“Esas notas, que son como unas bolitas, cogen un dimensión especial”.
Con estas palabras se refiere Bingen Mendizabal a los trazos que plasmó en el pentagrama cuando compuso la banda sonora de 'La madre muerta'. Si la frase procediera de cualquiera de nosotros, es muy probable que fuéramos objeto de burla por la manera, bastante primitiva, de definir cómo se hace música.
Pero las pronuncia el compositor de ‘Alas de mariposa’ y las nominadas al Goya ‘El juego del ahorcado’ y ‘Baby’, constituyéndose en uno de los ejemplos más diáfanos de la sencillez y el concepto espartano de la vida que posee el músico vasco en el documental ‘Bidean jarraituz’ (‘Siguiendo en el camino’) que ha dirigido el cineasta Aitor López de Aberásturi dedicado a la figura del compositor y que, desde hace varios meses, realiza su periplo por las pantallas de cine y festivales. En plataformas la encontramos ya en Filmin.
‘Siguiendo en el camino’ es una película necesaria primordialmente por dos razones: el reconocimiento hacia uno de los creadores musicales cinematográficos más interesantes de nuestro país y la profunda reflexión a la que invita su director, transformado en el vehículo entre el espectador y el músico para trasladarle al primero la necesidad de la introspección y del alejamiento del oropel que ofrece la fama para conservar la esencia creativa y apostar así por la pureza de lo auténtico.
Más allá de lo técnico y del legado aportado por la trayectoria musical de Mendizabal, el documental rezuma un dualismo conceptual que sirve de armazón para legitimar la apuesta del compositor por sus raíces, su intimidad, la tribalidad de lo que le rodea como fuente de inspiración anímica frente a lo que hubiera sido formar parte del stablishment de la industria audiovisual. La propia aparición del escritor Bernardo Atxaga como hilo conductor y sus palabras en el epicentro de la cinta lo refrendan así. Sentado frente a la pantalla donde sitúa sus “bolitas’, Bingen cierra los ojos y aspira profundamente imaginando imbuirse de las briznas de un campo que recorre Atxaga, entre baserris y piedras de molino, convertido en el alter ego del compositor: “El amor… Ahí hay que distinguir dos mundos: el pequeño mundo y el gran mundo. El pequeño mundo, quiero decir la familia, amistades (…) ese es tu pequeño mundo, el que se decide en unos kilómetros. Ahí lo más importante es el amor. No hay nada que tenga más importancia que el amor. (…) Si hablamos del gran mundo, se trata de un mundo, planeta, estado donde manda el monstruo Leviatán; el amor no tiene sitio ahí. La materia principal que existe ahí es el odio”.
Bingen Mendizabal era feliz descubriendo caminos en el rock que se hacía en Euskadi en tiempos reivindicativos. Su felicidad se convirtió en definitoria cuando su talento mejoró canciones, cuando las cuerdas de su violín cambiaron los conceptos de 'Ertzainak'. Años después vendría lo del cine, su labor conjunta con Koldo Uriarte en la composición y su extraordinario tándem con el cineasta Juanma Bajo Ulloa del que han salido grandes películas, la última ‘Baby’, el más claro ejemplo de cómo el lenguaje universal de la música puede sostener ‘el todo’ que supone un producto de conjuntos artísticos.
Los primeros 16 minutos de ‘Bidean jarraituz’ conforman una parte inicial sobre los orígenes musicales de Bingen Mendizabal, ajenos a su obra posterior para el ámbito audiovisual. Puede que quien se predisponga a ver el documental como un producto ortodoxo se sienta decepcionado. Quiero decir que López de Aberásturi no ha recorrido platós o despachos donde encontrar directores de cine con los que ha trabajado el compositor: Montxo Armendáriz, Imanol Uribe, Manuel Gutiérrez Aragón, Mariano Barroso, Manuel Gómez Pereira… En aras de armonizar con lo auténtico del protagonista, ha optado por impregnar el resto del metraje del mismo espíritu que el primer cuarto de hora, con los orígenes siempre presentes, lo que convierte el documental en un binomio en el que música y tierra, Bingen y Euskadi, conforman la cuaderna maestra del filme. Eso no significa que no haya momentos de gran interés cinematográfico y se conceda la justa importancia que Bajo Ulloa ha tenido para hacer crecer al compositor (y viceversa): la descripción de Amy en ‘Alas de mariposa’, mostrando su dibujo a la maestra, rodada por el director en función de la música como hecho excepcional (no todo ha sido Spielberg y ET en este sentido), o la impresionante secuencia en ‘La madre muerta’ cuando Ismael se decide a matar a la chica arrojándola al tren, con un crescendo apabullante en la repetición del tema musical…
La amistad, el regreso a los bares a tocar provocado por la crisis creciente desde 2008, las andanzas grupales de Bingen Mendizabal en Nueva York… conforman el resto de un documental que quizá en este punto se resiente de una cierta dispersión, pero que resulta fundamental para conocer la trayectoria de un compositor nacido en una tierra que ha dado brillantes músicos cinematográficos a este país. ‘Bidean jarraituz’ nos deja con la miel en los labios sobre las propuestas particulares compositivas en boca de su protagonista, pero nos ofrece el ejemplo más humano de un extraordinario creador con el crisol que ello supone de reflexiones sobre la amistad, la lealtad y la escala de valores, sobre el lenguaje artístico frente al lenguaje político en tiempos de triunfos impostados.
