lunes, 20 de marzo de 2017

Jesús de la Misericordia en vía crucis



A mí es que me gusta así cuando sale en su vía crucis, para qué voy a engañar a nadie.
Tan humilde a la vez que poderoso en su naturaleza. Recuerdo desde mi niñez contemplarlo sobre una escueta parihuela con su túnica más sencilla, sin potencias, flanqueado por cuatro faroles y apenas unas flores agrupadas delante de sus pies. Eran los vía crucis por la Pastora donde apenas había bombillas que colgaban de los hierros forjados del inicio y final de cada calle, donde el empedrado aun conformaba las calzadas de las calles del barrio pespunteadas con losas de tarifa. Y aparecía aquel cristo de rostro fino -siempre lo fue- con un perfil que enamoraba y su cuerpo erguido. Era protagonista de una estampa casi única en la Cuaresma isleña. Porque los vía crucis no proliferaban. Ni los conciertos. Ni los carteles. Ni las solapas con homenajes. Ni los pregones.
Cuando transcurrieron los años y Jesús de la Misericordia fue restaurado, la sombra reflejada en las paredes de las calles de su barrio había cambiado. Seguía siendo Él, no cabía duda. Con otro cuerpo que Alfonso Berraquero esculpió en su taller de la calle Bonifaz: un varón académico, la perfección del escorzo, gemelos poderosos, muslos fibrosos y brillantes, paño de pureza labrado, la espalda oculta mortificada por las señales de la pasión... Había cambiado su perfil, si acaso había tomado la cruz de otra manera tras su tercera restauración, tras la tercera caída. Pero su rostro estaba allí, el mismo que, hace casi trescientos años, cinceló Dios padre en la madera sirviéndose de un italiano que hizo realidad la mirada sufriente más dulce de la Semana Santa isleña, la boca entreabierta más sencilla, la vista humillada a la vez que más regia que ser humano pueda dedicar. Jesús de las nuevas manos que creara Alfonso, las que mejor agarran el madero de toda la imaginería cristífera, las que nos duele por la sangre que recorren las venas esforzadas. Las que coloca Jesús Noriega sobre el leño, ya en el paso, como si fuera sobre él mismo, mientras las gargantas se hacen nudos.
Los vía crucis, los de verdad, los devotos y no solemnes por incongruente ostentosidad, son una viva y callada manifestación de fe. Los bordados y la profusión de flores quedan relegados a la austeridad que muestra al Cristo más humano y cercano en el rezo de la oración más convencida. Así debe ser para entender el mensaje más sincero y verdadero. Que ya vendrán luego nuestras ansias por ponerle los mejores bordados, la banda más exquisita y las flores más fragantes.
Yo sigo cumpliendo el contrato que creo que mi fe firmó con El Señor de la Misericordia en mi niñez sin ni siquiera darme cuenta de ello. En él estaba escrito que debía ir siempre a Su lado, el último de esa fila derecha que le precede en Su vuelta humilde por el barrio o en Su reinado de la tarde noche del Jueves Santo. Yo con túnica o sin ella. Y con mi presencia, hago valer el compromiso indeleble forjado desde que vi la luz del mundo por vez primera, la que me regalaron para toda la vida Sus ojos de piedad.

Jesús de la Misericordia. 1985. Foto: Agustín Hormigo
Jesús de la Misericordia. 2009. Foto: JCFM

miércoles, 15 de marzo de 2017

45 años de El Padrino


El 15 de marzo de 1972 se estrenaba en Estados Unidos 'El Padrino'. Con ella se iniciaba una trilogía de la que seleccionas secuencias que te acompañan en cada etapa de tu vida hasta completarla. 

Cuando la ves siendo niño, te impresiona el asesinato de Sonny en la aduana. Aun faltaban muchos años para Tarantino. Si vuelves a visionarla en tus primeros escarceos juveniles, prestas atención a la relación amorosa de Vincent Mancini y Mary Corleone (muy a pesar de Sofía Coppola). 

