martes, 2 de febrero de 2021
'Bajo cero', la película más inverosímil e incongruente de los últimos tiempos
viernes, 29 de enero de 2021
Vuelve la música de cine a Sevilla y con todo un festival
jueves, 28 de enero de 2021
Disney no quiere ser racista... porque en realidad el sexo es su 'marca de la casa'
lunes, 25 de enero de 2021
El tren tranvía que vino a destrozar la ciudad
La sucesión de hundimientos del suelo de las calles de la ciudad dejando socavones de envergadura quizás sea producto de la falta de mantenimiento municipal, desde hace varios años o desde tiempos inmemoriales. Es el principal argumento que los ciudadanos, quejosos, exponen en las redes sociales.
Pero vamos a hablar claro. El suelo se hunde por donde el tráfico ha venido masificándose. Y lo que te rondaré morena si no se pone remedio. Te pillas un spray de pintura, te das una ronda por los barrios como el de la Pastora y las calles aledañas al Carmen (allí ya ha cantado la gallina en Benjamín López) y puedes señalar con una equis perfectamente los anuncios de boquetes en donde es cuestión de semanas que el firme se venga abajo.
Hablaba de decir las cosas claras. Esta es una de las numerosas consecuencias de la nefasta idea de crear un tranvía en San Fernando, ese al que se le espera desde hace ya década y media. Ni siquiera los que veían las bondades para la ciudad de este medio de transporte son capaces de argumentar, a día de hoy, lo que quizá en cierto modo era sostenible años atrás. Me refiero a los isleños de a pie, no a los políticos, a los populares que han heredado este considerable marrón, a los antaño andalucistas puestos de canto y a los socialistas, con un ayuntamiento que desde antes de cambiar el gobierno autonómico ya trataba de desmarcarse de los dimes y diretes de esta ruina sobre raíles y ahora ni te cuento. Del PSOE era y es Fernando López Gil, verbi gratia de la bondad de Pedro Sánchez, menospreciado por el individuo en cuestión en un famoso tuit. López Gil, uno de los acérrimos defensores del invento sobre ruedas, que ha pasado de asegurar que se venderían billetes para viajar en breve a ser senador por la mismísima cara. Todo un "nos vemos".
El tranvía ha obligado a masificar el tráfico rodado por calles de la ciudad no acostumbradas a semejante tránsito. Han sido, generalmente, vías de barrios tradicionales, adoquinados, en los que la frecuencia de paso de coches o autobuses era algo llevadero para ellas y su subsuelo. Vino el tranvía a constituirse en todo lo contrario que el soterramiento en Cádiz, es decir, a dividir en lugar de unir la ciudad, a trazar circulatoriamente un San Fernando desde la calle Real a Ronda del Estero y otro desde la principal arteria de la ciudad hasta Pery Junquera. Otro día hablamos de la división 'económica', de la que deberían hablar los comerciantes y vecinos. Los que no tienen interés en ir en listas electorales, claro.
Para permear ambas zonas divididas para que el mamotreto cruce la ciudad desde una punta a otra, no hay otra opción posible en la circulación rodada que utilizar calles perpendiculares, que en un buen número de casos no estaban acostumbradas a esa masificación de tráfico. De la misma manera que el conductor que entra por la Venta de Vargas no puede acceder al corazón de la ciudad por Real, de modo que un porcentaje interesado en trasladarse a la zona entre Real y Pery Junquera accede por las calles del barrio de la Pastora, o bien se marcha a través de ellas. Y así calles como Hernán Cortés, Santa Teresa de Jesús, Ancha, Colón, Mazarredo, Bonifaz, etc. ven masificado su tráfico y basta observar la calzada para comprobar el estado en el que se encuentran, por no decir lo que opinan sus vecinos. Del Carmen tres cuartos de lo propio, y el tráfico por el barrio de la Iglesia Mayor es para comprobarlo con solo permanecer en sus calles durante varias horas.
El tranvía, el tren tranvía para más señas, es una ruina y un destructor de San Fernando, pero sobre todo una nefasta idea, me atrevería a decir que una de las más desafortunadas de la historia de esta ciudad. Mientras las ciudades europeas más avanzadas caminaban hacia el siglo XXI peatonalizando sus cascos históricos, en San Fernando llegaron unos lumbreras para hacernos creer que nuestro casco antiguo era la calle Real, cuando en realidad éste era el 'casco económico', la razón de ser del corazón comercial de la ciudad. Y los comerciantes y los bares necesitan la circulación y bolsas de aparcamientos, no dos vagones inmensos pasando a su alrededor y haciendo temblar todo.