Bajo Ulloa, Bingen Mendizabal, Gorka Oteiza y Koldo Uriarte en el Festival de Música de Cine de Sevilla (Fimucs) en enero de 2023. Enlace a la mesa redonda que se celebró en Fimucs: https://youtu.be/sAHtEZOlxw4?si=uSOr4xe8uoWxjgwv
El Cine Almirante fue el lugar de referencia de los aficionados al cine en San Fernando (Cádiz) durante décadas hasta que en diciembre de 1992 cerró sus puertas tras la irrupción de Cinesa en el parque comercial Bahía Sur con su multiplex de seis pantallas.
Años antes de su clausura, a principios de los ochenta, el Almirante fue transformado para acoger dos salas. Era regentado por José Luis Ballester, abogado y empresario isleño que en 1992 ejerció el cargo de secretario general de la Oficina del Comisario de la Exposición Universal de Sevilla.
Desde octubre de 1989, fecha en la que comenzó a emitirse #UltimoEstreno, yo iba a su oficina cada semana, puntualmente, para recoger un papel en el que se detallaban las películas que estaba previsto ofrecerse en sus cines. Este documento me servía para adelantar los títulos en el programa y comentar los estrenos previstos en el Almirante. De ahí, básicamente, surgió el nombre del espacio radiofónico.
Aquellos papeles contenían además la cartelera semanal del resto de cines que eran propiedad de Ballester en la provincia de Cádiz, ubicados en otras localidades como El Puerto de Santa María, Sanlúcar o Chipiona. Traté de guardar en mi leonera el máximo de estos folios porque no dejaban de ser documentos históricos originales que recordaban qué películas se proyectaban en los cines gaditanos en aquella época y especialmente en San Fernando.
Buscando documentación para un proyecto, en estos días me he encontrado con la cartelera del Cine Almirante de inicios de noviembre de 1992, que reproduzco en esta imagen adjunta.
Hace justamente 31 años llegaba 'La ciudad de la alegría', la película de Roland Joffé, director que, unos años antes, había rodado 'La misión', de modo que tanto esta circunstancia como que el protagonista fuera Patrick Swayze eran motivo sobrado para que el público respondiera. Ballester la trajo además el mismo fin de semana que se estrenó en toda España. No era habitual que el Almirante ofreciera películas en la fecha del estreno estatal, pero la competencia de Cinesa le hizo apretarse las tuercas en este sentido para intentar competir con esta exhibidora tan gigante al lado de la modesta empresa de Ballester.
El 'papelito' que me dieron en la primera semana de noviembre muestra también una sesión para 'Llamaradas' el sábado 31 de octubre en la sala 1, y en la sala 2 llegaba un estreno muy esperado en San Fernando: 'Navy Seals', dirigida por Lewis Teague y con Charlie Sheen de protagonista. La expectación no era por la calidad de la película, sino porque varios años antes San Fernando había acogido parte del rodaje del filme. La zona de la calle Tomás del Valle, San Marcos, algo del Zaporito... la convirtieron en una carretera y una playa por donde se escapaban unos terroristas árabes, creo recordar. Media Isla estuvo allí esos días para ver cómo rodaban aquella espantosa película que en España se estrenó el 24 de julio de 1992 y a San Fernando llegó el 31 de octubre, tres meses después.
Lo de 'Piernas de terciopelo' de la semana anterior que puede verse en el cuadrante de estrenos era una cosa medio erótica que en realidad se llamaba 'Wild Orchild 2'. Era la segunda parte de 'Orquídeas salvajes', una película con cierto éxito al albur de lo que supuso varios años antes 'Nueve semanas y media'. Ambas y la cinta protagonizada por Mickey Rourke y Kim Basinger estaban unidas por el hecho de que habían sido ideadas y producidas por Zalman King, de manera que lo de 'Orquídeas salvajes' se vendió con la famosa y manida frase: "Del productor de...".
Por el resto de los cines de la provincia gaditana se proyectaban 'Halcones del mar', con Rob Lowe como principal reclamo y, al igual que 'Navy Seal', con temática bélica sobre la malo malísimo que era el régimen iraquí, y daba sus últimos coletazos 'Arma letal 3', que se había estrenado en España el 28 de agosto, dos meses antes.
