“No he reparado en gastos”. Era la frase más repetida por Richard Attenborough en su papel de padre del parque jurásico en la película que Spielberg rodó hace ahora 25 años. Cualquiera de los protagonistas de ‘Jurassick World: el reino caído’ podría pronunciarla reiteradamente a lo largo del innecesariamente prolongado metraje de este monumental producto de laboratorio dirigido –es lo de menos- por Jota Bayona. Es algo que no deja de contagiarte de orgullo patrio, aunque el producto trasciende de quien se coloca tras la cámara para rodar una mamotrética y apabullante cosa de 260 millones de dólares que cuadruplica el presupuesto con el que contó Spielberg para ‘Parque Jurásico’ en 1993.
Tener asegurada tal cantidad ingente de dinero no te
garantiza una película extraordinaria, es obvio. Pero ayuda. Y tanto.
Especialmente cuando de lo que se trata es de arrasar en los cines con una
concatenación de espectaculares secuencias y un prodigio técnico de efectos de
todo tipo que el público sabe agradecer aguardando cola para entrar en la sala
de la misma manera que lo hace en cualquier franquicia de comida rápida. Al fin
y al cabo, ¿a quién no le gusta devorar de vez en cuando una hamburguesa doble
de carne, con sus ingredientes perfectamente alineados, rodeado de un
atolondrado ambiente? Es sentirse vivo en el reino caído de la gastronomía… y
del cine.
Lo que viene a demostrar la quinta película de la saga sobre
los dinosaurios, sus parques y sus islas –jamás comprenderé ese afecto por unos
animales tan antiestéticos- es que la espectacularidad y el entretenimiento son
las principales bazas de cada una de ellas, sin que se pueda pedir más.
Spielberg planea sobre todas ellas, es el productor ejecutivo de ‘El reino
caído’ y con ello se vuelve a comprobar que sus técnicos son los mejores y te
hacen películas como si fuera él quien se colocara tras la cámara sin que ni
siquiera necesite pisar el plató. Nada nuevo, porque en 1993 ya ocurrió con la
mismísima ‘Parque Jurásico’, que era la mala de Spielberg ese año. En junio se
estrenó y con ello el cineasta salió de un parto que lo tuvo ocupado durante
meses anteriores sin que tuviera interés alguno en mimar la criatura porque
donde realmente estaba centrado era en ‘La lista de Schindler’, viviendo en
Cracovia y en los ratos libres por la tarde noche supervisando la sucesión de
secuencias enviadas por un ejército de técnicos que rodaban apresuradamente en
Estados Unidos para llegar a tiempo a estrenar la película que le obligaron a
hacer al director de ET, condición indispensable para que de su talento saliera
la buena de ese año. No llegaron a 22 millones de euros lo que costó llevar
magistralmente a la pantalla la historia de Oskar Schindler. Ya ven.
De acuerdo. No seamos demagogos. Es una comparativa
interesada y artísticamente injusta. Pero a ustedes les ha dado que pensar, no
lo nieguen. Y no está mal que algunos apuntes despierten nuestra sustancia
gris, lo cual no es incompatible con el hecho de que ‘El reino caído’ nos
indigestione como comida rápida aunque durante su consumo disfrutemos brutalmente.
Yo también lo hice, a pesar de quedarme ya exhausto faltando 20 minutos para
terminar el menú por tantos excesos de patatas de luxe y gas carbónico
transformados en FX y la aparatosa música de Giacchino. ‘Parque Jurásico’,
aquella película que no pudimos tomarnos en serio ni conceptual ni
guionísticamente –extraer una decena de especies de dinosaurios a través del
ADN en un mosquito fosilizado insulta a la inteligencia- le debe mucho,
muchísimo, a John Williams, que firmó una de sus bandas sonoras más redondas.
Ahora no es lo mismo, pero no importa. The show must go on, aunque tan solo sea
por diversión y por algunos guiños cinéfilos que quiero pensar sí ha aportado
Bayona a modo testimonial, como el plano cenital del indoraptor en la secuencia
aprendida de ‘Alien el octavo pasajero’. Otros más deben ustedes de
descubrirlos, así se entretienen más allá de la intrascendencia en pantalla,
incluidos los postureos y el manierismo actoral y el previsible mensaje
ecologista.