martes, 10 de octubre de 2023

'El exorcista: creyente'


¿Qué hace que la gente vaya al cine a ver nada menos que una séptima parte de 'El exorcista'?

Por un lado, el ineludible morbo que el mal le da al ser humano, más aún cuando se trata del propio demonio. Por otro, el hecho de que aquella película de William Friedkin, rodada hace nada menos que medio siglo, es una obra descomunal, un filme tan extraordinario que ha venido originando una sucesión de productos discipulares por el propio hecho que supone ser maestra en sí.
Han pasado cincuenta años y alguien recurre a lo que en el cine viene siendo una costumbre destructora de lo monoicónico. Alien fue uno, un ser admirable, puro, como el propio Ash lo definió, el monstruo que apenas veíamos en pantalla para mitificar aún más su inmensidad. Al poco vino James Cameron, hizo una buena película de acción pero puso a los marines a combatir a ejércitos de aliens. Al carajo lo que Ash defendía como apóstol del ser único espacial y rey de la hijoputez. Kubrick nos impactó con el monolito, llegó Peter Hyams y puso a cientos de ellos dando volteretas por el espacio. A la mierda el concepto único que teníamos de él. Ahora, no hay una niña poseída: hay dos, una blanca y otra negra, para que no se diga que no hay correctismo político. Y las va a salvar una ridícula pandilla de superhéroes distinta a aquellos dos sacerdotes, Merrin y Karras, porque el correctismo también alcanza a la religión. Ahora el exorcismo lo hace un grupete en el que está una bruja que practica rituales africanos, una pareja tipo adventista ultra, un ateo, una monja arrepentida... Vamos, que lo entiendo, que el demonio no es patente del cristianismo, pero apesta demasiado tanta universalidad para que todos vayamos al cine.
Consideraciones ideológicas aparte: la película es mala de narices. Soportar los primeros veinte minutos es ya para dar un Oscar al espectador. Meterles el demonio a las niñas por hacer una pamplina infantil con bisutería de una muerta es de una pobreza guionística sonrojante. El uso del Tubular Bells en la música es de una pesadez a la altura del propio Mike Oldfield sacando secuelas del disco cada X años, y las exageraciones actorales son tan ridículas como la pomposidad de Ellen Burstyn, reaparecida a los cincuenta años, en esa también moda americana, como en Indiana Jones, de recuperar a intérpretes para tocar el corazoncito del espectador. ¡Y ojo, que no solo va a aparecer Burstyn, que el final nos depara otra sorpresa! Todo es coba para que esta cosa infecta nos parezca decente.
Te cuento muchas más cosas en la videocrítica de 'El exorcista: creyente' en el canal #UltimoEstreno de Youtube a través de este enlace. Ya sabes que, tanto en el vídeo del canal como aquí, puedes comentar tu opinión y lo que se te ocurra de la película y suscribirte a él si aún no lo has hecho:

sábado, 7 de octubre de 2023

Alcances y el South International Series


Mientras en una arrinconada e ignorada ceremonia de clausura finalizaba otra edición del agónico Festival de Cine Alcances de Cádiz tras 55 años a sus espaldas, los focos, alfombra roja, prensa y sucedáneos y repercusión en general se centraban en el recién estrenado festival internacional de series, que ha causado expectación en Cádiz. A tenor de lo visto ayer y lo que se va a vivir en estos días, estoy convencido que esta nueva iniciativa demostrará que la capital gaditana reúne todas las condiciones para un evento de este tipo.

Pero si es así, ¿qué ha pasado con Alcances? ¿Nos quedaremos en la lectura fácil de que la gente quiere ver series de televisión y de plataformas y ya no tiene interés por el cine? ¿Esa misma gente se aposta en la alfombra roja a ver a los del famoseo porque hacen series y si hicieran sólo cine pasarían de salir de casa?

Qué cruel se ha sido con Alcances. Qué enfermo terminal ha venido arrastrando el Ayuntamiento de Cádiz año tras año sin el más mínimo interés por dignificarlo, sino por cubrir el expediente -hablo de políticos de todos los signos, no de técnicos- para que no se diga "este gobierno lo mató" cuando lleva décadas moribundo.

