Permitidme hacer un paréntesis en la vorágine de 'Star Wars: The Last
Jedi' y ofreceros un reportaje en vídeo con la crítica de 'Coco', de
Disney-Pixar, incluyendo un repaso por las películas y cortos que tratan
el mismo tema y la colaboración especial de Carmela, que con nueve
añitos de edad me ha explicado 'Coco' a la perfección, porque yo no me
entero de algunas cosas
Carmen Martínez, tu hija debería venirse a algún que otro festival de cine conmigo :-) ¡Gracias por todo!
Hasta ahora nos habíamos acostumbrado a remakes de películas míticas, taquilleras o mediáticas en su momento. Décadas, medio siglo después de sus estrenos, trataron de modernizar a aquellos héroes de guerra, ir más allá del cartón piedra, desempolvar guiones que ya habían rodado los Wyler, De Mille o Hitchcock para volver a darles una vuelta de tuerca con el objetivo de 'actualizar' unas historias que quizás daban más de sí con la técnica actual. El inconfeso motivo real casi siempre está en el Box Office. No era nada nuevo, pero los motivos de antaño tenían el aura de la romántica envidia. A Thorold Dickinson le plagiaron su Luz de Gas y en la retina se ha quedado para siempre Ingrid Bergman, cuatro años después, dirigida nada menos que por George Cukor. Un cuatrienio no es nada, pero menos son unos pocos meses, debe haber pensado De la Iglesia.
El cine debe estar muy enfermo cuando ahora se hacen remakes tan inmediatos. O quizás estamos dándole demasiada importancia a copiar -con todas sus letras- una curiosa cinta italiana que han visto unos cuantos y solo se trata de un divertimento sin más pretensiones que embadurnar la comedia primigenia con sal negra -y gorda- para que el producto parezca más cáustico y a otra cosa mariposa, mientras Telecinco vende la película más impersonal de toda la carrera de De la Iglesia a pesar de su voluntarismo por dejar una impronta que apenas aparece. Y va a ser por eso. Porque estamos ante un producto en el que ni el director parece tener más interés que el andar por casa tras la cámara para explotar el filón poco aprovechado de 'Perfetti Sconosciuti', aquella comedia italiana de 2016 (!) que traspasó pocas fronteras. Ahora toca reventar taquilla con las miserias escondidas en los odiosos móviles con una difusión más potente. Al menos no se quemarán las copias de la película de Paolo Genovese, como le pasó a Dickinson. Aunque nunca se sabe...
¿Todos tenemos algo que esconder? Y lo que guardamos celosamente para nosotros mismos, nuestras obras inconfesables, tanto las que hacen daño como el grotesco e inofensivo fetiche que podemos llevar dentro, con nuestras manías que solo absorbe nuestro espejo, ¿hasta qué punto permitimos que lo conozca el resto de la humanidad a través de un teléfono? Intimidades, miedos, ufanidades de gloria, vanidades estratégicas, lo que somos capaces, a quién conocemos y no conocen otros. Las redes sociales y las amistades privadas en una sola mano. Explosiva combinación que forma parte del yo más oculto, el que quizás todo el mundo tiene, y que indefectiblemente resulta muy atractivo para la pantalla si además se revela a través del nuevo vehículo, del 'macguffin' de las nuevas tecnologías a las que medio mundo está enganchado hasta el enfermizo punto de creer a pie juntillas cuantas barbaridades aparecen en las pantallas del Iphone.
Y para mezclar en una coctelera elementos tan atractivos aparece De la Iglesia con solventes momentos -Eduard Fernández y la relación con su hija dejando en fuera de juego a una Belén Rueda cada vez más camaleónica- y otros que lastran la película -en general toda la intepretación de Eduardo Noriega y su previsible affaire- y una sensación general de comedia grotesca in crescendo, degenerativa sin el menor ápice de parecerse a El ángel exterminador y muy mucho a una cena de los idiotas con los mismos problemas que en general arrastra el cine del director a la hora de resolver.
Aun falta pues por hacer la película que deje desnudos a sus protagonistas por culpa del infernal invento que ha hecho que la humanidad permanezca más comunicada pero peor que antes de la existencia del whatssap, el telegram y todo el compendio de redes de contacto rápido para, al fin y al cabo, escribir lo que podemos hablar o dejar huellas de lo que no debemos decir.