San Fernando ha perdido la oportunidad de ser una ciudad modélica europea, aunque suene pretencioso. Un plan integral de circulación y peatonalización con miras hacia el futuro hubiera apostado por peatonalizar barrios señeros de gran interés urbanístico y tradicional. Alguien ya lo vio hace casi tres décadas, cuando Alfonso Berraquero -sí, si, Berraquero- puso sobre la mesa una remodelación de la plaza de la Pastora con sus calles peatonales, arcos y una preciosidad amable para quien quiere pasear por este pintoresco barrio. Años después, tenemos una vergonzante reforma de esa plaza perpetrada en 2014 por el anterior gobierno del PP y un masivo incremento de coches, autobuses y camiones provocado por una política errónea socialista en calles que necesitan cariño, sensibilidad y sobre todo saber qué hacer con ellas y por extensión con la ciudad.
Me imagino un barrio pastoreño peatonal, y no hay que irse a Cracovia para aprender de esta idea. Decía que veo en mis ilusiones la Pastora con calles amables, al mismo nivel en su solería, fachadas encaladas, tiendas artesanas y tabernas pintorescas, hostales con encanto, sus casas de hermandad visitables, que recuerden al Pópulo gaditano, al Santa Cruz sevillano a nuestra manera... Imagino un barrio de la Iglesia Mayor como epicentro cultural y un Carmen como reclamo camaronero. Y por supuesto veo una calle Real con tráfico -descongestionada gracias a las dos vías paralelas de moderno uso, Pery Junquera y Ronda del Estero- en la que aparcamientos subterráneos en la Plaza del Rey (¿recuerdan aquel cuento de la lechera?) y en las inmediaciones del Carmen solventarían las necesidades de estacionamiento comercial.
Esa hubiera sido La Isla ideal, y todos esos cientos -¡cientos!- de millones se hubieran empleado en transformar la ciudad de cara a sus potencialidades. Hubiera habido dinero hasta para cambiar totalmente el perfil de la sonrojante imagen de los terrenos baldíos de Renfe que se extienden desde la estación de trenes en General Lobo hasta el puente de la Casería, donde el soterramiento de la vía férrea hubiera dado oportunidad a construir sobre ellos espacios verdes e infraestructuras para un barrio penosamente olvidado. Pero se ha hecho al revés y ya no tiene solución.
Lo peor de todo, tras cargarse una ciudad, es ver cómo el tranvía nace muerto porque se ha convertido en una de las implantaciones más odiadas por la ciudadanía. Hace ya nada menos que seis años, un político de San Fernando del gobierno actual me decía: "Cuando el tranvía ya comience a funcionar, nadie se acordará de las obras". Seis años de este oráculo. Pues eso.
(Foto: Diario de Cádiz)
https://www.diariodecadiz.es/sanfernando/otro-enorme-socavon-San-Fernando_0_1541246235.html
domingo, 24 de enero de 2021
El cine en San Fernando hace 39 años. "Éxito atrevidísimo"
Recorte de Diario de Cádiz del 20 de enero de 1982, es decir, hace ahora 39 años. Lo conservo por una noticia que no tiene nada que ver con el cine, pero descubro ayer a pie de página la cartelera de aquellos momentos en las dos salas del Cine Almirante, el único que por entonces existía en San Fernando.
viernes, 22 de enero de 2021
15 años del Real Madrid-Cádiz en Primera División (2006)
Este 21 de enero se han cumplido justamente 15 años de esta fotografía.
martes, 19 de enero de 2021
Tippi Hedren cumple 91 años
domingo, 17 de enero de 2021
'¡Ni te me acerques!': fotopollas para la pandemia
Si queréis pasar un rato divertido y sois amantes de esas películas con referencias a otras convertidos en clásicos del cine, buscad en Filmin ‘¡Ni te me acerques!’.
