A mí lo que más me preocupa de los Oscar y de los Goya de este año es si en el obituario de rigor se van a olvidar del maestro Carlos Pumares.
Aparte de todo eso y como apuntes secundarios de lo cansino de estos premios:
A mí lo que más me preocupa de los Oscar y de los Goya de este año es si en el obituario de rigor se van a olvidar del maestro Carlos Pumares.
Aparte de todo eso y como apuntes secundarios de lo cansino de estos premios:
Queridos y queridas, pues ya llegó.
El intenso olor de unas cajas llenas de libros recién nacidos me ha dado en todo el rostro hace apenas unas horas. 'Las bandas sonoras para despedir los días' ya es una realidad que, en unos días, comenzará a venderse -tanto en formato impreso como digital- a través de diferentes cauces de los que ya os iré dando cumplida información.
Por lo pronto, comienza la cuenta atrás para el momento en el que, en persona, os contaré y enseñaré esta obra, producto de un arduo trabajo que he llevado a cabo durante los últimos cuatro años, y que os va a descubrir muchas cosas sobre la música de cine.
La presentación de 'Las bandas sonoras para despedir los días' será el JUEVES 1 DE FEBRERO, A LAS 19:00 HORAS, en el Edificio Constitución de 1812 de la Universidad de Cádiz, ubicado en el paseo Carlos III nº 3, en la capital gaditana.
«La sociedad de la nieve» es un producto perezoso de J. Bayona. Pulcramente rodado, con el mayor presupuesto de la historia del cine español, sin peros técnicos, pero con unas reminiscencias de «Viven» que roza el insulto.
Cuando haces algo que ya estaba hecho y por dos veces -aunque la primera película, la mexicana «Los supervivientes de Los Andes» era una bizarrada- es fundamental aportar algo distinto al espectador. En este caso, y con la excepción de ciertos detalles, la película de Bayona no logra sumar lo suficiente en el ámbito de lo novedoso como para llegar a ser lo que una parte de la crítica y público está asegurando, que ya la tildan de obra maestra.
«La sociedad de la nieve» se lastra con casi dos horas y media de metraje, tiempo sobrado cuando haces una película que se desarrolla prácticamente en un mismo escenario. Se detiene en eternas secuencias, en charlas pleonásmicas y la pereza de Bayona es tal que las secuencias más importantes están rodadas plano a plano casi de la misma manera que realizó Frank Marshall su solvente filme en 1993.
Han pasado nada menos que treinta años y no se ha avanzado en casi nada para traer una mejor versión de una tragedia como esta. Por ello me pregunto si era necesario rodar la película.
Mi videocrítica, de más de media hora porque tras el análisis de la cinta incluyo una comparativa de secuencias, está siendo tan alabada como denostada. Me parece estupendo, de hecho creo que el debate nos enriquece a todos. Carlitos Páez, el superviviente más joven del accidente, llegó a escribirme hace unos días en mi twitter para decirme que «estás confundido. Una lástima». Hasta cierto punto es lógico su achaque hacia mi conclusión, porque él forma parte del elenco de un filme que además tendrá en candelero durante un tiempo el recordatorio de lo que sucedió y con ello las charlas, debates públicos y demás cosas mediáticas de las que él participa. Le respondí con todos los respetos que merece una persona que sufrió aquella desgracia, pero matizándole que yo no hago críticas de sucesos ni hechos históricos, sino de películas. Y como película, «La sociedad de la nieve» es tan técnicamente modélica como, insisto, perezosa. Con ello no afirmo que es mala ni defiendo que «Viven» sea mejor. Hay mucha gente a la que le cuesta comprender las cosas. Me refiero a otros comentarios surgidos en el debate. Los hechos reales son los hechos, pero hay muchas maneras de rodar en el cine, de aportar. Lo sucedido con el Titanic, la historia de Romeo y Julieta, Hitler, Jesucristo... son ejemplos de personajes reales o en todo caso temas tratados numerosísimas veces en el cine. ¿En qué se parece «La Pasión» de Mel Gibson a «Jesús de Nazaret» de Zeffirelli? No soy un gran defensor de la película del realizador de «Braveheart» como es sabido, pero es incuestionable que vino a enseñarnos otra manera de ver lo sucedido con el personaje que más veces ha sido llevado a la pantalla. ¿Se entiende ahora por qué Bayona no viene a enriquecernos prácticamente nada?
El resto de matices del filme, en este enlace: https://youtu.be/U5DE229cx2o?si=Zdp7McpyDwuOB9Jb
En él se reflejará lo que he vivido personalmente con los trabajadores que llevan sufriendo un calvario desde que el icónico parque de atracciones malagueño cerró sus puertas por decisión de su propietario, dejando en la estacada a una plantilla con más de ochenta familias que, a día de hoy y durante los últimos tres años, acude diariamente al que fuera lugar de tantas alegrías e ilusiones para mantener las instalaciones del parque, evitar el vandalismo y convivir con la esperanza puesta en que Tivoli World pueda abrir sus puertas nuevamente y se solucione su situación laboral.
«Tivoli World. Esperando justicia», que ya estamos montando para tenerlo listo en el primer trimestre de 2024, no es un documental edulcorado, nostálgico y con imágenes retrospectivas. Es el día a día, desnudo y sin aspavientos visuales ni musicales, de personas que sufren por su situación laboral y económica y por ver cómo el lugar que aman languidece mientras su propiedad y las administraciones miran hacia otro lado. Entre tanto, aguardan que la justicia les dé la razón en la compleja situación en la que se encuentran.