En la profundización por el montaje cinematográfico, en edades 'académicas' y convertido en una esponja de cursillos de cine, repetías una y otra vez hasta desgastar la cinta de vídeo los primeros veinte minutos. Creías en América y en la venganza. Los entremezclabas con la hitchcockiana secuencia del restaurante Louis de El Bronx y su maravillosa teatralidad final tras irse al infierno McCluskey de un tiro con el que Michael le descerraja las sienes. 

Cuando empezaron las puñaladas traperas de verdad en tu vida rememorabas aquella quijotesca frase de "si un hombre honesto tiene enemigos, son enemigos míos". Ya en la madurez estableces un paralelismo entre las incesantes ocupaciones de tu vida con Al Pacino y aquella puerta que se cierra ante los ojos de Diane Keaton. 

Supongo que, en la vejez, surgirá en nuestra mente aquella frase de Michael Corleone y la imagen de la hojarasca llevada por el viento que daba inicio a la tercera parte: "Querido hijos: han pasado unos cuantos años desde que me trasladé a Nueva York...". Pues hoy han pasado 45 años. Y Nino Rota, siempre, como hilo argumental musical, inmortal. Como el buen cine.

sábado, 25 de febrero de 2017

El COAC, mi Carnaval

Hay dos noches al año fijas en las que no veo la cama: la 'Madrugá' del Viernes Santo y la de la Final del Concurso de Agrupaciones Carnavalescas del Gran Teatro Falla. La primera desde que hace ya años marcho a Sevilla, la segunda desde que conocí los entresijos del Carnaval a finales de los noventa.
Debería ser más exacto, porque al referirme al Carnaval quiero decir el COAC. Cuando me enviaron a trabajar en el periódico Cádiz Información, en 1998, comenzó a gestarse lo que sería 'El Gallinero', el suplemento del citado medio, dedicado al Carnaval. Había una plantilla extraordinaria en este rotativo, cuya empresa editora contaba con el privilegio de tener además en sus filas a autores de agrupaciones o que habían salido en algunas de renombre. José Manuel Sánchez Reyes dirijía el suplemento, Pedro Manuel Espinosa, que ahora coordina el Diario del Carnaval del Diario de Cádiz, había sido componente de la comparsa de Antonio Martínez Ares. Juanma Romero era autor, y José Luis Porquicho no había quien lo hartara de coplas. Justo Mata cubría las infantiles, los actos de las peñas y barrios. Colaboraban en 'El Gallinero' autores con artículos de lujo, la redaccion fotográfica era brillante con Cata Zambrano, Marcos Piñero...
Jamás había tenido relación alguna con el Carnaval y de hecho no era un gran aficionado. Por aquellos años lo viví en mi familia gracias al coro de Paco Melero, pero no fue hasta mi desembarco en el Falla cuando me enamoré de la fiesta.
Dado que teníamos que cerrar la edición del periódico con lo último que sucediera en el COAC, nos trasladábamos cada noche hasta el foso del Teatro, donde José Luis Porquicho hacía las crónicas y yo supervisaba textos y terminaba la portada como jefe de redacción. Un mes allí, cada noche, frente a cada agrupación dando lo mejor de sí, me asombró de tal manera que aquello que en principio era un trabajo agotador -lo siguió siendo, obviamente- y sin descanso excepto las noches sin sesiones entre cada fase clasificatoria, se convirtió para mí en una droga de música y letras aderezada por tantas cosas que sucedieron en el Falla en aquellos años: la ruptura de Martínez Ares y su comparsa, la irrupción de Juan Carlos Aragón en este género, el gradual ascenso del joven Vera Luque, el 'Bati' con sus cuartetos, la sensibilidad de Bustelo, Valdivia empezando a mandar, los que incluso querían pegarle a Porquicho por algunos de sus comentarios, nuestras escapadas al gallinero para ver la reacción ante las agrupaciones malas y recoger las frases ingeniosas, los bocadillos en el ambigú, cuando Enrique Alcina escribía las críticas para el Diario de Cádiz sentado al lado nuestro y lo pasábamos de miedo con sus ocurrencias...
Todo un universo apasionante. Llegué a comprender el Carnaval y a embriagarme de ese mundo durante siete años. E insisto, no soy certero en mis palabras, porque en realidad soy amante del Carnaval de concurso. No me gusta la calle. Esta mañana terminó la final de este año y para mí ya ha acabado el Carnaval. Sé que no es así, que la verdadera fiesta se inicia ahora. Pero no tengo la culpa de que me atraiga la magia de ese maravilloso teatro gaditano con las letras de las agrupaciones, sus entrañas, tanta gente trabajando para hacerlo realidad, lo que no se puede contar que te cotillean determinados autores...
Han pasado muchos años y cosas. Después vino mi etapa en el Cádiz CF, mi empresa editora, mi actual labor en el Ayuntamiento de San Fernando... Pero siempre guardo con mucho cariño aquellos años de concurso. La vida da muchas vueltas, tantas que quién iba a decirnos a Porquicho y a mí que él iba a ser jefe de prensa del Ayuntamiento gaditano y yo desempeñar mi labor de asesor en el de La Isla. Aunque mantenemos el contacto, nuestro trabajo nos impide vernos con la frecuencia que desearíamos. El otro día coincidimos en el Falla cuando asistimos a una actuación de una agrupación de San Fernando, me dio mucha alegría. Y la pasión por el Carnaval me temo que jamás se me irá, especialmente cuando comparto mi vida con una mujer que desde la cuna es una aficionada recalcitrante. 
Estas últimas doce horas las hemos pasado frente al televisor, y como dicen que cada gaditano lleva dentro un jurado del Falla, además de un entrenador de fútbol o un capillita, yo no voy a ser menos y hemos disfrutado mucho puntuando a nuestro modo y manera. 
La primera foto corresponde a la final del COAC del año 2002 con mi buen amigo Mauricio García, corresponsal de Europa Press en Cádiz, con el que de Carnaval y Semana Santa me he llevado años cotilleando. Era compañero de redacción en Cádiz Información. La segunda foto es de 2005, la de un grupo de periodistas en el que, curiosamente, está mi compañera actual en Prensa en el Ayuntamiento de San Fernando, Menchu Barba, imitando por lo menos al jorobado de Notre Dame. Grandes juergas y charlas que nos corrimos en Cádiz durante aquellos años. La tercera imagen, parte de mis votos de esta noche. Por cierto, no he dado ni una. :-)