El éxito de la Saga de Saw es más que explicable. Otro asunto es que sea justificable. Las sucesivas secuelas de las andanzas de John Kramer sustentan su éxito sobre tres pilares fundamentales, dos de ellos sociológicamente novedosos. El primero se halla en el padrenuestro del cine, en el limbo sinóptico de las historias de asesinos en serie perseguidos por individuos que responden a los prototipos policiales-científicos, desde inspectores con intrahistoria hasta forenses que no hacen ascos a cadáveres con secretos. Nada nuevo. Pero las dos piedras angulares que ha venido a aportar la saga de Saw tienen la sufiente consistencia como para prolongar la saga hasta donde les apetezca a sus promotores y estén dispuestos a hacer taquilla. De hecho, esta octava parte ya lleva recaudados más de 90 millones de dólares cuando su coste apenas alcanzó los diez millones.
Con cada secuela tenemos realmente en pantalla grande un gran hermano televisivo en el que se ha dado una vuelta de tuerca hacia el terror y lo sanguinolento. Pero no nos confundamos: Saw es, ante todo, un juego orwelliano, un crisol de actitudes -eso sí, impostadas y extremas para satisfacer al público menos sesudo frente al que aprecia realmente este inteligente cóctel de comportamientos- reflejadas en sujetos dispares que tienen pecados que esconder y que, conforme avanza la explosiva combinación de las interrelaciones encauzadas por guionistas manipuladores de cobayas, revelan ante el espectador de manera inconsciente los comportamientos humanos más primitivos, todo ello mientras la sala come palomitas y elige a sus personajes en función de la sintonía de caracteres. Es decir, gente encerrada que sobrevive, en este caso para escapar de las salvajes pruebas del asesino en lugar de ganar un premio en metálico y la fama catódica. Y esto funciona como todos sabemos desde que alguien inventó GH.
El segundo factor de éxito está directamente relacionado con Jisaw. No estamos ante un asesino en serie que mata por placer o por maniqueísmo, sino frente a un ser con la peligrosa vitola de un superhéroe que, lejos de serlo por sus retorcidas trampas, provoca que el espectador se identifique con su concepto de la venganza y la aplicación de la justicia 'suis manibus' con lo que ello significa en una sociedad actual crispada en la que la mitad está sedienta de castigo sin escrúpulos hacia la otra mitad. De manera que no es difícil encontrar a quienes se pongan de lado del perverso John Kramer sintiéndose juez supremo. Y eso es tan preocupante como actual.
De ahí que Saw, con toda su casquería moderada en esta octava edición, con su estética impactante y exclusivamente soportable para sus incondicionales, encierre mucho más en toda una saga cuyo hilo conductor nos lleva una y otra vez ante la rendición de cuentas de gente con miserias (¿cuánta humanidad así?) frente a un dios juguetón cuyas pruebas y métodos, eso sí, dejan que desear en esta nueva secuela. No deja de producir cierta sorna ver que Saw aun utiliza grabadoras de un modelo más que anacrónico en estos tiempos y trampas que ni un programador de videogames clásico se le ocurriría por temor a que los consumidores piensen que regresan los tiempos del ZX Spectrum. Jeringuillas a elegir, granero para ahogar a los personajes, palancas que accionar, escopeta que apunta a dos... ¡Saw necesita más imaginación para triunfar en este gran show de pruebas televisivas!
Mitad de los años noventa, no recuerdo bien qué año. Presentando, en la
Casa de la Cultura de San Fernando, los actos por el Día de la Mujer
Trabajadora. Con esta imagen quiero mostrar hoy, Día Internacional
de la no Violencia contra la Mujer, mi firme apoyo a las mujeres que,
junto con la violencia física, han sentido en sus vidas la mayor de las
frustraciones posibles: ver impedidos sus valores, sus méritos, su
desarrollo, quedando relegadas a meras comparsas de 'honorables hombres'
que no hubieran sido nada sin el abnegado apoyo y comprensión de sus
parejas. #25N#diacontralaviolenciamachista
‘La librería’ me da rabia. Lo siento, debo tener una visión
cinematográfica demasiado proclive al espectáculo. Y las películas sin alma no
son espectáculo, pero el cine sí lo es. Todo el cine, todos los géneros, todos
los estilos. Con esta afirmación estoy aplicando el concepto académico de
espectáculo, en cuyo padrenuestro definitorio se especifica meridianamente: “Cualquier
cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de
atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor, u otros afectos más o menos vivos o nobles”.
Por eso ‘Pelle el conquistador’ era espectáculo sin que
apareciera Indiana Jones. O ‘Julieta’ sin ser Juana de Arco, sin más
aspavientos que la virtuosa descripción de la intimidad femenina, eso sí, con
una impecable manera de medir los tiempos, disponer la cámara compositivamente
y evitar el manierismo de su protagonista, en la película de Coixet empeñada en
imitar a Hugh Grant en todo un repertorio de morisquetas y dislates faciales.
Pero Coixet no es Almodóvar, eso resulta obvio. Y me frustra
que los mimbres tan golosos que contiene la novela de Penélope Fitzgerald se
hayan desaprovechado para hacer un cesto en el que el alma del mensaje se
escapa a raudales por cada poro de fotograma.