"Junts propondrá la celebración de un referéndum de autodeterminación sobre el futuro político de Catalunya amparado en el artículo 92 de la Constitución".
El texto se encuentra en el primero de los apartados, titulado 'Acuerdos a negociar', del documento de acuerdo entre el PSOE y los independentistas catalanes. De él se dice textualmente que se comenzará a negociar en noviembre "entre otras cuestiones y de forma no exhaustiva". Debe ser una impresión mía, no sé si equivocada, pero irrita la liviandad con la que el acuerdo dado a conocer hoy -pobrísimo y de bajo perfil e intelecto político- trata una cuestión tan crucial y un arma política tan sólida como es un referéndum con sus resultados reveladores sobre a lo que aspira una comunidad.
Lo que ya me deja absolutamente descolocado es algo que ruego me aclaren -a mí y a quienes puedan leer esta reflexión- las voces expertas en materias como el Derecho Constitucional.
¿Alguien con conocimiento puede decirme si en el artículo 92 de la Constitución en el que se ampara el acuerdo sigue figurando "referéndum consultivo DE TODOS LOS CIUDADANOS?" Porque si es así, hago una segunda pregunta: ¿Votaremos entonces todos los españoles?
Voy a más con una tercera: En el caso de que solo voten los catalanes considerándose la consulta como una reforma estatutaria de la autonomía actual, ¿no obligaría la Constitución a celebrar otro referéndum posterior a nivel estatal para permitir el anterior, de ámbito únicamente autonómico, dado que su acuerdo, en caso de aprobarse, reforma claramente la Constitución y eso sí afecta a todo el país? ¿O la palabra "podrá" es la clave de todo en el articulado porque en realidad no obliga?
Llega Martin Scorsese con una película necesaria, yo diría que vital y en el momento justo, al menos como coyuntura personal. "Hace ya mucho tiempo que no siento nada al hacerlo contigo", cantaba la más grande. Justo lo que a muchos nos ocurre con cada película que vemos, una y otra vez, con ese acto de supuesto amor que hacemos en una sala de cine. Decenas y decenas de veces padeciendo el sufrimiento del coitus interruptus por la frialdad, por la carencia de pasión que me provoca algo que me hizo sentir, durante tantos años de mi vida, los orgasmos artísticos más placenteros de mi vida...
Porque el cine es arte si lo hace Scorsese como en 'Los asesinos de la luna'. Más de tres horas y media de desarrollo narrativo primoroso. Cuando el tiempo se alarga por encima de los cánones establecidos, tienen lugar esos juicios -en salas presididas por magistrado o frente a frente en la intimidad de los personajes- en los que las preguntas estás medidas y se pausan las respuestas para desarrollar la historia con una admirable cronometría. Ese es el principal motivo para deleitarnos sin mirar el reloj, amén de esa magistral manera que tiene Scorsese de mostrarnos lo que sucede, utilizando como nadie la amplitud de campo, la simetría y los puntos de fuga en los planos, la cámara avanzando subjetivamente por los pasillos, las habitaciones, dejando atrás los objetos y personajes que nos han reportado toda la información necesaria para comprender una película que, mucho más allá de considerarse un western, es una historia de ambición con guiños a él mismo y a Coppola, el otro maestro de un grupo selecto de cineastas octogenarios que dejan enormes cantos de cisne como solo ellos saben hacer, como herederos de aquella manera de hacer cine de siempre, como poseedores de la piedra filosofal que nadie ha sabido entender.
'Los asesinos de la luna' es western, ambición y amor. Mucho amor de un protagonista que termina amando a su esposa (una inconmensurable Lily Gladstone) como así confiesa finalmente "porque yo la llevaba en coche cuando era chófer".
Lástima de sobreactuación de Di Caprio y esas comisuras de los labios hacia abajo, demasiado exageradas, de él y de De Niro, así como de no contar con una banda sonora que eleve la película a la condición de una obra maestra de verdad, de las que sólo hay un ejemplar cada generación. Pero algo casi perfecto ya estaba tardando mucho en aparecer cuando estábamos a punto de tirar la toalla. Maestro Scorsese: gracias.
La Ley de Memoria Histórica aprobada un año antes había puesto en el candelero el espinoso asunto de las miles de personas asesinadas por la represión franquista en tantos pueblos de España, cuyos cadáveres permanecen enterrados anónimamente en fosas comunes o parajes inhóspitos. Desde entonces se ha venido haciendo una labor de dignificación de aquellos hombres y mujeres y al menos un porcentaje de los descendientes afectados han podido conocer más datos sobre sus seres queridos o, en el mejor de los casos, rescatar sus restos para darles la sepultura que se merecen tras aquellos crímenes, producto de una época y de la irracionalidad humana.