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viernes, 17 de febrero de 2017

Luz verde a los insultos


En esta semana se ha insultado y acusado. Y mucho.
Podemos tener diferentes opiniones. Es sano. Si las redes sociales sirven para exponerlas y extraer conclusiones con afán de aprender de lo que nos puedan aportar los demás, entonces cumplirán con una importante misión.
"Estupidez", "carajotura", "memez", "idiotez", "desfachatez", "gilipollez", "inútiles", "ladrones", "será porque hay que pagar a..."... y otras lindezas ajenas al rico debate que puede tenerse al respecto solo descalifican y dejan al descubierto la mentalidad de quienes utilizan términos incompatibles con el respeto.
No sé si el desmadre irremediablemente incontrolado en las redes de los radicales atacados en su interesada heterosexualidad es tan preocupante como que se dé el caso de profesionales del periodismo o de la administración pública que no han dudado en sacar también los pies del tiesto. En definitiva, sumarse al insulto. Me ha llamado la atención el artículo de José Joaquín León en Diario de Cádiz del 17 de febrero. Hablamos de un curtido periodista que ha sido director de este rotativo que, como es lógico y legítimo, tiene derecho a opinar sobre los semáforos de San Fernando y su simbología. Pero, francamente, me parece grosero y desafortunado llamar "boba" a la alcaldesa de una ciudad.
"Los semáforos anti homofobia que han instalado en San Fernando me parecen una bobada de Patricia Cavada, la alcaldesa", dice tan a gusto alguien que no solo debe ser ex sino parecerlo. Yo, como soy seguidor de la racionalidad lógica de Forrest Gump, también creo que tonto es el que dice tonterías, de manera que boba es quien hace bobadas. Además, me parece impropio comenzar su alegato justificando su respeto a los homosexuales. Muy "Excusatio non petita". Pero no voy a ser yo quien dé lecciones a todo un erudito en periodismo y en semáforos. Eso sí, en otro momento hablaremos de su interpretación sobre la iniciativa de los semáforos "con el único interés municipal de complacer al lobby gay", según afirma. Creo que a este 'lobby' como despectivamente lo denomina en el contexto del artículo lo tienen mucho más contento otros poderes fácticos que bien conoce el ex de Diario de Cádiz, como es el caso de sectores muy influyentes de la Iglesia, que una alcaldesa de una ciudad. Pero de eso no se habla, no se opina. No es que sea pecado, es simplemente resquemor a la valentía.
En definitiva, y hablando de lo importante, termino la semana preocupado. Tanta irascibilidad -y desconocimiento, porqué no decirlo- me hace pensar. Mi segunda preocupación ha venido de la lectura de una petición popular para boicotear una obra de teatro en San Fernando porque en su elenco aparece Willy Toledo. Presumiblemente estoy dando alas a algo que no merece ni mencionarlo, pero no puedo remediarlo: me preocupa el despropósito contra una manifestación artística y el incremento de censores.
En esta semana ha insultado y acusado. Y mucho.
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lunes, 13 de febrero de 2017

