Todd Phillips deja para la historia una de las películas más inteligentes del cine contemporáneo a la hora de atraer la atención del espectador.
Joker es un filme con un apabullante valor visual, con una estudiada medida cromática en cada momento, en el que todos los elementos estilísticos están al servicio de un incomensurable protagonista, desde la suciedad que rezuma cada fotograma a una gran banda sonora cuyo cello es consustancial con la gradual involución que experimenta Arthur Fleck en un mundo de partida cruel que recuerda a Schumacher en su 'Un día de furia'.
Pero el director se encuentra con un doble trabajo que le cuesta afrontar, el mismo al que se enfrenta cualquier realizador -con su guionista- cuando se trata de exponer la historia de alguien que rompe el binomio 'director sabe-espectador no sabe'.
En este caso, desde la butaca esperamos desde el inicio un descenso a los infiernos del protagonista por cada número de hijoputadas o desequilibrios que lleve a cabo, y si no se aportan elementos novedosos en una historia ya sabida, y tampoco se apuesta por dinamizar el tiempo narrativo sino que se suple que el espectador sabe por la estética constante, la película se resiente y se encierra en sí misma y en un predecible camino hacia, en este caso, un caos social final que ya conocemos desde el principio.
No obstante, Joker es de obligada visión por muchas cosas que te cuento en una nueva videocrítica en el canal #UltimoEstreno de Youtube.