Un festival cuesta mucho dinero, sí. Sé de lo que hablo. Ha sido el argumentario perfecto para dejar que Alcances muriera. Ahora llega capital ajeno y fresco apostando por una idea para Cádiz y la ciudad se vuelca con la nueva iniciativa. Hay glamour, ambiente, vehículos oficiales de un lado a otro sin parar desde la tarde hasta bien entrada la noche, algunos que ahora sí quieren cubrir informativamente la novedad -o figurar y croquetear- y fiestecitas de las que yo ya me voy retirando desde hace años porque me dan enorme pereza, que de esas llevo decenas de ellas a mis espaldas desde que siendo un veinteañero iba al Festival de Sitges, que ahora está celebrando una nueva edición y siguen enviándome credencial. Lo agradezco mucho, como agradezco a mi apreciado Bruto Pomeroy su interés en estos días porque yo estuviera en el South Series.

Hablaba de la crueldad con Alcances. Y los hechos lo demuestran. Languidece algo por no saber gestionarse, regenerarse adecuadamente, tomar un nuevo camino con otros apoyos institucionales y de la industria tras más de medio siglo de vida, posiblemente sus culpables estaban ayer locos por dar el carpetazo ceremonial para irse al figureo del festival de series del amigo José Carlos Conde, al que le deseo el mayor de los éxitos porque será el de la nueva industria audiovisual con esto de las series y el de mi querida Cádiz. Particularmente no veo series como ya sabéis como no sean 'Verano Azul' y 'Este señor de negro', así que al resto de la humanidad os animo a disfrutar de estos días.

Yo me largo a Nerja una semana y media tras terminar mi libro, que ha sido un trabajo que me ha agotado. Pero del resultado me siento muy orgulloso y no existe hasta el momento nada publicado conceptualmente igual. Ya lo veréis en mes y medio.


lunes, 11 de septiembre de 2023

El libro va camino de la editorial


Autoprometido y cumplido.

Libro terminado esta pasada madrugada.

209 folios con el resultado de más de tres años de trabajo. Esta mañana ya encuadernado y enviado al Registro de la Propiedad Intelectual. En unas horas, a la editorial y, mientras nos 'peleamos', a terminar los vídeos que quedan que los lectores podrán ver a través de los códigos QR y en los que se verá lo que detallo: el papel crucial de 'esa' música para 'esa' escena en 'esa' película, en casi un centenar de películas a través de 70 epígrafes y más de 550 nombres de compositores y cineastas en general.

No, esto no es un diccionario de autores. Es un vehículo que te lleva a comprender porqué la música de cine narra, cuenta, revela, y no es un aderezo más o menos bonito para el oído.

Os seguiré informando...




jueves, 7 de septiembre de 2023

FInalistas para representar a España en los Oscar



'20.000 especies de abejas', 'Cerrar los ojos' y 'La sociedad de la nieve', preseleccionadas para representar a España en los Oscar
-Natalia de Molina, Esther García y Borja Cobeaga, han anunciado las cintas que aspiran a representar a nuestro país en la 96 edición de los Premios Óscar
'20.000 especies de abejas', de Estibaliz Urresola; 'Cerrar los ojos', de Víctor Erice; y 'La sociedad de la nieve', de J.A. Bayona, son los filmes preseleccionados por los miembros de la Academia de Cine para representar a España en la 96 edición de los Premios Oscar, en la categoría de Mejor Película Internacional.
La actriz Natalia de Molina, la productora Esther García, y el director y guionista Borja Cobeaga, miembros de la Academia de Hollywood y de la Academia de Cine de España, han realizado la lectura de los títulos preseleccionados, acompañados por el presidente de la Academia Fernando Méndez-Leite y la notaria Eva Fernández Medina, en un acto que tuvo lugar este jueves en la sede de la institución.
De esta terna saldrá la película elegida finalmente, tras una segunda votación. El próximo 20 de septiembre se anunciará el título que representará a nuestro país en los premios de la Academia de Hollywood.
La ópera prima de Estibaliz Urresola, '20.000 especies de abejas', se hizo con el Oso de Plata a la Mejor interpretación protagonista en la Berlinale para Sofía Otero.
50 años después de 'El espíritu de la colmena', Víctor Erice regresa al largometraje con Cerrar los ojos, una historia interpretada por Manolo Solo, Ana Torrent y Jose Coronado, que se estrenó en el Festival de Cannes.
Dirigida por J. A. Bayona, que vuelve a rodar en español quince años después de El orfanato, La sociedad de la nieve es la película de clausura del Festival de Venecia.
(Nota de prensa de la Academia de Cine española)