El 28 de diciembre de 1983, ya bien entrada la tarde, abrí mi regalo de Reyes Magos de aquellas navidades. Fue la única vez en mi vida que lo hice adelantándome a la tradicional fecha del 6 enero, que era muy respetada en mi casa. Pero mi padre se dio cuenta de mi obsesión cuando, durante las madrugadas de las primeras semanas de diciembre, yo enumeraba a gritos, profundamente dormido, los nombres de los juegos que, algunos meses antes, había descubierto en casa del primo de dos de mis mejores amigos. Sus padres le habían comprado un ZX Spectrum y el primer juego que nos enseñó fue el 'Manic Miner'.
“¡'Manic Miner'! ¡'Dictator'! ¡'Death Chase'!”, gritaba dando alaridos en mitad de la noche, con tan solo 14 años, como si estuviera poseído demoníacamente y una prueba de ello fuera hablar en lenguas desconocidas. El exorcismo consistió en ir a la tienda, el 28 de diciembre, y poner en mis manos aquella caja con la ansiada máquina y sus ocho juegos de regalo que incluía aquellas navidades. Aún recuerdo el olor que desprendió el corcho blanco cuando la abrí.
El ZX Spectrum 48 K cambió mis rutinas de chaval, mis hábitos y los de mis amigos más cercanos, tres adolescentes que terminamos cada uno con nuestros respectivos ordenadores para convertirlos en el epicentro de nuestras vidas durante los años posteriores, uniéndonos aún más, devorando revistas, aprendiendo Basic con manual en mano y sin existir internet ni fuentes que no fueran más que lo que llamábamos “método de ensayo y error”, dándole palizas a las teclas de los cassettes y quemando los televisores tanto como nuestros ojos para mayor desesperación de nuestras familias, a las que privábamos de algún que otro programa de televisión hasta que nos buscaron pantallas alternativas en tiempos que no era habitual tener más de un televisor en casa. Tampoco atendíamos horarios de comidas o cenas hasta que nos ‘disolvían’ (pacíficamente o casi), o meriendas, con las que eran más generosos y nos las traían a la mesa en la que había que dejar hueco a la bandeja con galletas y vasos de leche entre cintas de cassette desordenadas, hojas de publicaciones, libretas con apuntes de código máquina, algún joystick, un bote de alcohol y un destornillador. Literalmente.
Vivimos la época más bonita del ZX Spectrum. Entre 1983 y los años posteriores, cada aparición de aquellos juegos inmortales e inigualables generaba una ilusión continuadora de la nacida en la tarde del 28 de diciembre. Esas primeras y eternas cargas de las últimas creaciones de Psion, Ultimate, Imagine, Ocean, Elite, US Gold, Dinamic… se convertían en un ritual que transformaba nuestros ojos en platos, asombrados ante unos escenarios fruto de avances tecnológicos que hoy día, para algunos, son irrisorios e incluso ridículos. Pero por mucho que se empeñen ahora en mostrar su desdén (hay quien incluso vivió intensamente aquello y actualmente reniega) nadie nos quitará la gloria de haber disfrutado de aquellos programas que, con menos de 48K, nos trasladaban a mundos imaginarios en nuestra mente, a escenarios imposibles y sus creadores aprovechaban lo máximo que podían de una memoria tan exigua. Llegamos a conocer las entrañas de muchos de esos juegos, a destriparlos, a ponerles vidas infinitas, a cambiarles los colores de carga en las pantallas de presentación, a retocarlas en el ‘Artist’ para ponerles pomposamente el nombre de Sirius, como nos hacíamos llamar, para dejar nuestra impronta en los cambios que habíamos hecho, permaneciendo ajenos a la incipiente industria que se estaba ya montando alrededor del pirateo mucho más preocupante que nuestro mercadeo de andar por casa con algún que otro juego, cuya venta nos dio para pagarnos los paquetes de pipas que devorábamos los fines de semana camino de algún recreativo, en los que cambiábamos el ‘Pyjamarama’ por el ‘Frogger’ o el ‘Raid over Moscow’ por el ‘Amidar’.
Lo que yo quería decir es que hoy hace 40 años que está conmigo. Sigue a mi lado, funcionando. Como todo anciano, con alguna ‘operación’ para conservar la salud, en este caso solo una, la de la membrana interior bajo sus teclas de goma, destrozada en su día por el (ab)uso. Todo lo demás es original. Aquel 28 de diciembre de 1983 lo toqué por vez primera, lo acaricié como uno de los logros de mi vida. Hoy día ya no es un trofeo, sino un compañero fiel, porque sigue respondiéndome. Ya no es una simple máquina, porque lo que me ha ofrecido ha forjado mucho de mi vida. No es una reliquia, porque se siguen haciendo programas para él, aunque la magia no sea la misma. No me causa desazón nostálgica, porque soy consciente de que aquellos tiempos no volverán. Pero como dijo Lionel Hampton, “la gratitud se da cuando la memoria se almacena en el corazón y no en la mente”.
Feliz cumpleaños, querido. A por otros cuarenta más."¡Pan! Que en esta casa nunca haya hambre", le dice Donna Reed a una mujer que en las siguientes escenas se santigua por tener algo que llevar a la boca a su familia. Escenas que fueron censuradas y eliminadas por incitar a pensar en la justicia social que Capra defendía en la película a través de sus personajes.
En esta Navidad, varias cadenas de televisión volverán a emitir «Qué bello es vivir». Hasta el año pasado aún existían las que, en el colmo de la vergüenza y el descuido, ofrecían la versión mutilada por un régimen dictatorial cuya sombra parece seguir presente. Esperemos que eso se haya solucionado. Si no es así, «Qué bello es vivir» está íntegra en Filmin, con los casi diez minutos mutilados incluidos con subtítulos en castellano.