En España se suicidaron en 2020 un total de 3.941 personas. Las circunstancias de la muerte de Verónica Forqué han conmocionado a todo el mundo, pero muchos de esos que ahora dicen estar consternados no se han parado jamás a reflexionar sobre el grave problema de las personas que deciden quitarse la vida, una cifra que aumenta cada año ante la desorientación que actualmente vive el ser humano, los problemas económicos, emocionales, la incomunicación, la alienación o la brutal competencia para llegar a ser el número uno a la que someten a gente ya sea anónima o famosa en repugnantes programas de televisión, incluidos los de cadenas públicas que pagamos de nuestros bolsillos.
Decía que el año pasado se quitaron la vida 3.500-4.000 personas. Las comparativas no sirven para minimizar otros factores de
fallecimiento, pero sí para darnos cuenta de que hay que exigir de una vez todas
mayor infraestructura sanitaria en materia de psicología y psiquiatría, de
atención a quienes necesitan apoyo por sus problemas mentales, casos de los que
no se hablan porque parece un tema tabú. Porque es del todo inexplicable que
existan campañas intensivas de tráfico y nos hablen constantemente de los
accidentes de circulación, algo que es necesario, pero cuyos datos nos revelan
que en 2020 murieron 1.370 personas en las carreteras españolas. Es decir, menos
de la mitad de los suicidios.
La violencia de género es algo aberrante, con lo
que hay que acabar como sea, pero desde el año 2003, hace la friolera de 18
años, han sido asesinadas 1.078 mujeres a manos de esos hijos de puta. En todo
este tiempo, ni siquiera esa cifra llega al 50 por ciento de un año de
suicidios.
Hasta el tercer trimestre de 2021, en España se
han cometido 206 asesinatos registrados por los cuerpos de seguridad, una cifra
casi insignificante comparada con el número de personas que decidieron acabar
con su propia vida. Y así podemos seguir, con estadísticas frías, a las que se
les puede contestar con la voluntariedad del suicidio como ‘motivo de
culpabilidad’ de estas personas. Pero lo que es vergonzoso es que la sanidad
española no afronte por derecho el gravísimo problema de cómo estamos ‘de la
cabeza’, dicho en lenguaje coloquial. Y no lo acometa con equipamientos,
presupuesto, prevención… Todo lo necesario para afrontar una enfermedad situada
en primera línea hoy día por culpa de cómo vivimos.
Pero no. El dinero público se va para programas
televisivos con gente compitiendo por ver quién presenta mejor unas alcachofas
en un plato, quién canta mejor o quién convive en espacios cerrados como cobayas
víctimas de la experimentación mediática. Y da igual que participen juguetes
rotos, como nuestra Verónica Forqué.
A Verónica la encontró su asistenta en su casa,
sin vida… Qué horror. Qué desazón produce pensarlo. Ojalá su muerte no fuera
inútil y sirviera para pararnos y pensar qué mierda de sociedad hemos creado. Me
temo que millones de ahora consternados verán en breve, como una anécdota, la
muerte de la actriz, y seguirán sentados en el sofá enchufados a programas con
más personajes manirrotos, usados hasta la extenuación.
Qué asco de mundo estamos manteniendo.