viernes, 18 de agosto de 2023

Torregorda



A mediados de los años ochenta, mi vida cambió al trasladarme a vivir desde Cádiz a San Fernando. Mi relación con La Isla era obviamente estrecha desde mi nacimiento, pero yo era feliz en el número 1 de la calle General García Escámez, yendo al Cine Gaditano y en verano al Cine España, cuya enorme pantalla se veía desde la azotea del edificio de siete plantas donde crecí hasta convertirme en un adolescente. Por entonces aún ni siquiera contaba con la mayoría de edad y el cambio escénico fue abrupto, hace unos días lo comentaba con mis compañeros de clase de entonces del colegio Argantonio en una cena que celebramos para recordar viejos tiempos.

Cambié las playas capitalinas de mi entorno -Santa María, La Victoria, algunos escarceos por La Caleta- por el litoral donde disfrutaban mis amigos de San Fernando con los que yo compartía muchas cosas aunque no los baños playeros. Por entonces, Camposoto continuaba militarizada, por lo que la playa que los isleños tenían más cercana era Torregorda, amén de la pequeña franja interior de la Casería que, a decir verdad, no recuerdo a nadie que fuera allí. La costa abierta al mar, la arena fina y dorada que ofrecía la franja entre El Chato y Torregorda era inigualable como paraje natural para tanta gente que se subía al autobús de línea que conecta San Fernando con la capital y que tenía establecidas unas peligrosísimas paradas en la autovía, en una época sin puentes sobre este vial y que obligaba a los grupos que se bajaban del vehículo a cruzar insensatamente por la carretera para acceder a la playa. Se repetía en Torregorda, a la altura del Ventorrillo de El Chato y al inicio de Cortadura. Hoy es algo impensable, pero era así. Quienes lo vivieron pueden corroborarlo.

Mi playa desde entonces fue la de Torregorda. Era la preferida por muchos isleños no sólo por la calidad del litoral, sino porque todo el mundo tenía algún familiar en la Marina y era el lugar de encuentro de los militares para echar el día, tomarse cervezas a cinco duros el botellín y las familias comer hamburguesas, pinchitos o chocos fritos a 30, 40, 60 pesetas... y unos riquísimos dulces y bollos con café a media tarde por precios irrisorios.

Torregorda tenía un paseo marítimo construido años atrás para el disfrute de las familias castrenses, que para acceder a las instalaciones debían identificarse con unas tarjetas personales con nombres, apellidos y la foto de cada cual. Diariamente se mostraba esta identificación a los marineros de acceso al polígono y, tras un prolongado pasillo al aire libre rodeado de plantas trepadoras que daban cierta sombra, llegabas a la zona de arena y a la izquierda accedías por una rampa al balneario que comenzaba con las duchas, vestuarios y, tras otra sinuosa curva, hallabas un amplio lugar con numerosas mesas y sillas metálicas, banderolas que reproducían la señalética militar, salvavidas y otros elementos propios de la Armada a modo de decoración en sus blancas paredes. Una interminable barra de mampostería estaba repleta de marineros que hacían las veces de camareros, imagino que serían los destinados allá en su servicio militar y algún que otro profesional, entre ellos creo que un sargento primero que era el que organizaba el cotarro. A la derecha se encontraba la balaustrada que se convertía en privilegiada atalaya desde donde se podía ver la playa a pie mismo del paseo, el mar y si el celaje lo permitía, Cortadura y un Cádiz dibujado que yo echaba de menos.

