Conocí a
Daniel Monzón personalmente en noviembre de 2002. Su nombre permanecía indefectiblemente relacionado con Fotogramas, revista de cabecera de todo amante del cine que se preciara. De escudriñar las películas pasó a hacerlas y se había iniciado varios años antes con el riesgo que suponía rodar un filme de aventuras, espadas y brujería en tiempos actuales y en España. Pero 'El corazón del guerrero' sirvió para comprobar primordialmente el nacimiento, con buenos presagios, de dos hombres de cine: Monzón y Roque Baños, el gran compositor que ha permanecido unido al director durante esta década y media. De hecho, nuestra cita fue en los desafortunadamente desaparecidos Encuentros Internacionales de Música de Cine que se celebraban en Sevilla, que cada año cubría informativamente, y que en aquel otoño reunió a Roque Baños y tres directores: Emilio Martínez Lázaro, Álex de la Iglesia y Daniel Monzón, que acababa de estrenar 'El robo más grande jamás contado', un producto al amparo del cine de Blake Edwards que corroboró la versatilidad de Monzón a la hora de proyectarse tras la cámara. Una moldeabilidad sinóptica que acompañó de grandes dosis de inteligencia, y así, por los fotogramas de Monzón fueron pasando alquimistas, cuadros de Picasso o los suicidios de 'La caja Kovac', de la que en cierto modo bebe la nueva y exitosa 'El niño', con 800.000 entradas vendidas en solo una semana.
Ha vuelto a ser listo, Daniel Monzón.
Ha sacrificado honradez cinematográfica por concesiones para lograr que, de forma unánime y entusiasta, los espectadores se coloquen del lado de la película.
Otorgándole al director las loas correspondientes por superar las dificultades de hilvanar una historia centrípeta que termina por entramar a sus personajes colocados en envolventes escenarios naturales, no obstante se obstina en contentar a todos de manera demasiado descarada, de cuyo empecinamiento nacen
estereotipos policíacos manidos -policía solitario y honrado; compañera asexuada a pesar de la estupenda Lennie; colega de pistola no fiable/traidor-bisagra para crear vericuetos en posibles desenlaces- y, especialmente,
historias menores destinadas a consumidores de series televisivas que lastran largometrajes como este. Es el caso concreto de la relación amorosa del personaje que encarna Jesús Castro con Amina (Mariam Bachir) que, hábilmente, Monzón sostiene a distancia del espectador para disimular la carnaza, obteniendo como resultado una desdibujada y previsible relación sin interés. Hubiera sido más apasionante -y honesto-
haber profundizado en la callada historia, viva y dolorosa, de las mujeres que, a pocos kilómetros de donde escribo ahora, cruzan fronteras, sirven a sus 'amos' y, como si retrocediéramos a siglos pasados, constituyen una oprobiosa fila diaria e interminable de madres que luchan cargando de uno a otro lado de dos continentes.
Sí resuelve extraordinariamente el director las escenas de acción y no duda en crear descaradamente y sin complejos al nuevo monstruo cinematográfico tras desaparecer, hace ya años, el genuino. Y es que Tom Cruise debe estar mordiéndose las uñas si ha llegado a visionar el cartel oficial de 'El Niño'. Tantos años tratando de imitar al maestro y un gaditano, un vejeriego, es capaz de mostrar la penetrante mirada del buscavidas más sublime del celuloide en un solo afiche sujetado con chinchetas en salas de cine abarrotadas de público del
público más heterogéneo que pueda sentarse en las butacas donde Roque Baños ha decidido pespuntear los fotogramas con un correcto y tópico incidentalismo y los más fanáticos pueden esperar a los créditos finales para escuchar la canción de India Martínez.
En las fotografías que acompañan al texto, Daniel Monzón (2i abrazado por Roque Baños) junto a Álex de la Iglesia y Emilio Martínez Lázaro y abajo, la página del periódico de aquel noviembre de 2002.