He sido perezoso en el tiempo a la hora de opinar sobre 'Ready Player
One'. Me temo que, a pesar de ser una película de cabecera para los
cuarentones, su valentía desde el principio mostrando sus cartas, su
apabullamiento visual y la oportunidad de 'darle un joystick' al
espectador para transformarlo en un jugador, no va a ser tomada en serio
por las generaciones de antes y después de quienes rozamos los
cincuenta.
En este nuevo vídeo de 'Último Estreno' te explico el
porqué y algunas otras cosas de un Spielberg dedicado a un público
concreto y que, supongo, asume el riesgo que ello supone. #ReadyPlayerOne#ÚltimoEstreno
Soy tan egoísta con Él que no hubiera dado la más mínima
concesión a la duda, al debate. Sé que eso no estaría bien, pero lo he dibujado
en mi imaginación tantas veces cimbreando lo justo por el celaje del cielo de
La Isla, que aquella impresión de niño se transformó en ilusión de adolescente
y en fijación de adulto. Un imposible, como los amores de la infancia; un sueño
como todos los que tenemos: hecho realidad en nuestra mente sin interferencias
de los demás, ni siquiera propias. Un déjate llevar por lo que anoche creó la
mente sin prisa por despertar.
Y le pongo ruán morado y esparto, y hombres y mujeres
mayores de 18 años sin calzar, portando cirios infinitos al cuadril, tan
interminables como los capirotes más largos del mundo. Y un paso tallado de
filigranas por mi amigo Manuel Guzmán que no se pareciera a ningún otro salido
de sus manos y ni siquiera de las del maestro, como le gusta a Manolo llamar a
su padre. Algo único e irrepetible, dorado con 24 kilates y sin las prisas que
hoy ganan a la paciencia, a las cosas hechas para escribir la historia. Con
solo dos jarras a cada lado para varias piñas de lirios morados, que se está
perdiendo el color penitencial. Un paso que sale de rodillas por el medio punto
del Carmen, sin que se oiga un cargador, sin ni siquiera dar oportunidad a
saber quiénes son. Como tampoco conocer quiénes se ocultan tras los antifaces
con baberos hasta la última hebilla del cinto. Sin guantes, para que se vean
las arrugas de las manos maduras, de quienes llevan mucha vida caminada y
sufrida con el rostro por delante para que se lo partan. Sin música, para no
distraer los sentidos. De cuatro a ocho de la tarde el Sábado Santo. Cuatro
horas bastan para no dejar huérfana la Semana Santa isleña el día de mayor luto
del año, que pide para sí una humanidad necesitada de reflexión; un dolor
callado en la calle que marca la cuaderna maestra de la ciudad, por donde va y
por donde regresa, adivinándose su escorzo entre una gran nube de incienso
provocada por un grupo de turiferarios cuarentones que no alzan la vista del
adoquinado. Y tal como pasa ante nuestros ojos, se va. Y tal como sale, se
recoje. Y hasta el año próximo sigue en su ornacina, con la excepción de su
triduo de Dolores. Y una junta de gobierno a la que no se la ve, ni se la oye,
ni se la conoce. Ni carteles, ni pregones, ni extraordinarias, ni certámenes, ni asambleas de
cargadores, ni casetas, ni verbenas, ni entrevistas, ni polémicas... Eso para
los demás.
No hay más. No es tan difícil. Un sueño de un cofrade como
yo, descreído y que hace tiempo dejé de ser de este mundo. Un imposible hecho hermandad que solo
sucede una vez al año en mi mente. Y que no puede venir nadie a fastidiarlo
como seguramente, si se llevara a efecto, ocurriría ante estos tiempos tan
convulsos y de tan bajos vuelos. Así que me quedo con mi ideario, que nadie
puede arrebatarme, y lo tiño con el azul y negro del Jueves Santo, el de toda la
vida. Un soñar despierto que colma mis anhelos cofrades. Con eso ya me basta
aunque el sueño, ese sueño en concreto, jamás se haga realidad.
Noche de los Oscar. Me vienen a la memoria tantos años retransmitiendo
nada menos que ocho horas de programa en 'Ultimo Estreno' cuando
llegaban estas madrugadas tan apasionantes para los que amamos el cine.