Desde aquellas jornadas tuve especial interés por profundizar en este capítulo ominoso de nuestra historia. Uno de los periodistas represaliados en San Fernando fue José Amat Rodríguez, director de un periódico llamado 'El insurgente', y que fue encarcelado y fusilado en 1937. Me puse en contacto con May Amat, su nieta, y conversamos sobre lo necesario que sería rescatar del olvido y dignificar la figura de quien fue un hombre culto, preparado, profesional, amigo de sus vecinos, valiente y defensor de los principios democráticos. Pero, con el curso del tiempo, se han perdido datos, han fallecido personas importantes para contar testimonios e incluso hay quien sigue teniendo miedo a contar cosas al recordar lo que sucedió hace años. Es lógico. Lo vivido entonces se les quedó en su mente como huella indeleble convertida además en un fantasma que, como tal, es amenazadoramente intemporal.
Mis labores profesionales me impidieron ahondar más en este tema y admito no haber tenido la capacidad para acometer tantas cosas a la vez: un trabajo absorbente y de absoluta involución personal en un Ayuntamiento -sí, involución, no me he equivocado en el término-, el estudio y la crítica de cine que ejerzo desde hace 35 años, otros trabajos audiovisuales y periodísticos, y, si me adentraba en este asunto, un frente más en el que es necesario investigar, recopilar datos, testimonios...
Justamente lo que, desde hace ya años, está haciendo David Doña Guillón, amigo con el que tuve el placer de compartir redacción periodística en los noventa y que sí se marcó como uno de los objetivos primordiales de su vida escudriñar sobre la población represaliada por la dictadura. Su tenacidad, constancia y rigor de brillante periodista tuvo como fruto el documental 'Sucedió en Grazalema', estrenado en 2008.
Ahora, David acaba de publicar un libro con el mismo título, en el que profundiza aún más que en la producción visual en la que tuve el honor de aparecer en los títulos de crédito por una deferencia detallista de su autor (¡cuánto se agradecen los detalles de la gente con la que has compartido cosas!). El papel permite extenderse en la información y en el relato mucho más que en la imagen, de manera que las inquietudes de David han propiciado que tengamos la fortuna de poder conocer más pormenores de las investigaciones que inició hace ya quince años.
Diario de Cádiz publica hoy una entrevista reportajeada dedicada a 'Sucedió en Grazalema'. Os recomiendo su lectura y por supuesto la del libro que aún tengo pendiente de leer, pero conociendo la temática y a su autor, estoy seguro de que se trata de una extraordinaria obra sobre los lugares de la memoria. Como también estoy convencido de que esta publicación es entendida por su autor como una obligación a la hora de contribuir a la recuperación de la dignidad y de la paz de miles de víctimas de una sinrazón tan cercana y de sus trágicas consecuencias sobre sus familias.
Durante los años 90 y los iniciales del siglo XXI, Carlos Pumares colaboraba con #UltimoEstreno participando en el programa especial de la noche de los Oscar en el que, a través de la radio, se contaba cada ceremonia íntegra con un maratón de más de ocho horas de emisión.
Entre las personalidades que participan telefónicamente exponiendo sus opiniones se encontraba Carlos. Manteníamos una conversación en la que surgía la pasional manera de expresar las cosas que a él le caracterizaba. Tanto en Antena 3 como en Onda Cero él hacía esa noche otro programa especial y siempre tenía hueco para participar en #UltimoEstreno.
Una buena parte de esas entrevistas las conservo entre mis más de 500 cassettes que guardo en mi leonera. Rescatar el contenido es una ímproba tarea que comencé en su día, pero el tiempo ha hecho mella en estas cintas porque estamos hablando de hace tres décadas. Muchas de ellas están pegadas y hay que llevar a cabo una delicada tarea de recuperación. Otras, desgraciadamente, no hay manera de rescatarlas, pero creo que la mayoría de las grabadas en aquellas noches de los Oscar podré salvarlas.
Esta de hoy, concretamente, contiene la intervención de Carlos Pumares hablando de los Oscar de 1996, hace nada menos que 27 años. Al actualizarla, la he acompañado de imágenes de películas de las que Carlos habla conmigo.
Fue el año de 'Braveheart', 'Babe el cerdito valiente', 'Pena de muerte', etc. En su intervención -insisto, al más puro estilo de mi querido Carlos- habla de lo malas que eran las películas nominadas, del imperdonable olvido de la Academia al no nominar 'Flamenco' de Carlos Saura (Juan Lebrón Sánchez) que consideró una obra maestra, del castigo sufrido por 'Los puentes de Madison' o de cómo se olvidaron de 'Homicidio en primer grado'.
Sirva esta primera cinta rescatada de los archivos, así como las que subiré en próximas semanas, como homenaje y recuerdo a mi maestro Carlos Pumares, fallecido el pasado 12 de octubre de 2023.
