Podría citar a un buen puñado de directores, cineastas, que me han entusiasmado en el cine y de los que he aprendido viendo una y otra vez sus películas. El Dios Padre todopoderoso será siempre John Ford, a partir de ahí podemos hablar de grandes nombres.
Jerarquizarlos no obstante no solo es un ejemplo más de la errática necesidad que tiene el ser humano de matematizar todo, sino también un error conceptual, porque cada cual tendrá una lista -equivocada en general, acertada en su particular universo- no solo en función de los gustos, sino de cómo le ha llegado la manera de contar una historia en la pantalla, el impacto en las propias experiencias, el momento en el que se vio, la sensibilidad hacia otros elementos narrativos fundamentales como la música, los diálogos, el montaje... Solo John Ford está por encima de las matemáticas.
Digo que el cine es técnica y arte, y en este sentido desempeña un papel crucial tu determinismo marcado por lo que te rodea y, por ejemplo, la época en la que descubriste el cine. Lo haces con directores que dieron sus mejores obras sin que tú aun existieras, pero también con quienes los has visto madurar y crear conforme ibas creciendo. Coppola, Scorsese, Pollack, Scott, Camus, Garci... Ibas creciendo y los veías en la televisión, en los estrenos de sus películas, en las entrevistas en los medios, alguno que otro que has llegado a conocer en festivales sin que jamás lo hubieras imaginado.... Gente que ha crecido contigo, en su mundo, mayores que tú generalmente, pero cuyas creaciones han ido a la par de ti y te han llegado al tuétano.
Por eso yo siempre fui de Steven Spielberg. Yo tenía 13 años cuando se estrenó ET y la vi varios días después de que comenzaran a proyectarla en el cine Avenida de Cádiz. Un familiar me había comentado que era "demasiado oscura". Yo salí del cine como si acabara de descubrir de nuevo el cine. Solo había experimentado esa sensación cuando de muy pequeño vi una reposición de 'Los diez mandamientos' de De Mille y comprendí que esto de las películas iba a ser una cosa de la que iba a apropiar indebidamente para toda la vida. La gente lloraba en la sala cuando ET parte hacia el espacio en el desenlace de la película y yo ya lo había hecho en una cuantas ocasiones: el dolor de tráquea provocado por las notas de John Williams cuando Gertie escucha el cuento de Peter Pan en boca de su madre mientras ET y Elliot están escondidos, el mimetismo entre el chico y la criatura o cómo alguien había sido capaz de sincronizar de aquella magistral manera la música compuesta para casi el cuarto de hora en el que transcurre la persecución policial a las bicicletas. ¡Quince minutos que transcurren como si fueran segundos! Eso sí que es ritmo cinematográfico...
A ET le precedió 'Tiburón', también alguna otra -como después- más fallida, y con ellas, 'La lista de Schindler', la saga de Indiana Jones, 'Inteligencia Artificial', y como productor, Spielberg hizo posible títulos sacrosantos de mi adolescencia y la de millones de mi generación: 'El secreto de la pirámide' o 'Los Goonies' son dos buenos ejemplos de ello.
Quiero decir que he crecido mientras Spielberg creaba. Y he crecido asimismo en conocimiento cinematográfico gracias a él y a sus obras, pero también en el incremento de las sensaciones ilusionantes que provoca su cine, en 'el pellizco' ante la pantalla, en dar rienda suelta a las emociones de planos y secuencias de su sello personal, heredado de grandes de antaño como, precisamente John Ford, al que un barrilloso Spielberg llegó a conocer un día y en un par de minutos el director de 'La diligencia' lo echó literalmente de su despacho después de preguntarle qué era lo que él veía en los cuadros que tenía colgados en las paredes. El joven Spielberg respondió que unos indios, unos caballos, un desierto... el veterano director lo mandó a callar. Entonces le dijo: “Cuando entiendas por qué el horizonte está arriba o abajo de la imagen, y no en el centro, puede que seas un muy buen cineasta. Y ahora, vete al carajo”.
Spielberg, que nada en la abundancia y rueda con los medios que nadie tiene, hizo ET hace cuarenta años con dinero y con la ilusión de un niño como Elliot. La pasta te permite llegar hasta donde quieras, pero un trapo sujetado con pinzas a la cámara, sin mayor truco que los dos agujeros practicados en la tela para simular una cámara subjetiva, te revela que quien es artista sabe hacer arte con cualquier cosa. Y además, te da una lección para quienes quieran crear pero se lamentan por no tener dinero para hacerlo.