Veo ‘Madres paralelas’ y me da la sensación de que Pedro Almodóvar padece una ansiedad motivada por el paso del tiempo. No sé si será una equivocada impresión, pero descubro un cineasta de más de setenta años que le entra la impaciencia por contar en su última película tantas cosas como debería desarrollar en las siguientes. Quizá piense que no va a rodar muchas más y entonces le sucede lo que a esta última: todo está inconexo, deslavazado, más que madres paralelas existe una monumental carajera de temas paralelos metidos con calzador.
Solo así se explica a qué viene la impostura guionística de las fosas comunes en una historia sobre la maternidad que por sí sola ya es motivo de primer orden y un paño que el director posee una especial habilidad para desarrollar. Porque la maternidad y la memoria histórica son dos cosas muy serias como para rozar la falta de respeto que supone incardinar una con otra sin sentido alguno. A lo deshilachado del producto se le suma su previsibilidad, lo que ya intuimos sobradamente que va a suceder con las dos niñas de una –eso sí- Penélope Cruz extraordinaria y una Milena Smith tan inexpresiva como inconstante en sus actitudes. Súmese a ello la bisexualidad como otro correctismo político con calzador, una mimética banda sonora de Alberto Iglesias y nos encontramos en pantalla con una película paradójicamente inverosímil, cuando sus dos (inconexos) pilares guionísticos son dramáticamente reales para el ser humano: las compleja maternidad y los asesinados en las cunetas sin el justo resarcimiento de su memoria.
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