Torregorda era un hervidero de bañistas. No sólo iban militares, puesto que para acceder a la playa por la arena no era necesario entrar por el polígono militar, podías venir caminando desde Santibáñez o simplemente andar rodeando el muro de vigilancia del polígono viniendo desde la explanada donde muchos aparcaban el coche o acababas de bajarte del autobús. Marineros armados desde las torretas perimetrales contemplaban aquel devenir cotidiano de cientos de personas en verano, pero no podían hacer nada y los tiempos también estaban cambiando de manera palpable. Las instalaciones eran militares, efectivamente, pero la arena y el mar no eran del Ministerio de Defensa. Hubo un tiempo en el que también dispusieron 'pelones' en la rampa de acceso al balneario a modo de segundo control pidiendo la tarjeta de identificación, ahí ya era complicado colarse en un lugar que, a pesar de su amplitud, siempre estaba lleno y existía la fea costumbre de familias y amigos de pillar las mesas desde temprano -hablamos de las diez u once de la mañana- dejando las toallas y pertenencias y no regresar hasta la hora de la comida. Había saturación de visitantes, aquello tenía una impresionante vida y los camareros temían las horas punta ante la cantidad de gente apostada en la barra pidiendo de todo.

La Marina habilitaba diariamente, durante julio y agosto, un servicio de autobuses que trasladaba a los bañistas desde San Fernando a Torregorda y viceversa. El primero empezaba ¡a las nueve y media de la mañana! y el último al que podías subirte para regresar a La Isla era a las tres de la tarde. Para utilizar este autobús también hacía falta otra tarjeta de identificación con los mismos datos que en la de la playa. Si no, imagínense a todo el mundo subiéndose a los vetustos autocares grises de la Armada... Yo jamás tuve un familiar militar, pero durante aquellos años disfruté de estos carnés que me posibilitaban usar el autobús y entrar en la playa. En mi grupo siempre había amigos que sí tenían padres, abuelos, tíos que ejercían en la Armada y por arte de magia nos convertíamos en hijos suyos o familiares cercanos, cambiándonos nuestros apellidos por los suyos, de manera que nos transformábamos en hermanos o primos de nuestros colegas. Yo llegué a llamarme José Carlos Mengíbar Vázquez gracias a mi querido amigo Enrique Mengíbar o José Carlos Calle Corrales verbi gratia a la mediación del bueno de mi también amigo Miguel Ángel Calle. En otras ocasiones pude colar mi nombre, por ejemplo en 1986, cuyo carné del autobús que nos llevaba a la playa aún conservo como se puede ver en la imagen, aunque mi fotografía se ha quedado por el largo camino.



Y así pasaron los veranos de disfrute de aquella segunda mitad de los ochenta y primeros años de los noventa, entre autobuses madrugadores para jugar al fútbol desde tempranas horas, libros de recuperación de BUP Y COU que releía una y otra vez en alguna mesa de aquel peculiar paseo marítimo y alguna que otra curiosa mirada lanzada a la zona donde finalizaba la barra, en la que tras unos biombos se podían adivinar unos reservados para almorzar atendidos por camareros específicos y de 'mayor prestancia' y en cuyos accesos se leía en placas metálicas los altos cargos de la Armada que tenían allí sus particulares chiringuitos cuando iban a la playa con sus familias. Almirantes, capitanes de navío y otros militares de alto copete que sabíamos que iban a venir o estaban ya allí cuando la vigilancia se acentuaba e incluso no te dejaban pasar y tenías que llegar al otro lado del paseo por la arena.

El caso es que hacía años que no visitaba de nuevo la zona de Torregorda y me decidí a ello hace unos días en este agosto de 2023. Desconocía que no sólo ha desaparecido la actividad en el paseo marítimo que permaneció tapiado tras el cese de ventas en 2009 "por falta de financiación por la crisis" (ver documento anexo), sino que ha sido demolido en su totalidad, por lo que desde hace algunos acá lo que puede verse es el muro perimetral del polígono de cara al mar, que durante años del paseo, hacía las veces de prolongada pared del comedor con las mesas y la barra. Algo de vegetación, algunos restos de lo que fue aquella construcción que aún se encuentran sobre la arena y el vacío absoluto de aquellos veranos tan concurridos. Soy tan fetichista que quise llevarme el fragmento de baldosa que se ve en la foto, pero en ese momento no tenía donde meterlo. el Próximo día me lo traeré. ¿Cuánta gente lo habrá pisado?



