Vivimos en un mundo en el que, desafortunadamente, conviene echar un vistazo a quien te acompaña para ver si al ofrecerte su mano va a empuñar una daga o está realmente desarmado. De ese gesto nació el apretón de brazos romano y posteriormente el universal estrechamiento de manos, como signo de paz. Esa desconfianza me aflora en las ocasiones en las que, como aseveran nuestros mayores, parece que tengo 'un viejo en la barriga'. Tengo tal espíritu libertario -que no liberal al constituirse en un término que define a un indefinido cajón de sastre- que mi credulidad y flexibilidad pasa en ocasiones por pasotismo, especialmente entre los que no valoran la libertad y la verdad. Pero el 'viejo en la barriga' aparece y... jamás se equivoca. Lo he tenido en varias ocasiones en este año a punto de finalizar. Y en ninguna fue un error tras comprobar los hechos por deformación periodística profesional o esperar lo que indefectiblemente llega. Lo sigo sintiendo en el estómago con determinadas cosas que indirectamente tienen relación, o la han tenido, conmigo. Directamente y ahora mismo en absoluto, porque hace tiempo que comencé el proceso -ahí sí soy inflexible por salud personal- para eliminar de mi vera la maldad, la ingratitud, la mentira y la vulgaridad. Y a la gentuza que la practica también. De manera que indirectamente, algo me dice que hay una organización que va a acabar muy mal. Alguien que, aun sin saber de qué va esto de vivir por su juventud, va a dar una sorpresa desagradable en 2010. Que cierto político -cercano- tiene las horas contadas y que yo llegaré vivo a junio, cuando acabe la primera temporada de SAN FERNANDO COFRADE. Llegaré satisfecho, seguramente, pero como va a parecer petulante que todo lo relativo a terceros sea negativamente apocalíptico y lo que se refiere a mí se asemeje al color de rosa, diré que el vejete que ronea en mi barriga también me advierte de que o sigo trabajando las 24 horas al día o no sale adelante mi proyecto. No valen 23, ni 22 horas. Un tropiezo y no mantenemos el tipo. Así de claro. Y ese augurio es igual de palpable para mí que los otros anteriormente dichos, que me importan en realidad un carajo en comparación con el mío.
La cosa es que en el asunto de García Lorca, mi viejo barrigoso me patea desde dentro haciéndome el mismo daño que una hernia de hiato. Me da más tormento que Aminatu Haidar en estos últimos 33 días, en los que no ha dicho ni una sola palabra que no sea criticar a España. Vale mi reconocimiento a tu coraje y al pueblo saharaui ante el impresentable estado marroquí, pero de ahí a hacer de mosca cojonera de mi país,... El 60% de los españoles encuestados cree que lo sucedido con la activista saharaui es culpa de Marruecos, así que... Algo raro pasa con tanto darle la brasa a mi gobierno, sea del color que sea. Rrraro rrraro rrraro...
Mi viejo me dice que me pregunte y que os invite a hacerlo también. ¿Cómo es posible que durante casi tres cuartos de siglo hayamos creído que los restos del poeta granadino se encuentran bajo tierra en el monte de Alfacar y ahora no aparece en la fosa común un solo botón de ropa, un jirón, una bala ante un lote de fusilamientos?
En octubre de 2008 asistí en Grazalema a las jornadas de memoria histórica en las que participaron reputados investigadores de fosas comunes, buscadores de tumbas con explicaciones propias de películas de aventuras pero lastimosamente reales. Fueron varios días en los que quise aprender sobre un aspecto histórico que me apasiona. Fui a cubrirlo para un periódico a sabiendas que jamás me pagarían el kilometraje ni los gastos generados durante esas jornadas en la Sierra ni valorarían ese trabajo por el que me llegaron posteriormente efusivas felicitaciones. Podéis ver algo aquí...
Allí llegué a darme cuenta del alcance de algunos hechos desconocidos de la ominosa historia de la España enfrentada. Y en el ámbito técnico, insisto... Me resulta complicado que se haya mantenido la teoría de la fosa común del poeta.
Más preguntas me vienen a la mente. ¿Por qué el interés de los herederos de García Lorca en no descubrir esa tumba común y esgrimir todos los inconvenientes posibles en estos años y hasta última hora? ¿Por qué tantos palos en los radios de una rueda necesaria histórica y moralmente?
Ahora aparece la desorientación generalizada. ¿Qué hacemos? Es la pregunta, sobre todo, de los historiadores. Habrá que reescribir lo escrito sobre el granadino. ¿Hasta qué punto? ¿Todo lo que está sucediendo da pie a un aprovechado interés revisionista en favor de alguna tendencia política?