Anoche me di un baño de gaditanismo.
No hizo falta remojarse en las aguas de La Caleta porque, tal y como estaba la noche, eso no es ser gaditano, sino carajote. Tampoco fui a un ensayo de Carnaval porque para eso tuve enfrente al Libi, que suelta una de las suyas y es como si hablara el papa pero de cachondeo: excátedra y lacónico. Y no pisé un Carranza seguro que inundado hasta el despacho improvisado que ocupé cuando trabajé en el club porque el Yuyu me sirvió de visor para ver a través de él no sólo a otro ejemplo del ingenio carnavalesco, sino a la sufridora afición cadista y a las fotos fijas de los amarillos, que aparecen en ellas como todos los futbolistas, escorzaos perdíos, como para subirlos en un paso detrás de un olivo, por ejemplo en un Prendimiento, corriendo para llegar antes de que un hijoputa le eche el lazo al Maestro,...
Tampoco necesité irme a Jerez como cada mañana de sábado, esas que dejo el coche cerca del alcázar y paseo andando hasta los estudios de Onda Jerez de la calle Caballeros y me basta mirar de soslayo las mesas en la plaza del Caballo para sentir el rezumar de la clase, de la elegancia jerezana copa en mano,.. No hizo falta porque estuve con María Cala, que no tiene nada que ver con la estirá de María Callas. A lo que contó micrófono en mano tengo que sumar los piropos que me dedicó después tomando una copita mientras recordaba lo que Lola Flores decía de los hombres,...Tantos años vistiéndola, tantos años haciendo el primordial gesto de la propia vida, pero cambiando el aire por el arte: respirándolo, conteniéndolo en el interior, y expulsándolo para que disfrutemos de él. Tantos años vejado por los franquistas que lo castigaban limpiando al verlo por la calle por el mero hecho de ser homosexual, "aunque yo soy mariquita; maricón, mejor, que suena a bóveda", dice María.
Tampoco me fui a la peña la Perla de Cádiz porque no necesité una taranta para emocionarme. Me bastó la voz quebrada de Chano Lobato, muy malito, que no pudo asistir y dejó un mensaje grabado para las más de cuatrocientas personas presentes en el acto. "Dales muchos besos a todos, ¿eh? Pero a todos, que no se te olvide nadie, que los quiero a todos, a mi Cai...". Lagrimeo el mío incontenido al ver sus imágenes fijas en la pantalla y escuchar su voz esforzada, como un mensaje de cuerpo incierto y alma para siempre.
No necesité irme a cenar porque tenía allí a Gabriel, de Los Tarantos. La venta que es una galería de fotos y de platos exquisitos, de Gabi amable y atento, diciendo tu nombre nada más llegar con una amplia sonrisa y disfrutando detallándote el pescado que hoy toca. "No me ha dado tiempo a hablar de más cosas de La Isla, José Carlos", me dice al terminar el acto, para enseguida mostrar su felicidad. "Y tu padre pregonero de la Semana Santa otra vez, ¿no? Qué arte más grande chiquillo...".
Eso sí, tuve mala suerte anoche e hice el ridículo. Fui a pillar una copa de vino y coincidió conmigo Juan Luis, el de Tarifa, que anoche decía en el acto que Dios no pudo hacer el mundo en seis días, con la pechá de permisos y licencias de obras que hay que pedir y lo que eso tarda... Juan Luis pilló la copa que estaba a mi lado y ambos, a la vez, la alzamos para enjugar el gaznate. Vaya bochorno el mío cuando le vi coger el caldo, acariciar el cristal, colocar la base entre sus dedos como el que niño que juega con una canica,... Debe saber mejor aún el vino, llevado así al paladar.
Tampoco fui al barrio de La Viña para dejarme caer en la barra del Manteca porque José estaba anoche en Diputación y es uno de los siete magníficos del libro de Fernando Pérez Monguió. Templanza y señorío de pie para contar ante todos las catorce veces que el Beni de Cádiz hizo la comunión para que el vecino, que todos los días venía apiripigañado, le diera unos duros de regalo cuando lo veía por las escaleras vestidito para la ocasión. "Niño, ponte el traje, que por ahí viene...", le decía al Beni su madre. Allá iba bajando las escaleras para coincidir con el vecino y su cogorza. "Angelito, ¿que haces hoy la comunión? Anda, toma...". Qué arte, coño.
No hizo falta remojarse en las aguas de La Caleta porque, tal y como estaba la noche, eso no es ser gaditano, sino carajote. Tampoco fui a un ensayo de Carnaval porque para eso tuve enfrente al Libi, que suelta una de las suyas y es como si hablara el papa pero de cachondeo: excátedra y lacónico. Y no pisé un Carranza seguro que inundado hasta el despacho improvisado que ocupé cuando trabajé en el club porque el Yuyu me sirvió de visor para ver a través de él no sólo a otro ejemplo del ingenio carnavalesco, sino a la sufridora afición cadista y a las fotos fijas de los amarillos, que aparecen en ellas como todos los futbolistas, escorzaos perdíos, como para subirlos en un paso detrás de un olivo, por ejemplo en un Prendimiento, corriendo para llegar antes de que un hijoputa le eche el lazo al Maestro,...