Ahora, apenas algunas familias o parejas aisladas que disfrutan de la tranquilidad de un lugar extraordinario y que, como ya alerté en mi artículo escrito hace nada menos que trece años, no está siendo objeto del aprovechamiento que puede tener de cara a la ciudadanía, y especialmente al turismo. A mediados de los años 2000 recuerdo una conversación con la entonces alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez, en la que me reveló la inquietud del Ayuntamiento gaditano por rescatar aquella zona y proyectar una iniciativa sostenible que convirtiera Torregorda en un lugar estratégico para el turismo amigo de las zonas costeras no urbanas. No olvidemos que Torregorda se encuentra en el término municipal capitalino, a pesar de la histórica presencia de isleños en este enclave. De aquello nunca se supo más nada aunque creo recordar que lo publiqué en Cádiz Información como noticia.

Al regresar y ver el paseo marítimo demolido, la zona de duchas y vestuarios cuando se entraba por la verja metálica -ahora condenada- que puede observarse en las fotos que hice el otro día y la belleza de la franja costera de Torregorda, a pesar de que un muro de piedras prohíbe continuar el paseo más allá por ser zona de tiro, no he podido evitar volver a sentir una sensación desasosegadora. No me invade por el hecho de tener nostalgia sobre el dominio militar de la zona, ni mucho menos, ni tampoco me reitero en algo que ya he dicho sobre sus posibilidades de desarrollo. Supongo que mi desazón viene motivada por contemplar lugares y paisajes que formaron parte de mi adolescencia que ya no tienen el cometido de antaño. Para ser más exactos, por ver sitios que te apabullan de recuerdos en tu cabeza de una época concreta de tu vida. Aquella no era mi playa cuando la pisé por vez primera, pero terminó por serlo y así lo acepté gustosamente durante una etapa importante de mi juventud. 



La vida es un puzzle de vivencias que vamos encajando gracias a los recuerdos. Cuando son gratos, permanecen en nuestra memoria y los unimos con la argamasa que nos brindan las cosas y situaciones que deseamos persistan lo menos alteradas posible. Llevas ya recorridas tres cuartas partes de tu vida y, si miras hacia atrás, sientes pánico al intuir que el paisaje y el paisanaje se han podido volver irreconocibles. Porque cada vez que algo que ha conformado tu ser lo ubicaste en el sitio que le correspondía pero han venido posteriormente a alterarlo sin que ni siquiera hayan sido conscientes, la memoria sufre un daño irreparable. Y el tiempo es un inexorable y un jodido transformador de las cosas.

He consultado documentación para comprobar que fue en 2017 cuando se licitaron las obras de demolición del paseo marítimo de Torregorda. Tuvo un presupuesto de 30.000 euros y se destinaron diez días para ello. La torre, declarada Bien de Interés Cultural (BIC, ojo a esta circunstancia), construida en 1932 sobre los restos de la original que se retrotraía al siglo XVIII, sigue allí, como instalación militar que es, porque el polígono continúa en activo. 



También el muro al lado de la verja metálica cerrada, en esa pared nos poníamos los chavales mientras, en ocasiones y sobre nuestras cabezas, surgía un ruido ensordecedor continuo como si el gas de una botella de refresco estuviera saliendo constantemente. Curioseábamos sólo un poco tras la empalizada y veíamos un misil preparado para ser lanzado al mar cuando alguien lo considerase oportuno y diera la orden.

O tempora, o mores. 


Y mientras, 'La Leona' sigue ahí, imperturbable, esperando que volvamos a ella cuando baje la marea..





Torregorda, en 2009, último año de actividad del paseo marítimo.

Autoría de todas las fotos: JCFM


domingo, 13 de agosto de 2023

Quedada veraniega de los 'argantonianos'


Volvimos a hacerlo y seguimos creciendo.

Aquellos niños que en los setenta y ochenta convivíamos durante muchas horas diarias sentados en las aulas del Colegio Argantonio, y que nacimos entre 1969 y 1970 (dos promociones), nos reunimos de nuevo en nuestra quedada-cena estival que desde hace ya tres años venimos haciendo. Continuamos incorporando gente y superamos ya la barrera de la treintena de argantonianos en esta cita. Podrían haber sido incluso más llegando a los cuarenta, pero ya se sabe que el verano es una época de muchos compromisos y a varios compañeros-as los echamos de menos a la espera de la próxima quedada.

