No tengo intención alguna de debatir sobre política, ni lanzar indirectas ideológicas. Probablemente, en este sentido, mi reino no sea de este mundo, si se me permite la paráfrasis, aunque eludir la participación en el ruedo de los partidos no es óbice para que opine sobre
Fernando López Gil y
Jaime Armario. Creo que ahora, al afrontar sus nuevos cometidos -el primero como delegado del Gobierno andaluz, el segundo coordinador del Instituto Andaluz de la Juventud-, San Fernando pierde -quizás definitivamente- la oportunidad de contar con dos brillantes gobernantes municipales. No me une con ambos más que la amistad, la misma que con algunos otros políticos de distinto signo. No soy militante del PSOE, si bien no sería justo si no les agradeciera el apoyo que hace tres años decidieron prestar a mi proyecto empresarial y al periódico, tanto en los apacibles cafés que Fernando siempre ha estado dispuesto a compartir con mucha gente de La Isla como con el apoyo publicitario de su partido hasta que llegaron unas elecciones locales cuyos resultados dejó más que tocadas a las personas y no a las siglas. Todo ello no sirve para comprar mis loas, entre otras cosas porque no soy nadie influyente como para que un partido político se sienta beneficiado o perjudicado con mis filias y fobias.
López Gil y Armario fueron hace años exponentes de una necesaria renovación política en La Isla, con el aval que ofrece la juventud más que las ideologías, la ilusión por encima de los principios macropolíticos, de las ansias por evitar que tu ciudad pierda el tren sobre los reparos que provocan los desacuerdos secundarios. Aquella frescura tuvo su recompensa y en las elecciones municipales de 2007, con un equipo en consonancia, ganaron la Alcaldía de San Fernando, arrebatada días después por mor de la permisividad del sistema de pactos, ese que a la clase política le dio por arrimarse, sin poner vallas al coto de un principio democrático inamovible: si hay que pactar, la fuerza mayoritaria debe estar presente, por lógico respeto a los electores. Lo contrario se convierte en la perversión de la democracia, algo que no digo yo, sino que lo aseveró en su momento la parlamentaria isleña Carmen Pedemonte (PP).
Quiso La Isla que cuatro años después ganara José Loaiza la Alcaldía de San Fernando y como no hay nada que objetar al respecto, pues santas pascuas. Pero tengo la convicción que aquella ciudad necesitada de un giro en muchos aspectos hace cinco años, perdió el dinamismo del que hacían gala López Gil y Armario. A lo mejor me equivoco y es sólo un pálpito ajeno a cualquier defensa política o rechazo a terceros que también tenían puestas sus ilusiones en hacer de San Fernando una ciudad tan distinta de la que vemos desde hace ya demasiado tiempo...
Espero que a ambos les vaya bien en sus respectivas tareas. Lucharán no sólo contra el anónimo trabajo diario y las zancadillas cercanas, sino también frente a los ciudadanos que los señalarán como parte alícuota culpable de la ruina en la que está sumida este país, esta provincia. Tendrán que capear el temporal y jamás encogerse de hombros, de hecho es probable que perdieran la Alcaldía isleña por los 'daños colaterales' provocados desde Moncloa, de manera que al menos esa fácil acusación no les sobrevendrá desprevenidamente. Mucha suerte. La misma que nos desearon en aquel desayuno navideño de 2010 en el que Fernando nos regaló a cada periodista una participación en la Lotería Nacional.