Es obvio que la pandemia provocada por el coronavirus va a comenzar a ser destacada protagonista en el cine, bien como tema central o como excusa. Norberto Ramos del Val y compañía no perdieron el tiempo y en el verano pasado se pusieron a rodar lo que han calificado como una comedia pandémica. En realidad, el virus y sus circunstancias son las excusas para un filme con mucho de Screwball Comedy actualizada y cinefilia en sus venas y no tanto de sal gorda como de inicio nos pueda parecer o quieran vendernos.
‘¡Ni te me acerques!’ podría ser un subproducto irrespetuoso con una temática de delicado tratamiento o incluso algo peor, una de tantas basuras innecesarias y que el cine, espectadores incluidos, no merece. Si alguien cree que va a visionar algo así, se equivoca. La llegada de un escritor contratado para vigilar un hotel a un pueblo perdido de personajes dispares da la oportunidad de utilizar talentosamente ‘El resplandor’ de Kubrick, surgiendo así lo que pudiera parecer la manida comedia de desmitificación de clásicos. En el fondo hay mucho cine español y muy español recordatorio de los más estrafalarios personajes creados por Berlanga o Cuerda, una fauna humana con sello hispano que se mueve entre un bar de machos ibéricos, el policía de “la calle es mía” o el del taller de coches que te mantiene eternamente esperando las piezas de tu vehículo jodido y que además es negro, que para eso tiene ‘el resplandor’. Una exposición de motivos que da pie a una comedia romántica con sus ingredientes tradicionales –líos y ambiguedades sexuales, equívocos, mensajes telefónicos comprometedores, alcohol y drogas para justificar decisiones alocadas- en las que, insisto, la pandemia es solo una excusa para lo de siempre: el amor que surge inesperadamente y lo que supone lograrlo. No faltan tampoco las referencias a otros filmes cuando ‘¡Ni te me acerques!’ se vuelve más convencional, como la que encontramos a ‘Love Actually’, y mientras Alicia la del súper se decide y transigimos por la risa gruesa con las fotopollas, los días de cuarentena pasan ante nuestra pantalla y sucede precisamente lo que confiesa uno personaje: que los finales no se le dan bien, como a Stephen King. Mientras eso no ocurre, toca disfrutar del resto de una película divertida, solvente e incluso necesaria en estos momentos.
viernes, 15 de enero de 2021
¿Cuándo nos olvidamos de aquellos aplausos?
El jueves volví a encontrarme con la serie 'Cuéntame'. Joaquín Oristrell, que sabe sobradamente de esto de escribir historias, ha resuelto el agotamiento guionístico de los Alcántara actualizando sus andanzas, jugando con el calendario y trasladando al espectador en el tiempo, de 1992 a 2020 y viceversa. Suele ser un recurso habitual en el cine y en la televisión y Bernardeau, Oristrell y compañía han sido inteligentes. Conviene apostillar que esto de manejar al antojo el espacio-tiempo es más complicado de lo que pueda aparecer y raras veces funciona como un reloj en pantalla, nunca mejor dicho. Tendremos que esperar varias semanas más para ver cómo evoluciona una serie emblemática de la televisión de este país, capaz de lo mejor, como aquellas primeras temporadas a pesar del histrionismo actoral o la del cáncer de Merche, y de lo peor, como los devaneos de Carlos con los ochenta más sucios o el fuera de tono de la resolución de la bodega de Cruz de Sagrillas, con el nada creíble rapto de Merche (!) por parte de Mauro.
Pero mi intención no era analizar 'Cuéntame', sino detenerme en los primeros minutos del capítulo de inicio de esta temporada y la reciente realidad que nos muestra. La serie nos recordó con sus realistas imágenes que hace tan solo unos meses estábamos aplaudiendo a nuestros sanitarios, a los cuerpos de seguridad, a nuestros enfermos, a los sones de "Volveremos..." mientras nuestros ojos vidriosos mostraban la incertidumbre del desconocimiento, del miedo, como jamás lo habían hecho, en una sociedad acostumbrada a vivir sin conflictos globales más allá de los de siempre, que nos acompañan habitualmente pero no nos deja muertos en camillas por los pasillos de los hospitales, nuestros mayores incomunicados pendientes del hilo que, cuando se ha roto, los envió a un lugar a donde ni siquiera se pudieron llevar nuestra última caricia sobre las pieles apergaminadas, nuestro rezo compartido y consolado.
