martes, 11 de marzo de 2025

«A Real Pain»


Imagínese inmerso en uno de esos viajes concertados y grupales en los que se conocen lugares e, ineludiblemente, a personas. Una o dos semanas recorriendo sitios de interés mientras usted trata de congeniar con quienes serán sus compañeros inseparables durante el tiempo que dure el tour en cuestión. La química o la ausencia de ésta entre los miembros del grupo influirán en el grado de satisfacción del viaje. Puede darse el caso de que se cumplan sus objetivos de ampliación del conocimiento, pero de soportar las costumbres, formas de actuar ante situaciones o manías personales de quienes le acompañan no le va a salvar nadie.

Hay viajes con mayor necesidad de introspección y otros en los que socializar no interfiere tanto. Entre estos últimos me he incorporado a varios desplazamientos medianamente extensos en el tiempo a Italia, Francia, Portugal, Marruecos… Cuando he ido a Polonia he preferido hacerlo de manera particular. Si acaso alguna visita explicativa con un pequeño grupo al que no vas a volver a ver al día siguiente. Civitatis y compañías así son ideales para ello. El país centroeuropeo es una tierra sufrida desde hace siglos, castigada por invasiones en su sentido literal y también en el social y el cultural. Los polacos son gente maltratada a lo largo de la historia por su ubicación geográfica y estratégica. «No hace mucho, no muy lejos» rezaba el lema de una exposición sobre los horrores vividos en Auschwitz cuyo estreno mundial tuvo lugar en Madrid en 2018 y posteriormente ha recorrido distintos países. Cuando los soviéticos liberaron a los polacos del tormento nazi, los vecinos del Vístula celebraron una libertad que realmente no les llegó hasta medio siglo después tras la ominosa opresión impuesta por el comunismo. Hablar con un polaco es comprobar que, para ellos, el «No hace mucho, no muy lejos» es aplicable al dominio soviético más que al padecimiento causado por los nazis, que fue intenso pero efímero, en la dilatada historia de esta nación.


La Krakowska Aleja Gwiazd, a orillas del Vístula, en Cracovia. Placa con las manos del cineasta Roman Polanski.

 La Krakowska Aleja Gwiazd, a orillas del Vístula, en Cracovia. Placa con las manos de Roman Polanski.

El aislamiento en todo lo posible para favorecer la reflexión y facilitar el conocimiento de los detalles de hasta dónde es capaz de llegar el ser humano contra sí mismo en su más criminal irracionalidad es necesario para imbuirse de lo que desprenden determinados lugares. De acuerdo, necesitamos concentrarnos en los lienzos del Louvre para percibir su magnificencia. Pero yo les hablo de lo que exhalan otros poros, los más monstruosos que podamos imaginarnos. De aquellos de donde emana tanto horror que es necesario enfrentarnos a él mirándolo a su rostro, frente a frente, para practicar un ejercicio particular y desnudo que nos marque con fuego que aquello jamás debe volver a suceder. Sin distracciones, sin ni siquiera apoyos al lado.

Pues siga imaginando y suponga que en un viaje de este estilo, integrado grupalmente, surge un individuo a contracorriente en sus comportamientos. No le hablo de incivilizado ni tóxico, sino de un imprevisible compañero capaz de movilizar a los componentes del grupo para inmortalizarlos a los pies de un monumento gigante de soldados batallando en una fotografía donde todos adoptan posturas teatrales, casi cómicas, simulando los escorzos de cada estatua, todo ello delante del Monumento al Alzamiento de Varsovia, cuyo carácter triunfal se compatibiliza con el homenaje de los polacos a las víctimas de los alemanes de la época. Horas después, el mismo personaje achaca al grupo viajar en primera clase en tren, con todo lujo de atenciones, en un país en el que los vagones del ferrocarril transportaban, por aquellos mismos raíles, a miles de judíos hacia su destino. «Marchándote a clase turista no vas a encontrar menos dolor», le espeta el señor más mayor del grupo, poco propenso a escudriñar, y mucho menos comprender, los comportamientos de su colega de periplo.