Este año ha sido muy especial porque se ha sumado un buen número de ex-alumnos que no nos veíamos desde hace más de 35 años, y que a base de constancia, hemos localizado en estos meses pasados. ¡Han alucinado al participar en el grupo físicamente por vez primera!

Gran ambiente, muchos recuerdos, los nombres de casi todos los profesores en nuestras bocas toda la noche: el director don José Manuel, don Elías, don Cristóbal, don Evaristo, don Manuel Gil, don Juan Ravina, nuestro querido don Ángel Palmero, la señorita Amalia, Chilía, Paco Traverso...Tantos como para llenar esto de nombres de quienes fueron cruciales para que hoy seamos quienes somos.

Gracias a todos. Debe ser la vejez que tengo encima, lo peculiar del camino que debe andarse cuando llegas al ecuador de los cincuenta, el hecho de mirar atrás y valorar lo felices que fuimos, pero la verdad es que particularmente me emociona mucho veros porque, a pesar de haber transcurrido toda una vida, es como si ayer mismo hubiéramos estado en el patio, durante el recreo, dándole patadas igual a un balón que a cualquier cosa con la que se pudiera jugar al fútbol; como si lanzáramos los coches en miniatura, compitiendo, por la cuesta de entrada al colegio, o le gritáramos "¡Paaaaadre!" al cura Antonio Aranda sin dejarle dar clases de música.

Para nosotros también empieza el curso en septiembre, porque seguiremos consultando listas, documentos, contando con la crucial colaboración de nuestro colegio, buceando en redes sociales... en la búsqueda de la felicidad inevitablemente perdida con el maravilloso hallazgo de ella cada vez que sumamos uno más. Cada vez que nos vemos una vez al año todos y muchas veces los más 'jartibles'.




















martes, 8 de agosto de 2023

William Friedkin y Bernard Herrmann. 'El exorcista'


Jamón de cinco jotas es lo que en las últimas horas corrobora en facebook, a través de sus comentarios, Dorothy Herrmann, la hija de Bernard Herrmann, sobre la bronca que su padre y el director recién fallecido William Friedkin mantuvieron cuando éste le encargó que compusiera la banda sonora de 'El exorcista'.

La película sobre la niña endemoniada iba a contar con música del gran Herrmann ('Psicosis', 'Ciudadano Kane', 'Taxi Driver') aunque después se quedaría para siempre en la retentiva de los espectadores el 'Tubular Bells' de Mike Oldfield. Cuando Friedkin se reunió con Herrmann y le enseñó la película, le dijo que todo lo que fuera componiendo diariamente se lo fuera mostrando. Se ve que el director de 'El exorcista' conocía poco la manera de trabajar del compositor y, sobre todo, su carácter, del que también Friedkin iba sobrado. Aquello enojó a Herrmann, que abandonó a toda leche el encuentro.

Cuenta Dorothy Herrmann: "Sí, estaba allí en el Hotel Carlyle en Nueva York, cuando mi padre irrumpió en su suite y me dijo que lo ayudara a empacar sus maletas ya que se iba de inmediato. Parece que acababa de llegar de una reunión con Friedkin donde el director estipuló que si mi padre accedía a componer 'El exorcista', Friedkin insistía en que viera y escuchara su progreso diario. Nunca he visto a mi padre tan enojado. Salió del hotel y se quedó con su hermano Louis en Washington Heights. Había estado esperando una cena elegante en The Carlyle, pero terminamos en una cafetería local".

Dorothy aporta otro comentario ENORME: "Después de que Friedkin le proyectara la película a mi padre, dijo: “Quiero que me escribas una partitura mejor que la que hiciste para 'Ciudadano Kane”. A lo que mi padre le respondió: “Entonces, ¿por qué no haces una película mejor que 'Ciudadano Kane?”.
En la fotografía, la encantadora Dorothy Herrman junto a su padre, en 1947.