Entre los colaboradores habituales, el gran Carlos Pumares. Era un fijo
cada noche de los Oscar en mi programa y hablábamos un rato por
teléfono mientras la alfombra roja. En teoría de lo que iba a suceder
poco después, pero ya sabéis que Pumares era-es indomable. Toda la entrevista es una anarquía pura, un dislate, un maravilloso desastre y un "darvuader" por ahí impagable. Pero conforme avanzamos hay titulares de peso a cada 30 segundos. Ya lo veréis.
Cuando coincidía que iba a Hollywood a cubrirlos se buscaba garitos
para recibir la llamada y el jaleo de fondo formaba parte de la magia de
la noche. Siempre le agradeceré su predisposición y su comportamiento
conmigo durante tantos años.
Eran noches de muchas anécdotas en el
estudio con mis colaboradores y con otras circunstancias. En 1994 la
ceremonia terminó a las 07:55 h. y yo hacía la mili (soy viejo, qué le
vamos a hacer) y en Capitanía tenía que estar a las 08:00 horas. Y allí
no había flexibilidad que valga. Cuando llegué, el jefe de guardia me
había estando escuchando. Menos mal.
Se podría hacer un libro entero. No es mi intención aburriros, pero sí deleitaros con algo de hace nada menos que quince años.
Aquí tenéis la entrevista en directo a Carlos Pumares en el programa
especial de los Oscar en el año 2003. En aquella ocasión estaban 'en el
ajo' películas como 'Chicago', 'El pianista', 'El señor de los anillos:
las dos torres', 'Las horas', Gánsters de Nueva York'... Nuestro gran
Pedro Almodóvar (mal que les pese a ciertos sectores) como director por
'Hable con ella'... ¡Y nos parecían unos Oscar flojos!
Bueno.
Disfrutad de alguien que nos acompañó durante muchas noches de estudio
en el instituto, en televisión y con el que he compartido festivales
inolvidables:
Es probable que Guillermo del Toro lo haya repetido con frecuencia, pero la primera vez que lo oí fue en la comparecencia posterior al pase de prensa en el que habíamos visto 'Cronos', en el Festival de Sitges de 1993. Éramos media docena de periodistas y en apenas un cuarto de hora concluimos la rueda.
"Me levanté una mañana para ir al WC siendo muy niño; entonces vi todo lleno de monstruos a mi alrededor. Hice un pacto con ellos: si ustedes me dejan vivo, yo les prometo serles fiel toda mi vida. Y aquí estoy", dijo el cineasta mexicano. Con esta declaración de intenciones no es de extrañar la carrera emprendida por Del Toro que ahora muestra en las pantallas la máxima expresión de su mandamiento principal, en el que encierra el resto de dogmas de fe de su cine. Pulcro, de imaginativa utilización de la cámara como lo es también de la fabricación de ideas, de acertadas apostillas musicales y de una imperfección -por manierista- presentación de situaciones deformadas por la también perenne presencia del cómic en la manera de ver al monstruo que el director lleva dentro. Poliédrica y mimetizada con las historias que nos ha expuesto a lo largo de 25 años de carrera. Si Del Toro nos muestra el monstruo más fácil en sus adaptaciones del cómic, sus monstruos metafóricos son aun más interesantes: el de la guerra civil española por partida doble en 'El espinazo del diablo' (su película más personal, según asegura y afirmación con la que coincido) y 'El laberinto del fauno' o el propio amor transformado en monstruo en 'La cumbre escarlata' o ahora, en pantalla, 'La forma del agua'.
Ante la premisa del amor al monstruo, Del Toro no da concesiones a la simbología ni a metáforas representativas de peliculas anteriores. Ahora sí tenemos a un monstruo con todas las letras, no ha tenido reparo alguno en construir una historia alrededor de él con máximas nada nuevas con las que realiza una película refrito de ingredientes de obras maestras o encumbrados ejemplos del cine del llamado realismo fantástico. Y así, tenemos al monstruo incomprendido procedente de un remoto lugar, capaz de sentir y en este caso amar, al que quieren escudriñar y explotarlo, con ribetes milagrosos de civilizaciones ignotas -es decir, un ET modernizado y anfibio- y solo comprendido por una persona; una amanerada historia de espías rusos en plena guerra fría y una inadaptada social, más por sus rarezas que por ser muda, que guarda curiosas similitudes con Amelie y a la que acompaña una banda sonora afrancesada de la que después hablaremos.
