¿Nunca os ha pasado como a los niños en una feria? Miran a su alrededor y, compulsivamente, fijan sus ojos sin pestañear en las atracciones, sin importarles su entorno, dirigiéndose hacia ellas como si no existiera nada más.Esa reacción la volvemos a experimentar, siendo adultos, con otras cosas. Al menos a mí me ocurre. Una de ellas es la de encontrarme en algún lugar de esos que venden cosas dispares un stand en el que un tipo ofrece cientos de discos de vinilo en recipientes de plástico, divididos por estilos musicales con una cartulina amarilla escrita a rotulador.
Cuando las bandas sonoras eran complicadas de encontrar e internet no existía para poder comprarlas, tenías que recurrir a alguna tienda de discos de tu ciudad, en la que entrabas aceleradamente para ir pasando con las manos, uno a uno, aquellos vinilos que extraíamos del cajetín en el caso de que nos interesara y ver así su portada y su contraportada. Encontrabas alguna joya y la comprabas inmediatamente si llevabas dinero o hacías lo imposible por tenerla más tarde. Escondías el disco entre los menos manoseados para que nadie lo descubriera hasta que llegabas más tarde con lo que habías reunido. El de 'cazadores de BSO en tiendas o en los nómadas de discos' era una tarea reservada a quienes éramos unos frikis de la música.
La cosa cambió después. Se perdió la magia del hallazgo, el ritual del vinilo, y el comercio digital permitió comprar lo que quisieras. Así, por ejemplo, llegaban a mi casa, cada agosto, las bandas sonoras del Disney contemporáneo más maravilloso, mientras que la película se estrenaba en España cuatro meses después.
Ahora, en realidad, ya no es necesario manosear discos. Todo lo editado está en internet. Pero sigo cumpliendo el ritual como el renacuajo que descubre los cacharritos de feria. Cada vez que encuentro estos puestos vuelvo a desapelmazar los vinilos con mis dedos, con una habilidad igual a la de los contadores de billetes de los bancos de las pelis del oeste. El olor que desprenden es una mescolanza entre el papel apergaminado y el tiempo transcurrido. Así voy pasando veinte, treinta, cien discos... Es una búsqueda innecesaria, un tiempo en realidad perdido, porque la inmensa mayoría de lo que encuentro ya ocupa su sitio en mi colección, pero no puedo resistirme. Y los tiempos de caza y de radio regresan a mi mente durante los minutos que dura esta absurda manía, mientras el tipo que vende aquellas reliquias, con pinta de haber comprado en su día todo lo que editó Chapa Discos, ni se inmuta, acostumbrado a algún que otro ñoño crepuscular como yo.