Día Mundial de la Radio


Asumo el cachondeo que va a suponer esta fotografía del año 1990 y los desmayos masivos al verla, pero no me resisto a celebrar que hoy, 13 de febrero, es el Día Mundial de la Radio.
La que me acompañó durante 16 años, en la que aprendí y en la que trasladé a tantos fieles oyentes mi pasión por el cine durante centenares de noches, las noticias de La Isla al mediodía, los titulares de la prensa al amanecer y algunas cosas más, junto con vivencias, que permanecen en mis recuerdos y son imborrables.
Hoy es el Día de la Radio, el medio de comunicación con más magia del mundo y en el que disfruté muchísimo también junto a compañeros del medio, de buenos amigos y contertulios que participaban con orgullo en 'Último Estreno'. La amistad y los conciertos de música de cine nos siguen uniendo muchos años después.
En la foto, nada de hoy. Ni los revox se utilizan, ni las mesas de mezclas 'de ruedas', ni los cartuchos de cintas y menos aun esas camisas de cachemira, los relojes casio con sintonías y ni siquiera la gente le pone perejil ya a San Pancracio, aunque ese momento no tenía pero les prometo que en muchas ocasiones había quienes le colocaban un vaso al lado con agua y un buen manojo.

domingo, 5 de febrero de 2017

Fernando Velázquez y Javier Coronilla

Anoche en los Goya triunfó gente que conozco y por eso me alegro mucho. Independientemente de cómo valoremos cada película, de nuestros gustos personales, es una alegría ver a Fernando Velazquez con la estatuilla en la mano o cómo se premia la labor técnica de 'Un monstruo viene a verme', en donde está presente el isleño Javier Coronilla. Sin su trabajo, no hubiera sido posible ver las facciones del monstruo en la peli de Jota Bayona. Ni tampoco algunas cosas sorprendentes de 'Rogue One', entre otras.
Talento a raudales de gente del cine que aprecio y de gente de San Fernando. En esta fotografía mía, la alcaldesa Patricia Cavada y el concejal de Desarrollo Económico, Conrado Rodríguez, observan una de las creaciones de Javier en una reunión celebrada el pasado verano.




La primera vez que charlé con Fernando Velázquez tranquilamente fue en un burguer de Málaga en febrero de 2011. Ya ha llovido. Salimos de un concierto dirigido por él y fuimos a cenar algo varios de los que estábamos en la organización del Festival Internacional de Música de Cine y amigos inseparables de correrías cinematográficas-musicales. Lo pasamos muy bien porque discutimos mucho sobre, por ejemplo, 'Poltergueist', ante mi insistencia de que la película es una media basura. Fernando se llevó las manos a la cabeza y los apasionados intercambios de impresiones lo recordamos muchas veces. Aunque no lo parezca, seis años son muchos, y si no, pues ya véis la fotografía que nos hicimos al salir de cenar. El segundo por la izquierda es Fernando y en el centro, atrás, estoy yo. Vaya caretos.


