Comienza la cuenta atrás para, como dijo Enrique Montiel en su pregón de la Semana Santa, "el milagro de la primavera isleña". Permitidme que en las próximas semanas me decante por esa enrabietada manifestación de los sentidos que significa la Semana Santa.
Soy creyente y crítico. Es decir, más creyente aún que muchos. Soy cofrade e inconformista. Es decir, más cofrade que otros. Me repugnan los becerros del oro y me rebelo contra los que dicen que las hermandades no estamos para dar de comer al hambriento. El día que mis hermandades no dediquen una buena parte de su presupuesto a la justicia social, renegaré de ellas. Pero como no sucede, y como a pesar de sus innumerables imperfecciones y defectos la Semana Santa me conduce al éxtasis de mis sentimientos, seguiré siendo aprendiz de cofrade hasta que me muera. Y me erizará el vello la mescolanza del incienso, el azahar y la cera.
Y seguiré defendiendo que no hay manifestación artística más perfecta que un paso. Y sobre todo, un paso de palio. Es cierto que no hay nada más perfecto que un soneto. Sobre todas las cosas artísticas, el soneto literario es el culmen de la perfección. Los más grandes poetas han sido grandes porque han escrito sonetos. Si no, no son nada. El soneto es perfecto. Pero el paso de palio lo es más aún. El soneto tiene catorce versos, y el palio tiene doce varales. Debe ser que al soneto le sobran dos versos. Sí, porque estoy convencido de que al palio no le falta nada. Su canon estético es tan perfecto, que tiene que tener doce varales. Por eso, es al soneto, indudablemente, al que le sobran dos versos...
"Noche de viernes joven. Desde hace varios años, los viernes de la juventud cofrade elegidos en Cuaresma, por obra y gracia de la Hermandad de la Misericordia, se convierten en un destacado eslabón de esa cadena que conforma el preludio de nuestra Semana Mayor. Las puertas de los templos van cubriendo su majestuosidad con las barrocas proclamas de cultos, en las cuales las grecas soportan orgullosamente las benditas imágenes de los sagrados titulares y acompañan en su entramado al conjunto dibujado por artistas y devotas manos. Los cofrades no descansan... y menos el joven. Los sábados y domingos se transforman en días de peregrinaje por las calles de La Isla, dejando en los tranquilos hogares las estampas de Cristo y María en sus distintas advocaciones, como acto único y peculiar, hecho ya tradición, de La Isla. Casualmente, desde el primer escalón de entrada, en el interior de alguna casa se oirán, como un lejano pero familiar rumor, en una mescolanza enrabietada de los sentidos del oído y el olfato despertado con el aroma del incienso, los acordes acompasados de Amargura, La Madrugá o Nuestro Padre Jesús de la Misericordia, venidos de una cerrada habitación en la cual con toda seguridad, habrá un joven que horas después limpiará la plata, recogerá su túnica y asistirá a esa reunión convocada en la misma mañana para que todo transcurra, durante estas ajetreadas jornadas, tal y como se viene organizando tradicionalmente. Faltarán menos días para que, a horas inusuales, forme parte del desordenado orden que se vivirá en la parroquia las noches anteriores a la salida procesional. Allá, en la sacristía, en una recogida esquina, un grupo de jóvenes conversan y cuentan mil y una anécdotas cofradieras, mientras los claveles y lirios del monte del paso se pinchan con las ya amoratadas manos. Los más artistas, con la sensibilidad consciente a flor de piel durante esos días, trabajan en el palio, dibujan con el perfil y el olor de blancos encajes florales las jarras que acompañan a María en su andadura, lenta y pausada, por las calles de La Isla...".
(Del Pregón de la Juventud Cofrade-1992. San Fernando)