Digo que 'Cuéntame' nos muestra algo que no sucedió en la cotidianidad de la serie, que es la de tantas décadas lejanas atrás, sino la de anteayer, la de ayer mismo si cabe, de un aciago año que apenas anoche dejamos. Por eso siento una desazón y una tristeza inconmensurable que desembocan en una pregunta machacona y retórica: ¿En qué momento hemos olvidado esos aplausos y la situación que los provocó? ¿Cuándo nos descreímos del concepto, inédito y gravísimo, de pandemia, para volver a vivir como si nada estuviera sucediendo?
El ser humano es frágil en la inmensidad pero a la vez un superviviente a la hostilidad, un ente que lucha por vivir como premisa incondicional para más tarde ansiar el estado del bienestar construido a base de bienestares individuales. Por eso son comprensibles los deseos de volver a lo que más asimilamos a la felicidad, que es la rutina prepandémica, con sus logros, sus frustraciones, sus risas y sus llantos. Trato de encontrar el momento concreto en el que esos deseos se han convertido en ansias desmedidas, el día en el que nos olvidamos de las palabras de Nietzsche: "Los sentidos engañan, la razón corrige errores".
Sea cuando fuere, hemos llegado a este punto en el que nos encontramos, peor que el de partida, en el que en ocasiones la rabia me lleva a un iracundo concepto reduccionista. "Ahora a joderos, a jodernos, que habéis sido unos irresponsables". La situación es mucho más compleja que lo que provoca el exabrupto, pero cuando me calmo no me puedo olvidar de que, efectivamente, la razón solventa nuestras faltas tanto como la sinrazón las causa.
Y no, no había razón alguna para, olvidando lo que significa una pandemia, fomentar la movilidad, promover concentraciones, transformar acontecimientos y fiestas locales en catetadas de pequeño formato. No necesitábamos calles repletas de gente bebiendo y cantando "el resultado nos da igual". No eran necesarias las multitudinarias visitas a un edificio público para ver a Papá Noel en pantalla. ¿A qué grado de terraplanismo hemos llegado para pelearnos por pedir una cita para mirar un plasma?
Lo siento, pero no era necesario un calendario de adviento, luterano y tirolés, para invitar a concentrar a la gente en un punto concreto. Fue un riesgo de extrema irresponsabidad -de la estética hablamos otro día, pero ahora es asunto muy secundario- habilitar muñecos gigantes en la entrada de un edificio público en cuyas peanas se han sentado, han tocado miles de personas para fotografiarse y después subir el momento a Facebook.
En aras de sostener una economía cogida con pinzas como es la de este país y más alla la de una zona como la de la Bahía de Cádiz -no digamos ya San Fernando- se ha dado rienda suelta a iniciativas pésimamente controladas, a desmanes en centros comerciales que podían haberse evitado con un control exhaustivo, a actos culturetas, que no culturales, sin supervisión de nombres en sus accesos, a bares que no han respetado las normas ante la pasividad de los gobernantes municipales. Alcaldes que se van de copas navideñas con los suyos, poniendo así el capote para el embiste a la prensa que está de cuernos con él. Alcaldesas escondidas ante una ciudad que se va pareciendo a Raccon City en los datos de 'devorados' por el virus. Un gobierno central cobardica que mira hacia el lado de las autonomías para adoptar medidas y presidentes de un país desordenado y caótico que pretenden arreglar una pandemia, nada más y nada menos, no vendiendo alcohol durante dos horas o encerrándonos por la noche.
Que esta tibieza terminaría en desastre tras las navidades era algo previsible. Tanto como que había que usar mascarilla desde el primer día, que debió ser antes del 11 de marzo, pero su uso solo fue obligatorio a partir de finales de mayo. Salíamos a comprar, a trabajar -muchos más de los que creíamos- y a zafarnos del confinamiento (me asombraba la capacidad de algunos vecinos para hacer lo que les venía en gana)- mientras nuestras conductos respiratorios seguían al aire. En todo esto volvimos a la calle y nos permitieron ir a los aeropuertos, a los concursos de televisión, a viajar de aquí a acá, a entrar en casas ajenas y hacernos creer el extremo contrario: que por llevar una mascarilla ya estábamos salvados de cualquier cosa. ¡Ay!
Vivimos en una España cainita en la que buscamos culpables sin mirar al espejo. Los políticos, sin poner los cojones necesarios para así continuar conservando votos, y nosotros, que nos escandalizamos de lo que vemos en el televisor pero tomamos café en casa del vecino con ocho reunidos, toqueteamos todo en los centros comerciales y "vivimos, porque si no, qué hacemos".