Tampoco necesité irme a Jerez como cada mañana de sábado, esas que dejo el coche cerca del alcázar y paseo andando hasta los estudios de Onda Jerez de la calle Caballeros y me basta mirar de soslayo las mesas en la plaza del Caballo para sentir el rezumar de la clase, de la elegancia jerezana copa en mano,.. No hizo falta porque estuve con María Cala, que no tiene nada que ver con la estirá de María Callas. A lo que contó micrófono en mano tengo que sumar los piropos que me dedicó después tomando una copita mientras recordaba lo que Lola Flores decía de los hombres,...Tantos años vistiéndola, tantos años haciendo el primordial gesto de la propia vida, pero cambiando el aire por el arte: respirándolo, conteniéndolo en el interior, y expulsándolo para que disfrutemos de él. Tantos años vejado por los franquistas que lo castigaban limpiando al verlo por la calle por el mero hecho de ser homosexual, "aunque yo soy mariquita; maricón, mejor, que suena a bóveda", dice María.
Tampoco me fui a la peña la Perla de Cádiz porque no necesité una taranta para emocionarme. Me bastó la voz quebrada de Chano Lobato, muy malito, que no pudo asistir y dejó un mensaje grabado para las más de cuatrocientas personas presentes en el acto. "Dales muchos besos a todos, ¿eh? Pero a todos, que no se te olvide nadie, que los quiero a todos, a mi Cai...". Lagrimeo el mío incontenido al ver sus imágenes fijas en la pantalla y escuchar su voz esforzada, como un mensaje de cuerpo incierto y alma para siempre.
No necesité irme a cenar porque tenía allí a Gabriel, de Los Tarantos. La venta que es una galería de fotos y de platos exquisitos, de Gabi amable y atento, diciendo tu nombre nada más llegar con una amplia sonrisa y disfrutando detallándote el pescado que hoy toca. "No me ha dado tiempo a hablar de más cosas de La Isla, José Carlos", me dice al terminar el acto, para enseguida mostrar su felicidad. "Y tu padre pregonero de la Semana Santa otra vez, ¿no? Qué arte más grande chiquillo...".
Eso sí, tuve mala suerte anoche e hice el ridículo. Fui a pillar una copa de vino y coincidió conmigo Juan Luis, el de Tarifa, que anoche decía en el acto que Dios no pudo hacer el mundo en seis días, con la pechá de permisos y licencias de obras que hay que pedir y lo que eso tarda... Juan Luis pilló la copa que estaba a mi lado y ambos, a la vez, la alzamos para enjugar el gaznate. Vaya bochorno el mío cuando le vi coger el caldo, acariciar el cristal, colocar la base entre sus dedos como el que niño que juega con una canica,... Debe saber mejor aún el vino, llevado así al paladar.
Tampoco fui al barrio de La Viña para dejarme caer en la barra del Manteca porque José estaba anoche en Diputación y es uno de los siete magníficos del libro de Fernando Pérez Monguió. Templanza y señorío de pie para contar ante todos las catorce veces que el Beni de Cádiz hizo la comunión para que el vecino, que todos los días venía apiripigañado, le diera unos duros de regalo cuando lo veía por las escaleras vestidito para la ocasión. "Niño, ponte el traje, que por ahí viene...", le decía al Beni su madre. Allá iba bajando las escaleras para coincidir con el vecino y su cogorza. "Angelito, ¿que haces hoy la comunión? Anda, toma...". Qué arte, coño.
Así que mi baño de gaditanismo me vino de la mano del regalo que supuso que Fernando Pérez Monguió y Daniel Rodríguez Aragón me invitaran a la presentación de su libro, en el que también participan José Berasaluce y Kiki con sus extraordinarias fotografías. Un libro, El duende de Cádiz, que les recomiendo enferforizadamente. Fue parido en la Venta Los Tarantos un día en el que sus autores decidieron citar a los siete en el propio restaurante de Gabi para, entre platos de jamón, langostinos y vino, mucho vino, desmelenarlos sobre lo divino y lo humano. Y de ahí salió el contenido de un libro que, como su autor dijo anoche, no es un compendio de ripios y tópicos gaditas. Cádiz está en cada página, con sus grandezas pero también con sus miserias.
Daniel Rodríguez es el autor del CD que acompaña a la publicación. En la fotografía de arriba lo véis conmigo. Envidio y admiro a gente como él. Lo conocí en Radio La Isla, vivimos unos años inolvidables en esa emisora y se dio cuenta de que para conseguir triunfar en la vida no podía seguir en la mediocridad que deparaba el cuadrilátero en el que otros, desgraciadamente, nos quedamos por comodidad, por confianza en lo que nunca debimos confiar,... Así que empezó a correr hacia arriba, sin prisa pero sin pausa, y ahora es uno de los directores de la Ser en Sevilla. Necesitaba esas reflexiones que tuvimos anoche tras el acto, Dani, y más en estos momentos profesionales por los que paso. Me diste luz que se acrecienta, que ilumina cada vez más con las palabras de otros amigos que me rodean que están ahí, desde hace 48 horas, arropándome.
El duende de Cádiz. No se lo pierdan.