Si todo esto le sucede en algún viaje, sepa que ese compañero que le ha tocado es Benji Kaplan, el protagonista de la excelente película «A Real Pain». A poco del comienzo de la ceremonia de los Oscar de 2025, Kieran Culkin recibía la estatuilla al mejor actor secundario. Respiré profundamente. Al menos se ha hecho justicia en un apartado en unos Oscar vergonzantes, en los que basuras como «La sustancia» o naderías como «Anora» recibieron nominaciones una tras otra e incluso premios mientras una de las mejores películas de 2024, una road movie en toda regla, inteligente y atinadamente conducida sobre caminos guionísticos de extremada delicadeza, había sido ignorada sorprendentemente.



Y es que bajo la excusa de un reencuentro con el pasado familiar, de un viaje desde Estados Unidos a Polonia de dos primos hermanos judíos que se autoredimen en busca de sus orígenes representados en su abuela y en una anónima casa en un suburbio de Varsovia como culmen de la peregrinación, se esconde un filme que muestra dos maneras de ver el mundo, una de ellas propia de un personaje al que posiblemente usted y yo eludiríamos acercarnos si perteneciéramos al grupo, y como antítesis otra visión representada en David Kaplan que no deja de responder a los cánones clásicos –familia modélica, trabajo sobrepasado, modus vivendi teóricamente perfecto- cuyas costuras se descubren por la rebeldía del primero, de un quijote que atisba un autismo en su sinceridad totalmente despojada de reservas, un idealista con un poder de atención y de atracción arrolladora, a pesar de una solo aparente afasia mental. Benji Kaplan tambalea los cimientos del convencionalismo de quienes le rodean, deja agotado a David, que trata de solventar las situaciones provocadas. «Lo quiero y lo odio a la vez», confiesa, mientras en la estupenda secuencia de la cena, su hermano va al baño dedicando sonoros eructos a todos los comensales y cuando regresa se sienta frente a un piano mientras interpreta a Chopin –casi siempre presente musicalmente en la película- descolocando al espectador, especialmente al que se quedó en el envoltorio juzgándolo como un patoso adicto a la marihuana.



«A Real Pain» es una película extrañamente americana y muy europea. Quizás por ello se explique su ninguneo en los Oscar. Tan del viejo continente como el cine de Woody Allen, cuyo espíritu está detrás de un buen puñado de conceptos y situaciones del filme. Me resulta bastante desafortunada la definición de «comedia divertida» que críticos de cierta fama le han impuesto a la película de Jesse Eisenberg. Las situaciones distendidas son solo una excusa para presentar un abrumador grado de dramatismo personal representado en ambos protagonistas, afianzados con mucho tino por las situaciones anímicas de los secundarios del grupo: la separada matrimonialmente que encarna Jennifer Grey (siempre la recordaremos en «Dirty Dancing»), el personaje de Kurt Egyiawan en busca de su identidad religiosa siendo ruandés y convirtiéndose al judaísmo, el tosco personaje encarnado por Daniel Oreskes… Lo comedístico es solo una excusa para tanto trasfondo que alcanza el dolor en la figura protagonística de Benji, que entre las muescas que le han señalado en su vida consta un inconfeso conato de suicidio. Un personaje que, mientras que David culmina su particular epopeya retornando a su ‘modélico’ hogar, él busca el sentido de su existencia y el de su futuro entre el ir y venir de los anónimos usuarios de los aeropuertos, lugares que se convierten en casillas de protección para Benji. «En los aeropuertos se conoce a gente piradísima», le asegura a su primo antes de la despedida final.




Una de las pruebas de fuego de «A Real Pain» es sustentar la película sobre argumentos actuales tangibles del holocausto sin caer en lo irreverente o el simple uso de un ‘macguffin’ tan sensible en aras de hacer crecer el imprevisible personaje protagónico. El momento más delicado para ello es la visita que el grupo realiza, dentro del tour previsto, al campo de concentración de Majdanek, en la periferia de la ciudad de Lublin. Pero el recorrido por las instalaciones de este lugar de horror y vergüenza no solo es un respetuoso elemento del filme en donde además no existe ni una sola nota de música a la que sí se recurre en muchos otros momentos del metraje, sino que hace que el espectador perciba constantemente –y solo en esta secuencia- los rostros de los protagonistas contemplando los barracones, las cámaras de gas, las dependencias donde se amontonan miles de zapatos y efectos personales de los prisioneros…  Eisenberg no convierte al espectador en un visitante más de Majdanek aguardando expectante las reacciones de Benji como sí sucede durante el resto de su película, sino que gira su mirada 180 grados y nos convierte en lo que el grupo contempla, en el resultado de la maldad humana, mientras los protagonistas nos miran horrorizados, consiguiendo así que, a la vez que acentuamos el dolor por la mirada que nos penetra, quedemos cosificados en las pruebas de la barbarie que el hombre es capaz de cometer, de manera que nos transforma en objetos y de esta manera nos inculpa en ello. Sublime desenlace el de la visita a Majdanek, cuando la consternación incontrolada se apodera precisamente del visitante que suponíamos más propenso a desentonar en un lugar de esa naturaleza.





«A Real Pain» es un producto anacrónico a los tiempos actuales. Hace pensar, cuestiona clichés y, amargamente, nos hace dudar sobre las decisiones que hoy día, más que nunca y por razones que deberíamos analizar, tomamos en busca de redimirnos por nuestro modo de vivir. David regresa a su mundo, Benji al suyo y me temo que el abrazo final es un efecto placebo sobre las conciencias. Quizás la piedra que homenajea a la abuela de ambos que David coloca en la puerta de su casa sirva para conservar la esperanza, pero no son los gestos rituales o para lograr la paz interior los que cambian el mundo, sino las decisiones valientes y globales. Y estas reflexiones remueven al espectador como pocas películas lo han hecho en los últimos tiempos. Y con tan solo un presupuesto de tres millones de dólares, la mitad de lo que ha costado «Anora», a la que alaban diciendo que es el ejemplo del triunfo del cine independiente. «Annie Hall», la joya de Woody Allen, ganadora del Oscar a mejor película en 1978, costó cuatro millones de dólares. Y parafraseando al cineasta neoyorkino, cuando ves «A Real Pain» no te entran ganas de invadir Polonia, sino de amarla. En mi caso, aún más.

«A Real Pain» está en cines y en Amazon Prime en alquiler (marzo de 2025).





lunes, 10 de marzo de 2025

«Cónclave»: La moralidad o la ambición cardenalicia


Más allá del morbo que el público siempre está dispuesto a ver sobre las cuitas en el seno de la Iglesia Católica y más a la hora de hablar sobre todo lo concerniente al Papa, el interés de «Cónclave» radica en debatir apasionadamente en grupo si la estrategia del cardenal Lawrence (Ralph Fiennes) a lo largo de la película es producto de su celo por mantener el buen proceder y la moralidad de la jerarquía vaticana o de su ambición por llegar al papado. Lawrence manda investigar, incluso rompe las reglas de la ética y la moral para que el puzzle se vaya conformando eliminándose a los candidatos ¿por sus pasados que afectarían al papado o para su provecho a la hora de aspirar a ser Santo Padre? 

Esto, más allá de las fáciles muestras de lo que hay bajo las alfombras del Vaticano, es lo mejor de una película que no he comentado en estos meses desde que la ví hace ya tiempo porque es muy susceptible de ser pasto de spoiler. Pero en estos días, entre los Oscar y la actualidad que rodea al Papa Francisco, me habéis pedido mis comentarios, de modo que sin montar, preparar ni nada, ahí va una grabación 'a pelo' sobre «Cónclave» en #UltimoEstreno, una película solvente pero cuya justificación para que "suceda lo que sucede" da la risa floja en un guión adaptado sorprendentemente premiado. Ya se sabe que las historias que se enredan o crean autores mediocres terminan con todo el elenco criando malvas... o con una potente bomba que cambia radicalmente el devenir de los hechos.

Más allá de lo sinóptico de «Cónclave», la película está cuidada en su factura, en la puesta en escena de algo que se desarrolla a puerta cerrada y que nadie conoce porque los cardenales no pueden contar lo que sucede en sus reuniones para dirimir el papado. Llama la atención la intencionada actualidad con la que la película está narrada desde su exposición de motivos: El Papa no muere en las dependencias vaticanas, sino en una residencia adjunta a San Pedro... que precisamente es donde reside Francisco habitualmente, y el énfasis de la pugna entre purpurados progresistas y conservadores presenta muchas connotaciones actuales.