Me subí a un avión por vez primera para ir a un festival de
cine. En realidad, esta afirmación no es del todo cierta. Viajé a Sitges en
1993 para ver unas cuantas decenas de películas y a Carlos Pumares.
Yo tenía 24 años y en octubre se cumplían precisamente cuatro
desde que comenzara a hacer radio. Cuando Cinesa inauguró el primer multiplex
–como a ellos les gustaba decir- de la provincia de Cádiz en 1992, ya hacía
meses que había entrevistado para mi programa a Ricardo Gil, director de
marketing de la exhibidora que fundara Alfredo Matas y recordado amigo. Gil era
un catalán de pura cepa que descubrió Chiclana y los encantos de su litoral y,
tras cumplir con la misión que le encomendaron, se convirtió en asiduo
visitante de la costa gaditana durante sus vacaciones en familia y en escapadas
en las que no dudaba en acercarse imprevistamente a mi programa. Venía siempre
cargado de entradas que regalar a la audiencia y libros de Ediciones B del
Grupo Zeta con los títulos de las películas que se estrenaban para sortearlos
entre la audiencia. Muchos de mis oyentes lo recordarán. Nos caímos bien, muy
bien, y, entre otras iniciativas conjuntas, acordamos ciclos de películas
emblemáticas y de reciente estreno en su idioma original subtituladas, patrocinados por la emisora de radio. Una noche de principios del verano de 1993,
tras un año en el que los Cines Bahía Sur habían demostrado que la estrategia
de Cinesa para expandirse por el sur había sido todo un acierto, Ricardo me
retó. “Tú lo que tienes que hacer es venirte a Sitges en octubre, que vas a
disfrutar de lo lindo viendo películas”, me dijo. Por entonces, él era el
coordinador de espacios del equipo organizador del festival. Antes de
celebrarse la edición de 1992, me puso en contacto con Joan Lluís Goas,
director del festival desde 1983, a quien entrevisté telefónicamente en los días previos al pistoletazo de inicio del que sería su último año al frente del evento
cinematográfico dedicado al cine fantástico más importante del mundo. Goas
finalizó su tertulia conmigo sobre el futuro del cine del género con una frase
profética: "Dentro de poco se estrena lo que será un auténtico
acontecimiento, ya lo verás: el nuevo Drácula de Coppola, marcará un hito".
El filme llegó a los cines españoles tres meses después, en enero de 1993. No
se equivocó.
El equipo de Festival de Sitges en 1993, en el que figuraba Ricardo Gil como coordinador de Espacios.
El hecho es que aquella noche recogí el guante que me lanzó
Ricardo Gil, escribí al jefe de prensa Xabier Lago solicitando acreditación y
el 16 de agosto recibía una carta concediéndome la credencial y algunas de las
novedades de la XXVI edición, entre ellas un adelanto con las películas ya
confirmadas que participarían en la sección oficial a competición: Orlando, de Sally Potter; Porco Rosso, de Hayao Miyazaki; The Baby of Macon, de Peter Greenaway; Cronos, de Guillermo del Toro…, así
hasta una decena de títulos a los que se unirían otros y un total de siete
preestrenos en Europa o en nuestro país, entre ellos Blanco humano de John Woo o Amor
a quemarropa de Tony Scott, directores que vinieron hasta Sitges para
presentar sus películas. Además de a ellos, aquellos primeros años de mi
presencia en Sitges pude conocer a Don Bluth, Ben Gazzara, Lance Henriksen,
Christopher Coppola, Keir Dullea, Carlo Rambaldi, Quentin Tarantino y los para
mí inmortales Robert Wise o Ray Harryhausen, entre un sinfín de nombres de
personalidades del cine.
Las películas en competición en Sitges de 1993 y los títulos de inauguración y clausura. Se observan apuntes de los días y horas de las proyecciones de prensa.
Pero como decía, y aunque parezca increíble, yo
subí a aquel avión de Iberia el 8 de octubre de 1993 a las 12:40 horas desde
Jerez de la Frontera con destino a Barcelona para, una vez llegara a Sitges,
encontrarme a Carlos Pumares por los pasillos del Hotel Calípolis, donde tenía
reservada mi habitación para los días del festival porque era en este
alojamiento donde Ricardo Gil me había dicho que el creador de Polvo de
estrellas se hospedaba cada año puntualmente para cumplir con la cobertura del
festival. Yo no le conocía, no había intercambiado personalmente con él ni una
sola palabra, pero fue quien en
mis primeros cursos de bachillerato me mantuvo insomne después de descubrir una noche, por
casualidad, que había mucha más radio tras el deporte de José María García.