Leo la prensa y dice que en mi ciudad se ha alcanzado la tasa de 502,2 de contagios, que se preparan rutas gastronómicas para 2021, eventos deportivos "de primer orden" y hasta un concurso de cuplés de Carnaval para premiar al más gracioso con una letra sobre el Covid-19. No de pasodobles, sino de cuplés. Dinero para el chistoso de turno sobre abuelos y padres muertos sin saber el porqué. No es mi piel fina, es el repugnante mal gusto de algunos. La oposición política, más callada que en misa de ocho durante meses en este sentido para no enfrentarse a los "sectores productivos", pide responsabilidades sobre los contagios. Ahora con exigencias. Oposición de mangas verdes, de dirigentes que mandan en otras administraciones y deambulan de aquí para allá, con su séquito, inaugurando actos desde Huelva a Almería, cuya presencia es innecesaria pero donde las fotos son la prioridad. Las puñeteras y malditas fotos...
Regreso del desasosiego, cambio de tercio para volver a mi libro inacabado del cine y su música pero no puedo quitarme de la cabeza la pregunta sin respuesta. ¿Cuándo nos olvidamos de aquellos aplausos?
miércoles, 13 de enero de 2021
Mesa redonda con Luis García Berlanga en 2000 (homenaje en el Año Berlanga 2021)
martes, 5 de enero de 2021
Claude Bolling
viernes, 1 de enero de 2021
Los datos del canal #UltimoEstreno de Youtube en 2020
miércoles, 30 de diciembre de 2020
Hace 40 años: mi primer proyector de cine
Mi primer proyector de cine 'de verdad' -muchos habíamos tenido antes el entrañable juguete Cine Exin- apareció en mi vida cuando yo tenía 11 años. Mi padre me lo regaló en los Reyes Magos de 1981 y lo compró el 30 de diciembre de 1980. Un día le 'tomé prestada' esta especie de garantía que en la gaditana y purísima tienda Óptica Malet ("al servicio de usted") le dieron junto con la máquina asegurando que "era legal su importación".
Se trataba de un Eumig Mark para películas de 8 mm. Mi sueño se hizo realidad y además con un proyector de calidad que aun hoy conservo en una zona de mi despacho, expuesto, junto a otras reliquias. Eumig fue la compañía más importante de fabricación de proyectores a nivel mundial en los años 70, fundada mucho antes, en 1919, y tuvo un triste final a mediados de los 80: optó por destinar a sus empleados más expertos a trabajar para Polaroid según el acuerdo entre ambas empresas para poner en marcha el sistema Polavisión, aquel mamarracho que te revelaba una foto en 90 segundos en tus narices tras salir de las cámaras que inventaron y que fue una ruina. Se dice que Eumig se quedó sin trabajadores para sus propios proyectores y cámaras y tuvo que contratar a mineros austríacos (¡) para montar sus aparatos, provocando una enorme y lógica caída en la calidad de éstos.
Hoy se cumplen 40 años de aquella compra, como puede verse en la hojilla que os muestro. A diferencia de una gran mayoría de quienes compraban este proyector, yo no lo quería solo para poner películas en la pared más grande que existiera en nuestra casa o invitar a los amigos a flipar, que también, a los que obligaba a sentarse diez minutos antes mientras con el tocadiscos de mi padre les hacía escuchar, a modo del sonido ambiente en los cines, bandas sonoras de sus discos recopilatorios con temas de Francis Lai, Georges Delerue o Morricone que ahora los conserva quien escribe.
De manera que yo 'construía' cines. Sacaba de un mueble del salón o de mi habitación todo lo que hubiera, metía el proyector como podía en un extremo y proyectaba hacia el otro donde, con un A3 en blanco, había hecho una pantalla a la que le había pintado los bordes con el carioca negro. Entre ella y el Eumig construía sillones de cartón y sentaba los clicks de Famobil que me quedaban de mis años más infantiles, aun sueltos por ahí, en alguna caja. En un trozo de papel pintaba una cartelera y la pegaba por fuera del mueble que tocara ese día y, a la hora que había escrito en ella, abría ceremoniosamente la puerta del armario, accionaba la rueda del proyector y las dos bobinas comenzaban a dar vueltas en el mismo sentido. A los cinco minutos la lámpara interna ya había dado suficiente calor como para que se fundiera cada cierto tiempo por la falta de ventilación y hasta juraría que hacía sudar a los clicks aun estando hechos de plástico. Pero yo estaba "echando cine" a imaginarios espectadores.