No se puede tener un guión tan atractivo y hacer una película
tan fría. Falta espectáculo. Y no es que la insustancial música de Alfonso
Vilallonga se sustituya por algo de Thomas Newman (Ay, Fernando Velázquez, si
hubieras pillado esto de los libros…); ni piruetear con la segunda unidad;
tampoco estamos hablando de contrapicados ni el uso de la stadycam para entrar
en la librería o en el banco donde no llego a entender el sentido de los planos
escogidos por Coixet. Ni los de la conversación con el pescador en el muelle,
con esos espantosos encuadres como si ahora aplicáramos al clasicismo más ñoño
los mandamientos del dogma. Y ya no digamos de las eternas secuencias que
hilvanan un producto que, por gelidez narrativa, por fotogramas estáticos y el
primitivismo de enlazar el metraje con paisajes, se empequeñece desde el inicio
hasta convertirse en un pudo haber sido y no fue.
“Es Coixet, estúpido”, me espeta un amigacho de esto del
cine. No sé si lo hace para que aplique la indulgencia plenaria a, para colmo,
un filme previsible que a algunos les recuerda ‘Chocolat’ pero con libros y sin
la gilipollez de los piratas y a otros les viene a la mente el universo onanístico
mental de ‘Amelie’. Yo es simplemente me pongo en 110 minutos a pensar en la
librera luchando de verdad por su local, a sacar provecho de ese pedazo de
actor que es Bill Nighy y la relación entre ambos, a desabusar de los
travellings laterales en primer plano, a ‘darle calor’ a lo que veo y me sale
una película de verdad. Un espectáculo. Lo que vemos ahora en pantalla es un
tibio y desaprovechado homenaje a los amantes de la lectura, entre cuyos muchos
pedantes existentes se encontrarán sólidos defensores de una librería cuyo
único calor lo aporta una estufa como elemento crucial del filme, y que, en el
mundo de la perenne indefinición en el que se encuentra Coixet y su película
instaladas no podrán explicarnos convincentemente los motivos por los que
Florence Green no puede prosperar con su negocio. Si fuera porque es mujer, la
película adolece de feminismo, es decir, de ‘calor militante’. Si la causa son
los propios libros, con guiño incluido en Farenheit 451, falta una ardua
defensa de lo que aportan realmente aportan a nuestras vidas. Si es la cerrazón
de la mecenas del pueblo, se desconoce el porqué. Curioso por otra parte que el
personaje más cálido que pueda encontrar el espectador diga que jamás lee.
Sea como fuere, la frialdad y la indefinición por bandera.
Lo dicho, una lástima.
De cómo un producto ocurrente y a los quince minutos anodino se convierte en un chollo para quien haya puesto la pasta en esto. 'Feliz día de tu muerte' ha costado 4,9 millones de dólares y lleva recaudados 89 millones en las semanas que permanece en pantalla en numerosos países del mundo tras rifársela las exhibidoras.
No es una copia de 'Atrapado en el tiempo', la famosa película del Día de la Marmota, porque sencillamente se nos desmonta la acusación ante la 'frescura' de su director, que en uno de los penosos diálogos del filme pone en boca de sus protagonistas el recuerdo a la mismísima cinta que protagonizó Bill Murray. Es decir, que no hay trampa ni cartón. Si la aderezamos con el título 'La muerte os sienta tan bien' podría colar, porque Jessica Rothe, que es tan antipática que deseamos que no vuelva a despertarse cada mañana, vive un auténtico ejercicio de renovación espiritual y traumas fuera cada vez que la putea el sujeto de la careta.
En definitiva, un bucle que podría funcionar como ejercicio cortometrajístico pero que su director, Christopher Landon -por cierto, hijo de Michael Landon, el sufrido padre de 'La casa de la pradera'- ha prolongado en un traje de desaliño juvenil demasiado grande y el producto resulta desgarbado.
Pero para más detalles, incluidos los de la música de Bear McCready, que sobresale entre los valores de la película, puedes ver mi análisis en mi canal Youtube:
Fernando Velázquez sorprende en su concierto en Cádiz invitando a Pasión Vega a interpretar copla con la ROSS y el Coro Ziryab.
Pretendía hacer una crónica corta del concierto en podcast, pero me ha salido de 45 minutos (¡Horror! :-P).
No obstante, hay música y dos momentos inéditos extraídos del concierto
de ayer, entre ellos la canción que canta la malagueña.
Os lo
ofrezco en Últímo Estreno Digital en este enlace para que escuchéis mi
valoración del espectáculo que vivimos y disfrutamos en el Gran Teatro
Falla: