Interesante entrevista a David Remnick, director de 'The New Yorker'. Algunas respuestas resultan sumamente reveladoras para reflexionar sobre el periodismo actual: lo que no se hizo en su día, papel-internet, de pago-gratuito...
Os la copio literalmente, extraída de la revista cultural digital Jot Down, cuyos contenidos cada vez me parecen más apasionantes:
The New Yorker es un templo del buen periodismo que navega más o menos indemne por la crisis económica y de talento que asola al sector. Quizá gane menos en publicidad y en ventas pero no ha recortado un centavo en la esencia de su negocio: la calidad superlativa. Su célebre fact checker, el departamento que comprueba la veracidad y el rigor de todo lo escrito, incluidas las comillas de los entrevistados, sigue incólume y se extiende a la web. David Remnick es su director desde hace 15 años. Aunque anda más cerca de los 55 que de los 54 parece joven, apenas tiene canas, viste sin corbata. Fue periodista del The Washington Post y corresponsal en Moscú. Le tocó enterrar el comunismo. Al entrar en la revista, situada en el número cuatro de Times Square, me crucé con el nobel de literatura, Wole Sokinya, que salía de entregar algún texto o de discutir el siguiente. Son situaciones extraordinarias. Remnick tiene un despacho entre rascacielos, lleno de luz, sin boato.
Todo empezó hace semanas con un correo y una petición de entrevista. Hubo varios intercambios sin que se concretara nada. Una mañana de finales de julio, cuando ya me encontraba en Nueva York, le escribí un último mensaje a la desesperada. Respondió enseguida: «¿Puedes hoy a las 2.30 pm?». No arrancó bien la reunión. Le molestó que no le advirtiera de la presencia de un fotógrafo, pero se había estudiado mi biografía y la web de Jot Down. Le gusta tener controladas las situaciones. Tras unas fotos de urgencia, solos alrededor de una mesa y unas botellas de agua, Remnick se relajó. Nadie interrumpió durante casi 50 minutos. Sonó su teléfono móvil, pero no lo cogió.
-Todo el mundo está hablando del final del periodismo, ¿cuál es su opinión? ¿Cree que nos acercamos a ese final o es algo que solo afectará a algunas empresas del sector que van a desaparecer?
(Tras una exclamación y una sonora carcajada) Bueno, resulta casi indecente hablar con alguien que ha pasado por lo que has pasado y decir «no, el periodismo no va a desaparecer». Pero es que realmente creo que esa es la verdad. ¡Por supuesto que no va a desaparecer! El periodismo es una actividad humana muy antigua y esencial. Sin él estamos perdidos, realmente perdidos. Quizá el New York Times es imperfecto, The New Yorker es imperfecto, las principales instituciones del sector son radicalmente imperfectas, pero sin ellas estamos perdidos. ¿Por qué? Porque sin periodismo no hay presión sobre el poder; esa presión quedaría reducida a las citas electorales y en ese caso, sin periodismo, las campañas electorales serían… aún más grises de lo que son. Creo que eso es lo que se exige, lo que se nos exige a nosotros, los periodistas.
Estamos atravesando un periodo marcado por un enorme cambio tecnológico, tectónico. Como ocurre en cada cambio económico y tecnológico las consecuencias positivas vienen acompañadas de involuntarias consecuencias negativas. En algunos aspectos el periodismo actual es mejor y en otros es peor. Es evidente. Es mejor porque su distribución y el acceso a la información son inmediatos. Si quiero leer miles de cosas inmediatamente, puedo hacerlo. Es el tiempo del ahora.
Mis habilidades como periodista se han visto reforzadas por la tecnología. Cuando tú y yo éramos jóvenes y enviábamos los textos desde el terreno, era imposible hacerlo desde el lugar exacto de un terremoto en Armenia, desde Turkmenistán o desde cualquiera de los numerosos lugares en los que has estado. ¡Era imposible, impensable! Tomabas notas y regresabas a la capital, lo redactabas y… Ahora todo es… (chasquea los dedos en señal de inmediatez). No hay excusa, no existe una excusa tecnológica para no estar en todas partes. Podríamos seguir hablando sobre este tema durante horas y aburrir a todo el mundo. Lo que quiero decir es que no, no creo que estemos ante el fin del periodismo, pero evidentemente las involuntarias consecuencias del cambio son brutales.
Por ejemplo, mi carrera empezó de la mejor forma posible: fui contratado por The Washington Post cuando aún era muy joven. Fue como una bendición. Yo tenía veintipocos años, era 1981-1982, y el Washington Post era… ¡Deberías habernos visto! Era la era post-Watergate, ganábamos mucho dinero y el negocio publicitario era muy rentable. Todos querían colaborar con nosotros. Contábamos con fondos para cualquier tipo de reportaje nacional o internacional, para todo tipo de proyectos. Ahora mismo, rezo por su supervivencia. ¡Su supervivencia! Y es The Washington Post, no cualquier periódico provincial como The Sacramento Bee o The San Jose Mercury News. Es una institución esencial. Eres español. Todos conocemos la reputación internacional de El País. Haciendo un paralelismo con el ejemplo anterior, si nos planteamos que El País puede estar en peligro, ¿en qué situación quedaría España en términos de calidad informativa y de periodismo? Como he comentado anteriormente, al final todo se reduce a la necesidad de que alguien ejerza una presión sobre el poder.
-Estamos en medio de esta situación de incertidumbre, muchos la achacan a la crisis. Es evidente que hemos cometido muchos errores, especialmente al intentar comprender el funcionamiento de la información y el periodismo en internet.
Todo eso es cierto y es fácil de verlo desde el espejo retrovisor. Es fácil mirar atrás y decir «deberíamos haber hecho esto o aquello», pero si lo miras en tiempo real algunos de los llamados «errores» eran muy complicados de identificar. Por ejemplo, todo el mundo critica a The Washington Post por no haber comprado Politico.com. Podría dar mi opinión sobre Politico y su forma de informar. Pero no estamos hablando de eso. The Washington Post ya contaba con una página web y con una sección dedicada a la política en la que se hicieron importantes inversiones. No creo que comprar Politico.com hubiera resuelto el problema. Comprendo perfectamente por qué Donald Graham tomó tal decisión, aunque fuera errónea. Además, no creo que la compra hubiera solucionado la situación. Podría haber ayudado a la publicación, pero no habría solucionado completamente el problema de la crisis. Lo siento, pero ¿está Politico ganando mucho dinero? ¡No! ¿Y el Huffington Post? Tampoco. Muchas de las esas publicaciones que tienen una gran reputación y han alcanzado éxito en internet tampoco están ganando dinero.
-Continuando con el asunto de la relación entre el periodismo digital y en papel, ¿cómo podríamos convencer a la gente de que internet no es suficiente?
En este punto discrepo contigo. En mi opinión internet no es más que una herramienta, un medio de distribución. Y es un sistema radicalmente más efectivo que la distribución de lo impreso en papel.
-Pero hay gente que puede tener la impresión de estar al corriente de todo lo que pasa solo con un click.
Es que pueden: si compran productos en internet. En otras palabras, The New York Times no puede ser gratuito; no tengo problema alguno con que la gente lea The New Yorker en internet. Tengo 54 años, tú tienes 58, y puede que lo prefiramos impreso por las mismas razones por las que la gente prefiere aquello a lo que está habituado. Yo prefiero un determinado tipo de bebidas, prefiero Bob Dylan al último éxito de hip-hop, pero es así porque tengo 54 años. Eso no tiene relevancia, solo son hábitos de un ser humano corriente. Creo que podemos estar muy bien informados solo con un portátil. Pero necesitas un portátil y una tarjeta de crédito, porque todo no puede ser gratuito.
-¿Cree que el público está preparado para pagar por los contenidos que consume o llegamos tarde?
Sí. Pero solo estarán dispuestos a pagar, y aquí radica en mi opinión la clave del éxito de The New Yorker a largo plazo, si la calidad de la información, la escritura y el periodismo son claramente mejores, más precisos y más bellos que el resto de contenidos que se esparcen en internet por todas partes como el agua. Eso sí es gratuito. Es decir, si The New Yorker fuera solo un nombre y la calidad de su periodismo disminuyera, si se igualara a cualquier otro contenido que encontramos en cualquier parte, el público no pagará por ello.
Mi estrategia, en términos de moralidad, financiación y periodismo, se resume en ser mejores de lo que éramos cuando no existía lo que conocemos como internet. La idea es insistir constantemente en la búsqueda de la calidad y en hacer las cosas cada vez mejor, algo que por otra parte es muy caro. Y esperar y rezar por que la gente pague por ello. Y lo hacen.
-¿Cómo está afectando la crisis a The New Yorker?
-Bueno, no es solo una crisis. El gran cambio por el que estamos pasando es también una buena oportunidad. Anteayer, estaba en Barcelona. Conectado a internet. Pude leer The New York Times, The New Yorker, en lugar de luchar contra mi prácticamente inexistente español frente a un ejemplar de La Vanguardia, El País o cualquier otro medio. Pude leer muchas cosas. ¡Al instante! Eso es muy bueno, es increíble. También podría aprender español, pero eso es otra cuestión. Y créeme, podemos estar en desacuerdo con alguien que consulta el periódico o accede a la información a través de su teléfono, pero, discúlpame, eso es ser…Viejo. Como yo. Puede que estés acostumbrado a la taza de café, a abrir físicamente el periódico antes de leerlo por completo, pero eso está dentro del rito. Todos tenemos nuestros rituales: el albornoz, la pipa, el cigarrillo, la taza de café… Rituales que nada tienen que ver con el periodismo.
-¿Cómo defender la calidad de la información ante la avalancha actual? ¿Qué se debe hacer para mantener la calidad?
-Antes de nada, no seamos románticos: en el periodismo anterior a la era internet también había basura. Mucha basura, contenidos sensacionalistas, poco rigurosos, injustos, banales, estúpidos y complacientes. No seamos románticos y creamos que todo lo que se publicaba tenía la calidad del Watergate o de los papeles del Pentágono. O del mejor George Orwell. Sencillamente, no es cierto. De modo que no debemos caer en el absurdo de decir o pensar que todo el periodismo anterior a internet está compuesto por trabajos brillantes dentro de una edad dorada. No es cierto. En su lugar, debemos centrarnos en las posibilidades que ofrecen los avances técnicos de la herramienta, y cuáles de esas innovaciones están disponibles y son aplicables al periodismo y a su distribución. ¿Sabes?, al final, nuestro principal problema es el modelo financiero. Ese es el verdadero problema que nadie ha sido capaz de resolver hasta la fecha. Muchas publicaciones, entre las que se encuentran The New York Times y The New Yorker cuentan con un sistema de pago. El lector tiene que pagar. Y no es precisamente barato.
En mi opinión, uno de los aspectos más terribles de estos tiempos es la gran disminución de los reportajes de temas internacionales, al menos en el periodismo que se hace en Estados Unidos. Ha sido drástico, muy drástico. Lo peor es que los pocos medios que aún los tratan reciben muchas presiones. Aún recuerdo mis años en Moscú a finales de los 80. Evidentemente, la historia era grande. Ahora apenas hay nadie allá y hay menos oficinas de corresponsales. ¿Con qué frecuencia ves en la televisión norteamericana sucesos internacionales con corresponsales enviados a los países extranjeros? Salen al paso con el menor esfuerzo posible. La realidad es que cada vez son menos los corresponsales en el extranjero. Y los hay muy buenos. Gente valiente y preparada, gente que habla idiomas. Pero el espacio y la visibilidad que reciben son muy limitados. En la CNN, por ejemplo, no recibirás información del extranjero a menos que haya dos millones de manifestantes en Plaza Tahrir. Verás todo tipo de juicios e historias extrañas sobre secuestros, verás todo tipo de basura antes que un reportaje sobre la situación en un país extranjero. En todo caso sería una larga conversación y no muy agradable.
-Volviendo a The New Yorker, ¿cómo definiría la identidad de la revista?
¿Conoces la historia del viejo Louis Armstrong? Una vez le pidieron que definiera el jazz, a lo que él contestó: «¿Definir el jazz? Si tú no lo sabes, yo tampoco puedo contestarte. Solo tienes que escuchar». The New Yorker es una mezcla extraña, bella, única, de diferentes elementos. No existe, y créeme que he buscado por todas partes, nada que se asemeje a su particular combinación de humor, periodismo de investigación, ficción y crítica cultural. Esta mezcla y la elevada ambición de la publicación son únicas en el mundo angloparlante. No conozco cada país y cada idioma del mundo, pero sé que el modelo de The New Yorker ha intentado ser imitado en otras lenguas, como el ruso y el chino, siempre sin éxito. Es un animal extraño. Muy extraño. Es como una de esas criaturas que encontramos en los museos de historia natural. Solo que afortunadamente nuestro animal está vivo y goza de buena salud. Muchas veces el éxito depende de una combinación de elementos sumada a la suerte. Y por supuesto, del momento. La suerte llegó en 1925 de la mano de un hombre llamado Harold Ross, quien no era una gran figura intelectual, sino una especie de loco, o más bien, un peculiar e interesante trabajador del mundo de la prensa que tuvo una idea, que poco a poco se ha ido desarrollando y ampliando hasta convertir The New Yorker en lo que actualmente es.
-¿Cuál es la relación de la publicación impresa con su sitio web? ¿Cómo se aplica el célebre fact checker de The New Yorker en internet?
Precisamente mañana tengo una reunión por la que destinaremos una buena parte de nuestro presupuesto extra a añadir un fact checker a nuestra edición digital. En internet, las páginas web tienen que ser rápidas, reactivas, y no podemos aplicar la misma cantidad de tiempo a todos los contenidos, de modo que cada elemento, sea para la edición impresa o la digital, cuenta con un tiempo propio de composición. Tampoco podemos publicar en internet la primera cosa que se nos pase por la cabeza, porque en ese caso estaríamos minando la calidad y por tanto el proyecto en su conjunto, lo que es The New Yorker. El sitio web debe ser un punto de unión orgánico entre la revista impresa, cuyos contenidos se encuentran parcialmente en internet, y los contenidos propiamente concebidos para la versión digital. Es obvio que en un momento dado todos los contenidos se acabarán uniendo, y cada vez más lectores de la versión impresa de la revista irán adquiriéndola en su formato digital para leer en el ordenador o el iPad. Tú vives en España, ¿por qué deberías suscribirte a la edición impresa? Tardaría dos semanas en llegarte, o una si el servicio de correos funciona correctamente. Sin embargo, puedes descargarla en el iPad en el mismo momento que yo. ¡Es algo maravilloso! Y espero, sinceramente, que la experiencia en la tableta no solo sea la misma, o similar, sino que se complete con extras que mejoren el contenido. Podremos escuchar al poeta recitando su poema, podremos escuchar a los autores contestando preguntas sobre sus relatos. Las oportunidades son inmensas.
Por supuesto que comparto tus inquietudes, ¿cómo no hacerlo? Pero al mismo tiempo, no podemos olvidar el enorme potencial que se nos ofrece. Mi ansiedad no se limita únicamente a la preocupación por la complicada situación que están viviendo muchos de mis amigos, tú lo sabes bien. Lo explicaré con un ejemplo. Crecí en Nueva Jersey, justo al otro lado del río. Allí hay un diario llamado The New York Star-Ledger. Que yo recuerde, todos los alcaldes de Nueva Jersey, salvo el último, han estado en la cárcel. Cada uno de ellos. ¿Quién los envió a prisión? Normalmente, el periódico, o al menos de él partieron las investigaciones. Si ese periódico, de tirada media, desapareciera o se debilitara progresivamente hasta desaparecer, Dios no lo quiera, ¿quién va a enviar al alcalde a prisión? ¿Su asistente? ¿Su jefe de gabinete? ¿Los jueces que él nombró? ¿La policía que trabaja bajo sus instrucciones? ¿Acaso son ellos los que lo van a mandar a la cárcel si es corrupto, si es deshonesto? ¡No! Hay un millón de razones por las que el periodismo es necesario, especialmente aquel de mayor nivel. No hablo de la basura, del periodismo interesado en Kim Kardasian, ya sabes. No conozco el equivalente a Kim Kardasian en España pero supongo que tendréis los vuestros.
-En España tenemos una mina de oro.
Sí. Por supuesto.
-¿Qué revistas le gustan? ¿The Economist? ¿The Atlantic? ¿The New Republic?
Sí, todas, todas ellas.
-¿Cree que van a sobrevivir a la situación actual?
Sí, lo creo, y he reflexionado mucho sobre este tema. Mi conclusión es que si eres bueno, si te conviertes en imprescindible para tus lectores, entonces nada impedirá que triunfes. Es más que probable que en el camino se rompan muchas ilusiones, mucha gente tendrá que jubilarse antes de lo que esperaba y tendremos que afrontar todo tipo de consecuencias difíciles, desagradables y desafortunadas; nada está garantizado. Hay tantas cosas buenas en la vida que se han ido antes de lo que hubiéramos deseado…
-¿A qué hora comienza su jornada? ¿Qué es lo primero que hace al levantarse? ¿Café u ordenador? ¿Lee los periódicos?
Habitualmente me levanto a las cinco o cinco y media de la mañana y no abro el portátil, aunque reconozco que a veces tengo la tentación de consultar el correo para confirmar que no ha ocurrido nada terrible durante la noche, o quizás algo bueno. Normalmente tomo una taza de café antes de hacer algo de ejercicio. Lo aborrezco tanto que intento quitármelo de encima cuanto antes.
-¿Sigue algún programa matutino de televisión?
Nooooo. Nada de televisión.
-¿Cuántas horas trabaja al día?
No digo esto para sonar pretencioso ni para presumir, pero he dejado de contarlas. Pienso constantemente en el trabajo. Leo todo el tiempo. Para mí, el trabajo no es eso que haces en la oficina únicamente, cambio constantemente de lugar. Trabajo en la oficina. Voy a casa. Trabajo. Descanso. Después veo una película o salgo a cenar. Es así todo el tiempo.
-¿Qué tipo de películas suele ver?
Depende. Por aquí tengo por ejemplo la autobiografía de Ceaușescu y El hombre que sabía demasiado, de Alfred Hitchcock. Normalmente cojo algunas y las veo en mitad de la noche. Estas son películas intelectuales, pero también sigo la última basura de Hollywood. Fuera del trabajo, el cine es mi pasión.
-¿De dónde saca el tiempo para escribir?
Sencillamente, no escribo. En estos 15 años solo he escrito un libro, y lo redacté en un año y tres meses. Fue un proyecto ridículo llamado The Bridge, en el que básicamente escribía una especie de biografía racial de Barack Obama que termina en el momento en que se convierte en presidente. La redacté en un espacio ridículo de tiempo, teniendo en cuenta que el libro no es especialmente corto. Creo que existe en versión española.
-¿Cómo ve a Obama? ¿Está contento con su trabajo?
No es mi función estar o no contento con el trabajo de los políticos. Pero creo —teniendo en cuenta que el Congreso actual tiende más a la derecha que nunca, en especial la Cámara de Representantes, incluso más que en la época Reagan o la época Bush— que ha habido una importante mejora con respecto al anterior presidente. Enorme. Pero hay que tener siempre presente que no vivimos en un sistema parlamentario, sino en un sistema presidencial en el que todo depende de que la oposición trabaje y se comprometa con el programa del presidente, algo que no parece pasar muy a menudo.
-He escuchado hace poco tiempo, no recuerdo si en la prensa española o inglesa, que hemos pasado del «yes we can» al «yes we scan». ¿Cuál es su opinión sobre la existencia del espionaje en un contexto democrático? ¿Cree que es normal que el Gobierno escuche a sus ciudadanos sin que estos lo sepan?
Me ciño a mi papel, y mi papel como periodista es ejercer una presión sobre el poder, buscar la transparencia. Entiendo que el Gobierno quiera guardar secretos. Lo entiendo perfectamente. De hecho hay secretos que no deberían salir a la luz, aunque sé que esta no es una opinión muy popular actualmente. A menudo me encuentro en la posición de publicar cosas que el Gobierno no quiere que sean públicas, y aun así las sacamos a la luz. No es un asunto sencillo. Si toda la responsabilidad sobre los secretos y la transparencia recae en manos del Gobierno, las oportunidades de abuso son obvias.
-Tras escribir King of the world: Muhammad Ali, ¿quién sería, en su opinión, la persona sobre la que actualmente recaería el poder moral que en su día tuvo el boxeador?
A pesar de su valor, no debemos exagerar la figura de Mohamed Ali, quien no fue un pensador político. Antes que nada, era un atleta, un atleta fantástico, campeón de un deporte que ha dejado de interesar a la mayoría de la población de mi país. Yo ya no lo sigo, y de hecho antes me interesaba mucho más la figura del propio Mohamed Ali que el boxeo como deporte. La persona que actualmente más se acerca a la figura de héroe moral es, sin lugar a dudas, Nelson Mandela, un personaje mucho más complejo, del que fui un gran admirador.
-Después de Mandela, parece que no tenemos grandes figuras. ¿Quizás Aung San Suu Kyi, en Birmania?
Podría ser, pero sabes que en el momento en que entre en política su reputación caerá por los suelos. Es el precio que hay que pagar al entrar, al hacer que tu rol en la sociedad pase de lo profético a lo político.
-¿Tiene algún amigo normal?
¿Que si tengo algún amigo normal? Solo tengo amigos desequilibrados.
-Recuerdo que un antiguo director de The New York Times decía que una vez a la semana trataba de salir con gente normal, alejada del periodismo y de la política, para conocer mejor las inquietudes de la gente corriente.
Una de mis formas de desconectar de la oficina es salir y hacer algún reportaje. Hace tres semanas, la oficina estuvo cerrada una semana, por lo que en lugar de ir a la playa o a cualquier otro lugar, fui a Jordania. Allí, pasé la mayor parte del tiempo en Zaatari, un gran campo de refugiados situado en la frontera entre Jordania y Siria. Aún no he escrito el artículo, no he tenido tiempo, pero lo terminaré este fin de semana. Eso es lo que me conecta con el mundo. Y por supuesto que tengo amigos con los que salir a cenar, ¡no soy alguien tan extraño! (ríe a carcajadas).
-¿Es posible ser al mismo tiempo un buen periodista y un buen director? Muchos directores cambian al acceder al cargo, parece que piensan más en el dinero que en las personas.
Quizá, pero hay que recordar que un director es el responsable de una organización que es además un negocio. No se puede, no puedo permitirme el lujo de hacer dos reportajes al año. Si estuviese todo el día por ahí viajando por todo el mundo, no podría cumplir con mis obligaciones. Soy responsable de The New Yorker semana a semana, y también soy responsable de su futuro. No puedo autocomplacerme intentando estar en todas partes. No se puede hacer todo bien. Soy el responsable y a la gente no le importa si yo escribo un buen artículo sobre Jordania o no, esto es pura autocomplacencia. ¿Sabes a lo qué me refiero?
-Y sin embargo continúa escribiendo.
Pero no muy a menudo. He de reconocer que soy lo que podríamos decir un «escritor veloz», puede que no sea muy bueno pero escribo de manera rápida y eficaz, intentando siempre que esta actividad no interfiera en lo que supone el 95-98% de mi trabajo, que es ser el editor de una revista. Esto es lo que ocupa todo mi tiempo.
-Recuerdo un reportaje que escribió en Israel hace años. Arrancaba con usted sentado en un café con un amigo palestino. Su amigo recibió una llamada en la que le informaban de que su hija había tenido un accidente jugando al baloncesto. Al llegar al hospital se encontraron con heridos de una bomba de Hamas. El reportaje trataba sobre la inexistencia de un núcleo de entendimiento entre las dos sociedades. Sin un núcleo amplio y fuerte no es posible la paz. Intenté copiarle el esquema en un reportaje para El País.
Efectivamente, Ramón, recuerdo la historia. Una de mis obsesiones en los últimos años, quizá haya sido también la tuya y la de muchos periodistas, es la no-ficción, cómo contar una historia que respete la condición de veracidad y al mismo tiempo se construya como un relato. Es un asunto importante para el periodismo de la actualidad, ¿no crees? Muchas veces me decepciono profundamente cuando veo que algunos autores sacrifican la verdad en favor del relato, como ha hecho en alguna ocasión Ryszard Kapuscinski. Es el ejemplo más conocido. Comprendo sus extenuantes condiciones, está en Polonia, escribe sobre Polonia, y al mismo tiempo está escribiendo sobre Etiopía o el país en el que esté. Sin embargo, considero que inventa muchas cosas, relatos, personajes, escenas. Ya existe una palabra para eso: ficción. Y no es que tenga ningún problema con la ficción. Amo la ficción. Leo ficción. Pero un periodista no es un artista. La no-ficción es un arte en sí mismo y hay grandes maestros del género. Mi héroe en este sentido, como otros periodistas, es Orwell. Y no lo digo por tu país, pero Homenaje a Cataluña podría ser, en mi opinión, el libro ideal. Aunque haya elementos o detalles que se alejen de la realidad de una manera más o menos evidente, reconozco que no conozco bien la historia. Es un viejo debate en el mundo del periodismo, y parte de mi trabajo como editor radica en reforzar la distinción entre ambos enfoques.
-En el reportaje que he mencionado, la idea que al final prevalecía era que la paz entre palestinos e israelíes es imposible en la actual generación, puesto que hay muy poca gente que se coloque en el centro, en el respeto al otro. Estamos en un momento muy delicado.
Y sin embargo hace unos días han empezado las negociaciones de paz. Conozco los argumentos para el pesimismo y para el optimismo. Han pasado cosas aún más inesperadas. Cuando vivía en la Unión Soviética, al final de los años 80, nadie, nadie, habría imaginado que en 1993-1994 el Imperio rechazaría el comunismo y colapsaría. Nadie. Ni la CIA, ni el Gobierno americano. Nadie. Es la prueba de que las cosas más extrañas han sucedido. La desesperación es un pecado imperdonable. Ambos lados están plagados de radicales. Gente que se aprovecha de la desesperación de otra gente. Esto es… Esto no ayuda en absoluto.
-A veces parece que todo está revuelto: Siria, Líbano, Egipto…
¡Pero es que todo es un gran lío! Sí. Todo está revuelto. Todo el tiempo. Prácticamente en todos los rincones. Salvo en un fin de semana largo en Barcelona, en el que salgo a cenar y finjo que la vida es algo muy diferente de lo que en realidad es. Porque me alojo en un buen hotel y salgo por ahí y me lo paso bien. Pero eso no es la vida. Eso pertenece al mundo de la fantasía. Porque, ¿en cuántos países has trabajado como corresponsal?
-No lo sé… En muchos.
Y has visto cosas que, gracias a Dios, la mayoría de la gente no tiene que ver. Para mí, la peor clase de periodismo es el periodismo de predicción. Aquellos periodistas que creen conocer el futuro, que aparecen en televisión y dicen «va a pasar esto o aquello». Todo es una bazofia. Pura basura. Ningún periodista, ninguno, podría haberme dicho que en 1985 un hombre llamado Gorbachov, con una mancha en la cara, aparecería y que la ideología comunista, la Unión Soviética, desaparecería, intencionada o inintencionadamente. Este tipo de cambio, mitad democrático, mitad borrachera de éxito, que traería grandes cosas y también otras terribles. Como tampoco nadie podría haber predicho que Putin aparecería un día e instauraría una especie de… No sé ni cómo llamarlo… Autoritarismo. Lo que quiero decir es que el arte de la predicción es burdo, barato. La descripción, el análisis preciso, es un arte mucho más complicado.
-¿Cree que Vladimir Putin tiene futuro?
¿Si creo que tiene futuro? Por supuesto, lamentablemente. Porque las leyes están en sus manos. No hay un sistema que garantice la justicia, no hay un sistema de control o que ponga límites al poder, no existe el periodismo independiente, sino algunas publicaciones que solo cuentan parte de lo que en realidad ocurre. Además, están limitadas a Moscú y San Petersburgo.
-¿Qué opinión le merece la situación actual en España?
Mi opinión pertenecería al terreno de lo fantástico, pues no hablo español y solo he estado en España unas cuantas veces y durante periodos muy cortos, por lo que no soy un experto. Sería una locura por mi parte opinar.
-Pero el desbarajuste político, la España que crecía sin control y que ahora…
Eso corresponde a los expertos en el tema, y no soy uno de ellos.
-Si tuviera 25 años de nuevo, ¿cómo le gustaría que fuera su futuro?