'La forma del agua' tiene dos principales problemas: el primero es precisamente ese descaro del director de meternos en una historia de fantasía en un escenario tan realista y en el que cuesta trabajo darle credibilidad al empecinamiento de Liza Expósito por un monstruo anfibio con el que llega hasta al paroxismo sexual y a esa manida manía que tienen ahora los directores de convertir todo en un musical donde hasta los monstruos más horribles bailan claqué con su amada sin pasarla y rodeado de estrellas de cinco puntas en el firmamento. Lo vimos en 'La La Land' hace poco y sigue la costumbre aunque no pegue la secuencia ni con cola.
El segundo inconveniente de lo último de Guillermo del Toro es que sabemos lo que va a suceder. Es como una pelicula de jesucristo, pero con bicho en el agua. No hace falta leer reseña alguna en prensa para saber que estamos ante una especial relación gradual de dos seres inadaptados y nuestro subsconsciente espera la tragedia final empujada por el razonamiento lógico de que un ser anfibio que va rebanando por ahi cuerpos con sus zarpas no puede terminar sentado en un sofá viendo un partido de fútbol con su amada humana. Es más, ya la cartelera de la pelicula se encarga de hacer el spoiler mas grande de los últimos años.
Quizá quien sea capaz de superar tanta ficción convencional en el fondo aunque inteligentemente trillada en las formas pueda decantarse por considerar 'La forma del agua' como un ejemplo del llamado realismo mágico y disfrutar de una historia de amor con la que del Toro es capaz de hacer lo mejor (la secuencia en el cine a la búsqueda de la bestia sirve como ejemplo) y de lo peor (la inundación de la casa en una secuencia en la que rosa el ridículo conceptual o el tono ampuloso de fábula de la voz en off que narra la historia al inicio y a su fin. Mención especial a su banda sonora, de Alexandre Desplat, nominada al Oscar. Estoy
tratando de buscarle algún sentido a ese soniquete de 'Main Title' tipo
compositores de la nouvelle vague con acordeón incluido. Jamás he visto
relación alguna entre tanta agua y el acordeón como instrumento
'acuático'. Eso sí, es bonito tela. Desplat dio con las notitas
adecuadas y suena, y suena...Es el Oscar musical in pectore de este año. Pues vale.
En la cabecera de este texto tienes el vídeo con la crítica de 'La forma del agua', por si prefieres el formato audiovisual a la lectura.
Lo grabé el martes, que fue el Día Mundial de la Radio, pero no he podido subirlo antes.
Fueron muchos años de vivencias en la radio, en el medio de
comunicación más mágico y maravilloso que pueda existir, y donde a
través de mi programa 'Último Estreno' me introduje en el mundo del
cine. Apenas tenia 20 años cuando me puse por vez primera delante
de un micrófono. Muchas anécdotas, momentos, vivencias con compañeros de
otros programas y amigos, entrevistas a mucha gente conocida,
viajes a festivales desde donde se emitía, noche de los Oscar, otras
experiencias relacionadas con temáticas distintas al cine... En
estos minutos se ven muchos rostros que con seguridad provocarán
sonrisas que pueden convertirse en risas a carcajadas. Algunos colegas,
con los que guardo una estupenda amistad, están en medios a nivel
nacional. Otros son amigos incondicionales, y algunos desaparecieron del
camino. Como la vida misma. No es un ejercicio de
autocomplacencia. Es un particular, cariñoso y modesto homenaje a la
radio y con ello a quienes la hicieron; a quienes la hacen, están y
estuvieron, especialmente a los que siempre recuerdan los momentos que
compartimos con cariño y gratitud, y así lo expresan cuando tienen
ocasión. Espero que disfrutéis de él.