Hoy, 7 de mayo, hace cinco años que nos dejó Ray Harryhausen.
Este tipo, con nombre tan sonoro y repetitivo al pronunciarlo, quizá no le suene a mucha gente. Pero sin él no existirían los efectos especiales tal y como los conocemos hoy día.
Harryhausen, que recibió un homenaje en el Festival de Sitges de 1995 -ahí en la fotografía, junto a un sujeto gafón que soy yo, unas horas antes de la ceremonia- fue el artesano que le tocó trabajar en un época en la que no había ordenadores ni nada que se le pareciera.
Fotograma a fotograma, moviendo hueso a hueso de esqueleto a cada paso en, por ejemplo, 'Simbad y la princesa' (1958) o haciendo andar a una réplica de dinosaurio cambiándole la posición de una pata de plástico, logró recrear la quintaesencia del cine, la magia de la pantalla: convertir lo estático, lo inerte, en vida y engañar al ojo humano.
Ganador del Oscar en 1949 por 'El gran gorila', muchos como Tim Burton o Steven Spielberg han sido admiradores o aprendieron y practicaron su técnica. Falleció a los 92 años y, paradojas de la vida, sus padres lo llevaron a ver una representación de 'El mundo perdido' de Conan Doyle, cuando tan solo contaba con cinco años.
Cuando hoy en pantalla todo es tan impersonal, donde la apariencia del vídeojuego ha barrido los cánones estéticos del cine, recordar a Ray Harryhausen es casi un obligación.
Creo tener localizada la entrevista que le hice, la busco y lógicamente estará en cinta cassette. Prometo sacar algunas frases suyas en próximos días.