación
trascendiera como suya, «mi experiencia con los directores es que tienen unos
ojos maravillosos y unos oídos reguleros. Por eso si se dejan las decisiones
finales en manos de los directores, siempre se terminará con un puzle que no va
a quedar tan redondo», y para acabar de poner el debate sobre la mesa,
compartió una de sus experiencias: «Ridley Scott es un buen amigo. Empezamos
juntos y yo produje «Los duelistas» (1977), su primera película. Solo tuvimos
una pelea. Ridley quería obras de música clásica, era como un puzle, y yo me
sentía en el deber de buscar un compositor (Howard Blake). Siempre le
preguntaba porqué le negaba a un compositor esa oportunidad que él había tenido
como artista de hacer una película de cien minutos con principio y fin».
(Crónica publicada en esta web y en el medio de comunicación especializado 'SoundTrackFest'. Fotografías de Rafa Melgar y JCFM. Vídeo de JCFM. Derechos de autores reservados. Prohibida la reproducción sin citar siempre las fuentes y autores).
La película documental sobre John Williams recién estrenada
en Disney+ no es solo una biografía audiovisual de uno de los compositores más
relevantes de la historia del cine. Es un vehículo, útil y dirigido a un público
emocional más que académico, para que todos vayamos comprendiendo el
fundamental papel narrativo que la música cinematográfica desempeña en una
película, descartando el concepto de que unas pocas notas ejercen de guinda de
un pastel ya presentado, de aderezo suplementario. Todo documental que se
adentre en el sentido de las obras de los autores protagonistas vendrá a
aportar el grano de arena necesario para que entendamos el poder explicativo de
la música hacia la imagen, hasta tal punto de que existen películas que se
sustentan sobre su banda sonora como hilvane narrativo mucho más allá de lo que
aparentemente creemos.
En «La música de John Williams», hay un momento en el que el
compositor, sentado frente a su piano (aparece también así nada más comenzar el
filme, como una diáfana declaración de intenciones del compositor bastión del
clasicismo musical) explica el porqué de las cinco notas que conforman el
conocido tema de «Encuentros en la tercera fase». Podían ser otras, y Williams
podría ordenarlas mediante las miles de combinaciones matemáticas existentes
sobre cinco elementos. Pero tenía que ser la que conocemos porque conforman una
frase que narra a través del lenguaje musical. Y Williams lo explica en el
documental con los mismos ojos ilusionados y rostro de niño que lo hace tocando
con los primeros compases de «Tiburón» causando en Spielberg una desorientación
plasmada en un interrogante: “¿Y con esto, qué pretendes hacer?”, mientras la
respuesta es, únicamente, una sonora y divertida carcajada de un enigmático
maestro que, por entonces, ya superaba los 40 años de edad, venía de ganar un
Oscar y comenzaba a constituir, con un veinteañero, un binomio único y
excepcional en el cine contemporáneo.
Lástima que «La música de John Williams» no se adentre más
en la génesis de icónicas composiciones del maestro. La admiración y el amor
incondicional mostrado por su director y Spielberg y George Lucas como
ideólogos del documental convierten el filme, especialmente a partir de su
mitad, en una sucesión expositiva de sus bandas sonoras más aclamadas, con
dosis testimoniales emotivas como sucede con «La lista de Schindler», pero se
echa en falta incidir más en el porqué en lugar del resultado, algo que casi
solo vemos con lo explicado anteriormente con «Encuentros en la tercera fase».
Quizá, en aras de enganchar a un público más mayoritario, se haya optado por un
crisol de joyas en detrimento de adentrarse académicamente en ellas, con lo que
hubiéramos entendido mucho más el porqué la música de cine es narración y no
aderezo. Pero con lo que ofrece, el documental de Laurent Bouzeró ya es útil y
se convierte en un arma más para seguir luchando por la defensa de una música
de cine que, además del menosprecio congénito que sufre, pasa por momentos de
escasa creatividad. Williams es el único eslabón vivo que une el clasicismo sinfónico
con el cine actual, el hombre que aún compone ante su piano, que pinta a lápiz
en el papel pautado, cuyo estandarte es la orquesta en su máximo exponente,
frente al uso de las nuevas tecnologías y una amenazadora inteligencia
artificial que, paradójicamente, no tendrá jamás la suficiente capacidad para
comprender las cinco notas de «Encuentros…». Y quien nos las explica tiene 92
años a sus espaldas y continúa entre nosotros. ¡Qué privilegio y honor!
Reportaje, a modo de programa de 32 minutos de duración,
sobre «La música de John Williams», en el canal #UltimoEstreno en YouTube en
este enlace: