La sucesión de hundimientos del suelo de las calles de la ciudad dejando socavones de envergadura quizás sea producto de la falta de mantenimiento municipal, desde hace varios años o desde tiempos inmemoriales. Es el principal argumento que los ciudadanos, quejosos, exponen en las redes sociales.
Pero vamos a hablar claro. El suelo se hunde por donde el tráfico ha venido masificándose. Y lo que te rondaré morena si no se pone remedio. Te pillas un spray de pintura, te das una ronda por los barrios como el de la Pastora y las calles aledañas al Carmen (allí ya ha cantado la gallina en Benjamín López) y puedes señalar con una equis perfectamente los anuncios de boquetes en donde es cuestión de semanas que el firme se venga abajo.
Hablaba de decir las cosas claras. Esta es una de las numerosas consecuencias de la nefasta idea de crear un tranvía en San Fernando, ese al que se le espera desde hace ya década y media. Ni siquiera los que veían las bondades para la ciudad de este medio de transporte son capaces de argumentar, a día de hoy, lo que quizá en cierto modo era sostenible años atrás. Me refiero a los isleños de a pie, no a los políticos, a los populares que han heredado este considerable marrón, a los antaño andalucistas puestos de canto y a los socialistas, con un ayuntamiento que desde antes de cambiar el gobierno autonómico ya trataba de desmarcarse de los dimes y diretes de esta ruina sobre raíles y ahora ni te cuento. Del PSOE era y es Fernando López Gil, verbi gratia de la bondad de Pedro Sánchez, menospreciado por el individuo en cuestión en un famoso tuit. López Gil, uno de los acérrimos defensores del invento sobre ruedas, que ha pasado de asegurar que se venderían billetes para viajar en breve a ser senador por la mismísima cara. Todo un "nos vemos".
El tranvía ha obligado a masificar el tráfico rodado por calles de la ciudad no acostumbradas a semejante tránsito. Han sido, generalmente, vías de barrios tradicionales, adoquinados, en los que la frecuencia de paso de coches o autobuses era algo llevadero para ellas y su subsuelo. Vino el tranvía a constituirse en todo lo contrario que el soterramiento en Cádiz, es decir, a dividir en lugar de unir la ciudad, a trazar circulatoriamente un San Fernando desde la calle Real a Ronda del Estero y otro desde la principal arteria de la ciudad hasta Pery Junquera. Otro día hablamos de la división 'económica', de la que deberían hablar los comerciantes y vecinos. Los que no tienen interés en ir en listas electorales, claro.
Para permear ambas zonas divididas para que el mamotreto cruce la ciudad desde una punta a otra, no hay otra opción posible en la circulación rodada que utilizar calles perpendiculares, que en un buen número de casos no estaban acostumbradas a esa masificación de tráfico. De la misma manera que el conductor que entra por la Venta de Vargas no puede acceder al corazón de la ciudad por Real, de modo que un porcentaje interesado en trasladarse a la zona entre Real y Pery Junquera accede por las calles del barrio de la Pastora, o bien se marcha a través de ellas. Y así calles como Hernán Cortés, Santa Teresa de Jesús, Ancha, Colón, Mazarredo, Bonifaz, etc. ven masificado su tráfico y basta observar la calzada para comprobar el estado en el que se encuentran, por no decir lo que opinan sus vecinos. Del Carmen tres cuartos de lo propio, y el tráfico por el barrio de la Iglesia Mayor es para comprobarlo con solo permanecer en sus calles durante varias horas.
El tranvía, el tren tranvía para más señas, es una ruina y un destructor de San Fernando, pero sobre todo una nefasta idea, me atrevería a decir que una de las más desafortunadas de la historia de esta ciudad. Mientras las ciudades europeas más avanzadas caminaban hacia el siglo XXI peatonalizando sus cascos históricos, en San Fernando llegaron unos lumbreras para hacernos creer que nuestro casco antiguo era la calle Real, cuando en realidad éste era el 'casco económico', la razón de ser del corazón comercial de la ciudad. Y los comerciantes y los bares necesitan la circulación y bolsas de aparcamientos, no dos vagones inmensos pasando a su alrededor y haciendo temblar todo.
San Fernando ha perdido la oportunidad de ser una ciudad modélica europea, aunque suene pretencioso. Un plan integral de circulación y peatonalización con miras hacia el futuro hubiera apostado por peatonalizar barrios señeros de gran interés urbanístico y tradicional. Alguien ya lo vio hace casi tres décadas, cuando Alfonso Berraquero -sí, si, Berraquero- puso sobre la mesa una remodelación de la plaza de la Pastora con sus calles peatonales, arcos y una preciosidad amable para quien quiere pasear por este pintoresco barrio. Años después, tenemos una vergonzante reforma de esa plaza perpetrada en 2014 por el anterior gobierno del PP y un masivo incremento de coches, autobuses y camiones provocado por una política errónea socialista en calles que necesitan cariño, sensibilidad y sobre todo saber qué hacer con ellas y por extensión con la ciudad.
Me imagino un barrio pastoreño peatonal, y no hay que irse a Cracovia para aprender de esta idea. Decía que veo en mis ilusiones la Pastora con calles amables, al mismo nivel en su solería, fachadas encaladas, tiendas artesanas y tabernas pintorescas, hostales con encanto, sus casas de hermandad visitables, que recuerden al Pópulo gaditano, al Santa Cruz sevillano a nuestra manera... Imagino un barrio de la Iglesia Mayor como epicentro cultural y un Carmen como reclamo camaronero. Y por supuesto veo una calle Real con tráfico -descongestionada gracias a las dos vías paralelas de moderno uso, Pery Junquera y Ronda del Estero- en la que aparcamientos subterráneos en la Plaza del Rey (¿recuerdan aquel cuento de la lechera?) y en las inmediaciones del Carmen solventarían las necesidades de estacionamiento comercial.
Esa hubiera sido La Isla ideal, y todos esos cientos -¡cientos!- de millones se hubieran empleado en transformar la ciudad de cara a sus potencialidades. Hubiera habido dinero hasta para cambiar totalmente el perfil de la sonrojante imagen de los terrenos baldíos de Renfe que se extienden desde la estación de trenes en General Lobo hasta el puente de la Casería, donde el soterramiento de la vía férrea hubiera dado oportunidad a construir sobre ellos espacios verdes e infraestructuras para un barrio penosamente olvidado. Pero se ha hecho al revés y ya no tiene solución.
Lo peor de todo, tras cargarse una ciudad, es ver cómo el tranvía nace muerto porque se ha convertido en una de las implantaciones más odiadas por la ciudadanía. Hace ya nada menos que seis años, un político de San Fernando del gobierno actual me decía: "Cuando el tranvía ya comience a funcionar, nadie se acordará de las obras". Seis años de este oráculo. Pues eso.
(Foto: Diario de Cádiz)
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