No voy a contar lo que todo el mundo. Ni las peculiares
maneras de Pumares haciendo su programa, ni anecdotario con su audiencia -no por
reiterado menos recordado- ni lo que se ha dicho de él en estos días tras
conocerse su muerte el pasado 12 de octubre. Sólo comparto vivencias personales
con el único fin de contribuir de alguna manera al acercamiento de la figura de
Carlos a cuantos lo seguían en su condición de oyentes o lectores, a sus
compañeros en diferentes medios y a los amigos que ha dejado.
Un acercamiento que para mí supuso uno de los objetivos más
importantes desde que empecé a hacer radio con sólo 20 años. Ricardo Gil me
prometió presentarme a Pumares, al que conocía sobradamente por razones obvias,
y gracias a Sitges iba a lograr el sueño de estrechar la mano de quien había
encaminado el rumbo de mi vida profesional. Yo era un adolescente que quería ser
como ese señor que hablaba y hablaba sobre películas en la radio con una
desbordada pasión, con unas maneras tan alejadas del encorsetamiento al que se
sometían los locutores que generalmente escuchábamos los jóvenes de la época,
entre los que Los Cuarenta Principales reinaban sin concesiones, y que cada
madrugada me iba descubriendo los secretos de tantas películas que se volvieron
inolvidables para mí gracias a él. Un día decidí ir a la emisora de mi ciudad, creada apenas un par de años antes, a
pedirle a su propietario que me dejara hacer un programa de cine. Jamás pensé que
aquello sería el inicio de casi dos décadas al frente de Último Estreno y toda una vida
marcada por la radio gracias a quien yo quería encontrarme por los pasillos de
aquel cuatro estrellas en pleno paseo marítimo de Sitges, en cuya habitación me
hacía selfies cuando aún no existían como tales, colocando la cámara
temerariamente sobre el televisor, mientras mataba el tiempo encerrado y nervioso esperando el momento de conocerle. Me
prometí que, si las piernas no me flaqueaban, me dirigiría a él para saludarlo
sin esperar a que Ricardo cumpliera con su promesa en cualquier momento en el
que coincidiéramos esa noche durante la sesión inaugural o al día siguiente.
Era tal mi obsesión que, tras un buen rato ojo avizor en el balcón de mi
habitación a ver si llegaba alguien con su silueta o incluso dando vueltas por
el hotel como un despistado espía, me armé de valor y, pasada la media tarde,
agotado ya el plazo previo para organizarse de cara a la inauguración, me dirigí a recepción: “El señor Pumares aún no ha llegado”, me contestaron muy correctamente.
La habitación del Hotel Calípolis, junto al paseo marítimo de Sitges.
Mi gozo era un pozo. Tanto como cuando me atreví a enviar a
Carlos un fax una noche de enero de 1992 –casi dos años antes- cometiendo el
error de hacerlo como presidente del Cine Club Metrópolis que yo había fundado
unos meses atrás, en lugar de hacerlo como profesional de los medios. En
noviembre de 1991 me había puesto en contacto con José Manuel Marchante, con
quien me unía una buena amistad desde varios años antes siendo él director del
festival de Alcances de Cádiz, y a quien, en una de nuestras conversaciones, le
comenté mi admiración por Pumares y mis deseos de que quizá pudiera visitar San
Fernando para protagonizar la presentación pública del nuevo cine club.
Marchante me abrió el camino para ello y ya era mi responsabilidad contactar
con él en unos tiempos en los que no existían los móviles y lo más directo era
el teléfono y el fax. Lo primero me horrorizaba pensando en que Carlos iba a
soltar uno de sus bramidos para, seguidamente, colgarme, a pesar de que José
Manuel ya me había hablado de su bonhomía. Si optaba por ello, me hundía la
vida literalmente, porque yo no estoy hablando de admiración hacia una persona
similar a un fan respecto a un cantante: Pumares no era mi artista favorito,
era quien, inconscientemente, había cambiado mi rumbo para dedicarme a la
comunicación y al mundo del cine. Era la persona que había marcado mi vida
profesional desde aquellas ineludibles citas radiofónicas nocturnas. De manera
que envié un algo extenso fax del que, con el curso de los años y junto con otros
que enviaba ya cuajada nuestra amistad, Carlos se mofaba cariñosamente
diciéndome que “no los leo porque son muy largos y no vas al grano”. En
realidad, sí los leía.
Inicio del fax enviado a José Manuel Marchante tras sus contactos con Pumares.
Primer fax enviado a Pumares proponiéndole su presencia en la inauguración del cine club.
Pumares me ignoró en mi primer intento directo de contacto con él,
como era lógico. ¿Qué veinteañero cretino podía pensar que la estrella de la
crítica cinematográfica radiofónica iba a venir a San Fernando a inaugurar un
cine club formado por jóvenes? Pero la segunda oportunidad que tuve con Ricardo
Gil no la dejé pasar. De manera que ahí estaba yo, en la segunda planta del
Hotel Calípolis de Sitges, con más ilusión por ver a un hombre cano embutido
en su característico impermeable rojo de marca que al mismísimo Don Bluth o a
Tony Scott.