También merece la pena detenerse en la banda sonora. La música compuesta por Volker Bertelmann, del cual ya hablamos en la interesante «Sin novedad en el frente», no se basa en leit motivs sobre los personajes que aparecen en pantalla, sino que cumple una función descriptiva y atmosférica. En este sentido, desempeña un papel idéntico al que desarrollaron scores como los de Richard Robbins para «Lo que queda del día» o el francés Armand Amar en «Amén», cuyos temas de inicio de ambas películas caracterizados por sus obstinatos, aumentan la sensación de presentación de situaciones, suspense en el espectador y de desenlaces contrarreloj. La llegada de los cardenales al cónclave nos hace recordar ineludiblemente a los primeros minutos o a la secuencia de la cadena de vehículos de «Lo que queda del día» llegando a aquella reunión secreta donde los 'notables' iban a dirimir el futuro de Europa ante la irrupción de la Alemania nazi, de igual manera que los planos de Costa Gavras con los trenes hacia los campos de concentración en «Amén».

Enlace a la crítica de «Cónclave» en #UltimoEstreno: https://youtu.be/d2ZjTVsqh14?si=k2SzMIqU79tY7OYa

viernes, 7 de marzo de 2025

«El señor de los anillos» vuelve a Sevilla con magnificencia dos décadas después

Alrededor de dos centenares de músicos y vocalistas interpretaron ESDLA en dos conciertos ante más de seis mil personas. (Fotografía: JCFM)


La música de cine está compuesta para la imagen.
Aunque esta afirmación es un axioma y como tal indiscutible, el creciente y afortunado reconocimiento a las composiciones cinematográficas por parte del público que visiona una película y de la propia industria viene generando propuestas artísticas de distinta naturaleza. Conciertos con orquestas sinfónicas, de cámara adaptando partituras, espectáculos guionizados con alternancia de la palabra y la música o proyecciones que acompañan a la interpretación de las bandas sonoras en cuestión. Los conciertos en formato tradicional facilitan que el espectador se centre plenamente en la orquesta, en la textura de las piezas y en las maneras que tanto el director como los músicos tienen de interpretar una obra. El aderezo de las imágenes ha venido a suponer un atractivo más para el gran público o una ganancia de espectadores susceptibles de responder con un mohín en su rostro cuando de asistir a un concierto ‘clásico’ 
se refiere. Todo lo que suma siempre es positivo, máxime cuando se trata de difundir un género infravalorado en el cine y en la música. Basta recordar que en el Hollywood clásico costó iniciar la costumbre de acreditar a los músicos o pagarles como merecían, y sin necesidad de irnos a tiempos lejanos, las injustas propuestas de las mentes pensantes de importantes premios como los Oscar, que relegaron a una grabación en diferido la entrega de la estatuilla a mejor banda sonora junto con otro puñado de apartados ‘técnicos’, aunque la creación de música no es algo ‘técnico’ sino artístico y creativo. Llevaban proponiéndolo desde 2018, lograron hacer efectiva esta discriminación en 2022 y felizmente se retractaron de ello al año siguiente. Pero el desprecio y el ninguneo a la música de cine siempre está acechando. Así que cualquier propuesta que atraiga seguidores más que sumar, multiplica.

Y proponer oír y ver redobla las excelencias de la oferta. Otra cosa es que los puristas llevemos hasta el extremo nuestra defensa del concepto indisoluble música-imagen, por lo que al hecho de que no se pueda prestar la necesaria atención a la orquesta mientras interpreta –máxime en un país poco acostumbrado a retener dos acciones en su campo de visión desde que se impuso el doblaje como algo ‘natural’- se sume la interpretación de temas que la única relación con la imagen es que pertenecen a la misma película, apareciendo en pantalla, por poner un ejemplo, escenas de momentos románticos del filme mientras los músicos ofrecen la partitura que se escribió para escenas trepidantes de otro momento de la cinta, produciéndose un desajuste perceptivo que afecta al mandamiento con el que iniciamos este texto: la música de cine se compone para la imagen. Pero para ‘su’ imagen concreta.