Hoy veo que las salas que yo recreaba con mis infantiles ocurrencias están desapareciendo y leo que ir al cine es un coñazo, que mejor ver las películas en casa, y no puedo remediar una dolorosa mueca de desilusión por todo. #UltimoEstreno
lunes, 28 de diciembre de 2020
'Soul', Disney sigue en el camino de la trascendencia
Las películas Pixar-Disney han tomado un giro trascendental en sus historias. Me refiero a ir más allá de lo perceptible, de lo inmanente, no de la relevancia que para la compañía haya tenido en sí este punto y aparte por el que la compañía ha optado probablemente por inanición guionística. Al fin y al cabo, ¿qué más van a contarnos? Su animalario humanizado, sus historias de castillos de personajes malvados y sus apuestas étnicas –visionar ‘Soul’ y valorarla desde el punto de vista del color del protagonista es un error de novatos o interesado- ya fueron expuestos a lo largo de tantas décadas y esas mismas narrativas se exprimen ahora en Live Action.
A lo que vamos: ‘Soul’ es una vuelta de tuerca más de la metafísica de Disney, de la que también hizo gala ‘Coco’, recuerden. La lástima es que no se repita la solvencia con la que se emplearon estas historias del más allá en ‘Del revés’ y la cosa termine en un forzado de situaciones y en una exposición cansina y algo enrevesada de elementos pertenecientes a los submundos expuestos al espectador, que además se repiten con innecesariedad: cabezones a lo Casper brincando, figuras picassianas como dioses administrativos, luz al final del túnel con pasarela incluida bastante cansina para, al fin y al cabo, entregarle la llave maestra a un concepto bastante manido en el cine: el intercambio corporal por error. El alma del protagonista se mete en un gato y una indeterminada chica hinchosa acomodada en el universo inventado que baja nuevamente a lo terrenal es el nuevo interior corpóreo de Joe Gardner, macguffin que da paso a un predecible intercambio de situaciones que obvian un garrafal fallo guionístico en el filme. Cuesta trabajo pensar que el peluquero converse con Gardner escuchándole hablar con voz de mujer como si tal cosa, así como el resto de personajes que se cruzan con el músico con la excepción de su madre, momento en el que se decide colocarle su voz original. Porque si lógicamente el espectador escucha la voz del gato (sic) y los personajes los maullidos, es porque ¡es un gato y no puede hablar! Pero si en la butaca oímos por boca de Gardner la voz de Tina Fey, ¿me tengo que imaginar que los personajes secundarios escuchan a Gardner? ¿Y para qué este embrollo de voces? ¿Me explico o es que he perdido reflejos comprensivos con la edad?
Técnicamente, la animación de ‘Soul’ es extraordinaria. La evolución en este sentido sigue siendo impecable y es especialmente detectable en las secuencias mundanas del filme: la sala de conciertos con Dorothea Williams, su público, las pobladas calles de New York, el metro (¿Hay un personaje anónimo con guiño teóricamente inconexo a Rowan Atkinson?)… Todo un espectáculo acompañado de dos tipos de composición musical en función de donde nos encontremos: la lógica jazzística que indefectiblemente debe acompañar a Gardner y la casi minimalista y recordatoria de la que en su día hiciera Thomas Newman para aquel mundo espacial alienado en ‘Wall-E’. Es muy probable que Trent Reznor y Atticus Ross reciban doble nominación al Oscar en la próxima edición por sus trabajos para esta cinta y ‘Mank’.
Tras la moraleja final, en la que Disney vuelve a sus conceptos ancestrales para proclamar al fin y al cabo que la belleza está en el interior, lo que queda diáfanamente claro es que se deja la puerta abierta a una segunda parte en la que sabremos por dónde se desarrollan las andanzas de 22, personaje femenino –que no se olvide- descolgado del desenlace de una película que echamos en falta en pantalla grande por su atractivo visual.
Os dejo antes del texto la videocrítica de 'Soul', con más cosas comentadas, subida al canal #UltimoEstreno en Youtube, al que te invito a suscribirte.