Pumares no llegó hasta el día siguiente, el 9 de octubre. Almorcé en el restaurante del hotel en lugar de cualquier bar del pueblo por si acaso le veía en el comedor. Un consomé, unos escalopines y plátanos fritos con una cerveza Estrella Dorada.
Lo encontré por la tarde en la cola para entrar al Auditori. Me dio pánico acercarme, así que
me hice el loco. Esperaba solo, con cara de pocos amigos y un libro en la mano.
Estaba tan obsesionado con el momento que parecía iba por fin a hacerse realidad que no
recuerdo cuál fue la película que vimos juntos en la misma sala. Estaba sentado algunas filas por delante mía, en su habitual butaca. Cuando terminó la
proyección, Ricardo Gil tuvo la oportunidad de presentarme. Me temblaban hasta
las pestañas. Los días posteriores fueron de una intensa y sibilina estrategia
para ir ganándome su favor. Desconozco el porqué, pero el plan salió bien.
Traté de no parecer lo que no era, ni un pesado recolector de autógrafos ni un
aficionado obseso. Intercambiamos opiniones sobre algunas películas como el que
no quiere la cosa, le lancé la indirecta de que emitía mi programa varias
noches desde el teléfono de la habitación del hotel (como así era realmente) con la
intención de que me pudiera juzgar como un profesional del medio y, al término
del festival, continuamos teniendo contacto hasta el punto de que durante
cuatro años participó como colaborador en los programas especiales de Último
Estreno en las noches de los Oscar –las grabaciones las he subido a mis redes
en varias ocasiones- con la habitual, particularísima, divertida y
extraordinaria manera de decir las cosas que tenía Carlos. En las siguientes ediciones del festival de Sitges comentábamos cosas, veíamos películas juntos... recuerdo sus comentarios jocosos por teléfono cuando semanas antes de su celebración le dije que me había quedado sin sitio en el Calípolis y sólo tenía habitación en otro alojamiento muy peculiar o cuando vimos en 1995 el preestreno de Homicidio en primer grado, la excelente película protagonizada por Kevin Bacon cuya proyección terminó con una de sus exclamaciones en plena sala: "¡¡Está de Óscar!!". Creo que con nosotros estaba Boquerini, no sé si él podría confirmármelo.
En 1995 cumplí aquel sueño que deseé en el lejano 1991 o,
mejor dicho, desde que lo escuché por vez primera. Nuestro aprecio se fraguó
desde Sitges y Carlos accedió amablemente a dar una conferencia el viernes 2 de
junio de 1995 en el Centro Cultural Municipal de San Fernando, organizada por
el cine club Metrópolis, hoy ya extinto, y en la que explicó el porqué el cine
no cumplirá otros cien años más como estábamos celebrando a nivel mundial en
aquellos momentos. Los medios de comunicación, radio, TV y la revista del cine
club se hicieron eco de aquel acto que comenzó a las ocho de la tarde y cuyo debate
posterior con el público que abarrotaba la sala con capacidad para 200 personas
obligó a prolongarlo hasta pasadas las diez y media de la noche, con la
consiguiente bronca que asumí por parte del personal de servicio de las
instalaciones. Una quincena de socios del cine club
fuimos a cenar a un conocido restaurante con un menú que costó 4.000 pesetas
por persona aunque fue un desastre contra todo pronóstico. “José Carlos:
desconfía siempre de los restaurantes que tienen gente muerta enmarcada en las
paredes”, me dijo Carlos con su habitual sabiduría. Al día siguiente nos
desquitamos en otro sitio en la capital gaditana y le dejé en la estación de trenes a las cuatro
de la tarde, rumbo a Madrid, en el Talgo.
Carlos Pumares, durante su conferencia en San Fernando el 2 de junio de 1995.
Imagen de una parte del patio de butacas durante la conferencia de Carlos Pumares.
La propuesta del menú de la cena homenaje a Carlos Pumares tras su conferencia.
Página de la revista del cine club Metrópolis de junio de 1993.
Noticia de Diario de Cádiz varios días después de la conferencia.
Por aquel entonces Carlos ya estaba en Radio Voz, tras el vil
asesinato perpetrado contra Antena 3, el 'antenicidio'. La noche antes de su conferencia le
entrevisté telefónicamente en mi programa de radio para que él mismo la preludiara, tras unos días en los que los medios de comunicación habían ya
venido anunciando el acto. A la semana siguiente de su charla, le pregunté si
le apetecía escribir un artículo para la revista del cine club sobre los cien
años del cine, desde otra perspectiva distinta a la de su disertación. El 3 de
julio de 1995 me contestó con un enigmático fax (como ven, lo de la utilización
de este medio era algo habitual entre nosotros). “Es muy delicado el tema que
tengo que tratar contigo. Casi me da vergüenza (…) ahí te mando el artículo que
me pedisteis”.