¿Sabes, Ramón?, podría decirte que exactamente idéntico a como es. Soy consciente de que en el campo profesional he sido mucho más afortunado de lo que cualquier persona podría fantasear. Desde una edad muy temprana deseé ser periodista; cuando era un adolescente los periodistas eran los héroes de la sociedad. Crecí en una pequeña, anónima e intrascendente ciudad, y mi profesión me permitió conocer el mundo, y eso es exactamente lo que hice. Así que fui muy afortunado en dos ocasiones especialmente. En primer lugar, fui contratado en The Washington Post cuando aún era muy joven y poco después fui corresponsal en Moscú en un momento histórico importante. En segundo lugar, llegué a The New Yorker, y me siento afortunado por todo lo que he pasado aquí.Evidentemente, en otras parcelas de la vida he tenido menos suerte, pero eso no me diferencia de cualquier otra persona. Todo el mundo vive tragedias y momentos de tristeza.
-¿Qué podría decir a la gente joven que estudia periodismo y aspira a convertirse en periodista en un momento en que la profesión parece estar derrumbándose?
Mi único consejo sería: «Adelante. Si estás convencido de que es lo que quieres, de que es lo que tienes que hacer, encontrarás la manera». Sé que desde mi posición puede resultar muy fácil dar consejos, pero hay que ser conscientes de que hay oportunidades que en un primer momento pueden no parecerlo. Si fuera un joven estudiante de los años 90, al menos en Estados Unidos, cualquier editor me habría aconsejado que entrase en un periódico provincial, cualquiera, en New Hampshire, o Carolina del Norte, o en cualquier sitio en el que hubiera algo que hacer. Pero ese es el camino antiguo, obsoleto en la actualidad. Ahora el camino se encuentra en internet. Lo importante es conseguir ganarse la vida escribiendo cosas de las que después no tengas que avergonzarte, cosas que estén bien documentadas. Así, tendrás recorrida la mitad del camino hacia una vida de oportunidades. La mitad.
-¿Esa es la mejor forma de conseguir un empleo?
Es una forma. La dificultad reside en cómo vivir de esa actividad. Ese es el reto. La libertad no es la mayor preocupación de la gente en tu país o en el mío, gracias a Dios. Es una bendición no tener ese problema.
-Puede parecer que la gestión de contenidos es más fácil en las revistas; tienen más tiempo para trabajar en historias extensas y más precisas. ¿Qué puede hacer un periódico para gestionar un contenido diario y ofrecer a la vez información en profundidad?
En mi opinión, ciertos periódicos están descubriendo que en realidad son también parcialmente revistas, y alguno de los mejores diarios, como The New York Times o El País están comenzando a intercalar grandes reportajes en profundidad en medio de otras informaciones más superficiales. Es una manera de distinguirse de los demás a través de la calidad de contenidos. No digo que sea tarde para ellos, pero ciertamente han dejado correr un tiempo muy valioso. Algunos reporteros de The New York Times consagran varios meses a una sola historia y a su lado, hay otros que escriben a diario, pues cubren puestos de interés permanente como el ayuntamiento, la Casa Blanca, incluso una guerra. En cualquier caso, es evidente que los periódicos se encuentran en una posición delicada y no están pasando por sus mejores momentos.
-¿Cuáles son los elementos, las condiciones imprescindibles para un buen reportaje?
En primer lugar hay que leerlo todo, y dedicarle mucho tiempo. Esencialmente es una cuestión de tiempo. Tiempo. Y quizá, si he leído lo suficiente y he pasado el tiempo necesario en un lugar, comenzaré a saber algo de la situación que quiero comunicar. Después, cuanto más tiempo pase en el lugar, me daré cuenta de que cada vez sé menos. (Se ríe). Y es entonces cuando comienza el proceso de acumulación. Creo que la mayoría de la gente se cansa y para justo antes de este primer paso. Llegan, echan un vistazo, entrevistan a algunas personas, y sienten que lo tienen todo controlado para comenzar a escribir. Y, sea por razones de financiación, o de pereza, el proceso suele terminar en este punto. Es un proceso muy, muy costoso. Subir a los periodistas a un avión, que lleguen a su destino, alquilar el equipo, pasar el tiempo suficiente, volver a casa y pasar varias semanas escribiendo, corregir, editar, editar, editar, ¡editar! Ese es todo el proceso. Y es muy, muy caro.
Muchas gracias, David.
Fotografía: Julio Gamboa
Traducción al castellano: Carolina Camarmo