Os recomiendo enfervorizadamente que busquéis un hueco de al menos una hora para visitar la Feria de 1812 en la gaditana plaza de San Antonio. La acertada idea de la Unión de Comerciantes de Cádiz viene a aportar un importante grano de arena a los eventos que en estos días se desarrollan rememorando la relevancia de la Constitución emanada en Cádiz hace casi dos siglos.
Los cinco sentidos están presentes en esta plaza, durante meses demasiado vacía -reivindico el templete de antaño- o invadida por antiestéticas iniciativas de lonas gigantes. Los vendedores de cada uno de los puestos colaboran en la recreación de un mercado de aquella época salpicado de elementos modernos o incluso exóticos y deliciosamente anacrónicos. La vida que desprende el corazón de Cádiz gracias a esta feria durante estos días es algo extraordinario y un claro ejemplo del acercamiento del constitucionalismo diciochesco a los ciudadanos cuyos tecnicismos políticos en torno a la celebración de 2012 se convierten en un hándicap o en un motivo insuficiente para identificar a ambas partes.
La feria es una gozada. Una guapísima piconera de negro y pespunteada de celeste en su madroñera vende artículos de bisutería artesana justo enfrente de un puesto de dulces árabes hechos allí mismo en un horno mientras se puede degustar un té. Su mirada me cohibió y no hay fotografía de ella. Pero de otras muchas cosas sí. Rabiosos colores de chucherías azucaradas -de manzana, melocotón, fresa, plátano,...- dan paso a otro puesto con personajes vestidos de soldados de la época que venden dulces de mil formas y tartas artesanas de Santiago, de Moka, de limón con grosellas,... Un imponente hombre de color (negro, como dirían Les Luthiers) ofrece, en una maravillosa imitación de cantina, bebidas de coco, mojitos, daikiris o piñas coladas. Los gansos de carne y hueso dan vueltas, alegres en la luminosa mañana gaditana, dentro de las jaulas artesanas alambradas, mientras una familia de conejos dormita en otra anexa. Decenas de puestos, un tíovivo ecológico en el que los pequeños se suben y su responsable lo pone en marcha pedaleando en una bicicleta situada en el centro de la pequeña atracción; chacinas de la Sierra, quesos de mil y un tipos, juegos para niños y música medieval intercalada con la árabe. Olores a azúcar quemada en competición con carnes curadas,...
Todo un deleite. Ya lo veréis.