domingo, 29 de enero de 2017

La La Land, el nuevo icono del gafapastismo


Me temo que lo peor de La La Land no es la indefectible -y necesaria, para tener memoria histórica- comparativa con los clásicos musicales. Que Ryan Gosling se sujete a una farola guiñándole el ojo con el gesto a Gene Kelly, o que el grupo de féminas recuerde a la chicas de Grease, aun sin el magnetismo de una Stockard Channing nunca valorada, son 'homenajes' o 'copias descaradas' según el espectador se tienda más a la filia o a la fobia irracional hacia el filme.

Recurrir al pasado para desprestigiar el presente es una técnica peligrosa, porque de llevarla a cabo, tendremos que medir por el mismo rasero cualquiera de las obras cinematográficas de los últimos tiempos que no tienen porqué disfrutar de un cheque en blanco si no se lo concedemos también a Damien Chazelle y su película.

El musical tiene carácter, es un género identificable, aunque les parezca una perogrullada decirlo así, como definición teóricamente pleonásmica. El musical tiene canciones, las producciones bélicas no. El cine de guerra también lo identificamos, pero a nadie se le ha ocurrido masacrar lo último de Mel Gibson por sus 'guiños' a Kubrick, entre otros maestros tras la cámara. Ni su celebrada Brave Heart tuvo comparativas con imágenes cuando Wallace se transforma en Kirk Douglas a caballo y en Escocia. Al sobrevalorado Eastwood nadie le acusó de rodar 'Memorias de América' con un fotógrafo bohemio en lugar de un cazador aventurero. Y así sucesivamente hasta comprobar que en el cine no hay nada nuevo salvo una estética rompedora que pueda envolvernos lo que siempre nos cuenta. 
Es, precisamente y hablando de musicales, lo que sucedió con Moulin Rouge, al fin y al cabo una simple historia de amor en la que una pistola golpea la Torre Eiffel y un tango rasga un parqué con una áspera y buscada iluminación. Elementos suficientes, junto con el resto de similares y maravillosos aderezos, para convertise (esta sí) en el mejor musical del cine contemporáneo, una prolongación estética y una vuelta de tuerca perfeccionada del Luhrmann de Shakespeare.
Lo peor de La La Land no es la crítica fácil, ni siquiera que es el musical más endeble del cine comercial de los últimos 20 años. Tampoco que reduzcamos el producto a una historia de amor y poco más. ¿Qué es, al fin y al cabo, el cine en su máxima expresión, reflejo del sentimiento más encomiable del ser humano? ¿Qué hizo Curtiz con Bogart y Bergman sino un folletín histórico, aun cuando los excelsos diálogos puntuales ("Los alemanes iban de gris y tú llevabas un vestido azul...") aportaban lo tan difícilmente lograble e indefectiblemente necesario para obtener la vitola de una obra maestra?

Me temo que La La Land no sufrirá la rémora de la comparativa. Lo peor de ella es que se convertirá en el buque insignia de los espectadores más pedantes, los buenistas del flowerpower que se ensimisman en los primeros treinta minutos con una Emma Stone que parece Amelie dando vueltas por un mundo que no le corresponde (lo de Jean-Pierre Jeune fue todo un icono del gafapastismo) y, aunque paulatinamente la simple historia (el amor; "los tortolitos", Torrente dixit) toma vuelo de cierta altura cinematográfica, no deja de quedarse a medio camino para culminar con un rewind tan tramposo como la propia película y que deja al binomio director-guionista en el altar de los intocables porque hay desenlace para todos los gustos. Cobardía, se llama eso.

Una lástima, porque el filme además es de esos que apabullan en sus primeros instantes con una coreografía espectacular pero que, como el prólogo aquel del león de la Disney, fue lo mejor del filme. El resto nos sirve para desear comprar el cd, silbar en el coche las canciones y ver el oscar en la vitrina del compositor. Como La La Land.