Lo llamé por teléfono en cuanto pude para que me comentara
qué ocurría. Carlos me explicó que él, por impartir conferencias como la que
había dado en San Fernando, cobraba. Era lógico. Quería pedirme que no
difundiera bajo ningún concepto que había venido a mi tierra sin cobrarme una
sola peseta, por razones obvias y para evitar agravios comparativos. Desde
entonces, y durante los años en los que acudió a citas de esta naturaleza,
guardé un sepulcral silencio al respecto que hoy, ya, puedo desvelar con la
única intención de dar a conocer cómo era la extraordinaria condición humana y
profesional de quien considero mi maestro desde que yo era un adolescente y cómo fue su trato hacia mi persona.
Cabecera del fax que me remitió Carlos Pumares el 3 de julio de 1995.
Artículo escrito por Carlos Pumares y publicado por la revista del cine club en julio de 1995.
Yo tenía 24 años en Sitges cuando estreché su mano por vez
primera y él cincuenta. Desde entonces hemos intercambiado opiniones, no me ha
dicho “no” a ninguna entrevista ni participación en los programas que hice, me echó en cara hace varios años en Sitges, a través de un amigo común, que no hablara con él con
asiduidad (“Ah sí, ¿ese quién es? Si ya no me llama…”) y nos hemos cruzado mensajes de whatsapp hasta que tuve constancia de que su enfermedad avanzaba inexorablemente.
En septiembre de 2019, Pumares volvía a las ondas, aunque digitales, de la mano
de Capital Radio y del periodista Rafael Cerro Merinero, con un programa
habitual llamado Aquí somos así.
-R.C: Carlos Pumares, bienvenido.
-C. P: ¿Por qué?
-R.C:¡Porque vuelve usted a la radio!
-C. P: Pero la radio ya no es lo que fue.
-R. C: Es que vuelve para volver a ser lo que era.
En este programa, como en varias otras entrevistas que le
hicieron en estos últimos años, Carlos se quejó de algunos que en las redes
sociales han venido utilizando su nombre haciéndose pasar por él o
parodiándole, ya que jamás ha tenido facebook ni twitter. Sin embargo, en
numerosos y confundidos medios de comunicación –otros cambiaron el texto horas
después- aparecía un tuit atribuido a su supuesto perfil que no deja de ser de
los llamados “parodia” como figura en su misma descripción, afirmándose
que había fallecido “tal como ha comunicado su familia a través de de la cuenta
del crítico de cine en X, antes Twitter”. Tras intervenir en Capital Radio aquella tarde del 17 de
septiembre, le escribí trasladándole mi alegría por volverle a escucharlo
públicamente. “Tengo que entrevistarte por ello”, le comenté. “Cuando quieras”,
me contestó.
Supe que Carlos iba perdiendo facultades paulatinamente a
causa de su enfermedad. Distancié mi contacto con él para que recibiera los
cuidados que cada vez necesitaba más, especialmente de su mujer, Carmen Gloria. El pasado 29 de septiembre le escribí
felicitándole por su cumpleaños. “Espero verte en diciembre, iré a Madrid a
dejarte un regalo”, le dije en mi último mensaje. Trece días después, moría en
su domicilio. “Carlos ha fallecido”, me escribía Carmen a
través del propio móvil de su marido. Yo no tenía consuelo durante aquellas
horas en las que muchos amigos me comentaron el obituario pública y privadamente. Cuatro días después,
Carmen me volvía a escribir. “Olvidé decirte que no te contestó porque ya se
encontraba mal. Le hubiera hecho mucha ilusión. Gracias por tu cariño hacia
él”. Le dije a Carlos en el mensaje que iba a ir a Madrid porque era mi deseo entregarle un ejemplar de mi libro Las bandas sonoras para despedir los días, que en estas semanas se encuentra en imprenta y la editorial Círculo Rojo publicará a principios del citado mes. Lo siento mucho, querido amigo: he llegado tarde, aunque no tanto como otros del stablishment que no te han reconocido en vida todo lo que le has dado al séptimo arte y a millones de sus seguidores.
Se ha ido quien me convirtió en un enfervorizado amante de "la cosa esta del cine", guio mis pasos sin saberlo a la hora de escoger mi profesión y me demostró su humildad, su caballerosidad y su
generosidad. Cruel paradoja que haya sido por culpa de esa enfermedad que todo
lo borra, haciendo mella en quien jamás olvidaba los detalles de aquello que más
amaba: las películas que le acompañaron a lo largo de su vida.