En toda esta oferta más o menos acertada ha venido a irrumpir una opción más atinada y más justa con la música: la interpretación de la banda sonora completa de la película junto con la proyección íntegra del filme, sincronizándose ambas tal y como conocimos el producto final. Seguimos distrayendo la atención plena que requieren los músicos, pero al menos ponemos de acuerdo los sentidos y los satisfacemos en su adecuada medida y momentos. Y eso es lo que los pasados 28 de febrero y 1 de marzo pudimos vivir en el auditorio de Fibes en Sevilla con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla interpretando la BSO de «El señor de los anillos: la comunidad del anillo» en un espectáculo –en el sentido más majestuoso de la palabra- auspiciado por la gerencia de la ROSS al incluir en su programación la gira que desde hace varios años protagoniza la banda sonora creada por Howard Shore que ya ha visitado otras ciudades bajo la batuta del maestro Shih-Hung Young y la soprano Grace Davidson. En los dos conciertos ofrecidos en Sevilla, tanto el director como la solista demostraron nadar como pez en el agua en el mundo de la música cinematográfica. El director taiwanés ya viene de experiencias similares en directo con bandas sonoras también tan celebradas como «El Padrino», espectáculos con el sello Disney o, en la plenitud sinfónica similar a la obra cinematográfica de Peter Jackson, los conciertos con las bandas sonoras de varias de las películas que conforman la saga de Harry Potter.


Uno de los músicos, tomándole el pulso a su violín minutos antes del concierto del sábado. (Fotografía: JCFM)
Uno de los músicos, tomándole el pulso a su violín antes del concierto del sábado. (Fotografía: JCFM)


Young dirigió en Sevilla con mucha solvencia, sin aspavientos, aportando a la orquesta y a la masa vocal un tempo asombrosamente similar al que el propio Howard Shore imprimió a la London Philharmonic Orchestra cuando grabó su banda sonora hace ya casi veinticinco años. Unas bodas de plata que se cumplirán habiéndose recorrido un camino de satisfacciones con regalos para Sevilla. Cabe recordar que lo vivido en la capital hispalense hace unos días ha sido un espectáculo de gran calado. A la orquesta se sumaron cuatro coros y una escolanía, casi alcanzándose la cifra de doscientas personas sobre el escenario. No es necesario incidir en la complejidad de ostentar la batuta de un concierto de esta índole, de tres horas de duración, ajustándose a las imágenes de la película proyectada en tiempo real con los diálogos y lo que más exigimos los amantes de la música de cine junto con la calidad musical y vocal: la fidelidad y el respeto a la obra original. En este sentido, los conciertos del 28 de febrero y 1 de marzo superaron nota con creces. Si acaso alguna que otra licencia que vino a enriquecer la propuesta, como la inclusión del acordeón en la secuencia de la comarca poco después del inicio del filme, correspondiente al tema «Concerning Hobbits» en la edición discográfica, y que en el CD posterior con la versión extendida sí incluía este instrumento a modo de complemento aunque en la película aparece tal como en la grabación primigenia para el filme. Nada que objetar… a pesar de mi purismo ya confeso. El mismo que me hizo comenzar el concierto con rostro contrariado al comprobar que el sonido de los cuatro coros estaba amplificado y la microfonía dispuesta no solo alcanzaba a los vocalistas, sino también por proximidad a la orquesta, lo que arrojaba un sonido que restaba naturalidad a la interpretación y, como siempre que un audio se amplifica, merma la percepción auditiva del espectador a la hora de recibir los matices reales de la interpretación. Es entendible que la organización decidiera apoyar el espectáculo sobre ‘ayuda técnica’ dado que estamos hablando de un auditorio con 620 metros cuadrados de escenario y capacidad para más de tres mil personas (con casi todas las localidades vendidas en ambos conciertos). Por eso muchos seguimos echando de menos estos eventos en el Real Teatro de la Maestranza, aquel que precisamente acogió hace 21 años un recordado concierto que vivimos en el que el propio Howard Shore dirigió una sinfonía en seis movimientos que compendiaba la música compuesta por el maestro para «La comunidad del anillo», «Las dos torres» y «El retorno del Rey». «Mi música está compuesta según las palabras de Tolkien», nos comentó Shore a los periodistas que asistimos a su rueda de prensa como preludio de (también) los dos conciertos que dirigió en los extintos Encuentros de Música de Cine que coordinaba Carlos Colón.

Han tenido que pasar más de dos décadas para que en Sevilla, en Andalucía, se tenga que vivir otro regalo, un evento de similares características a aquel aunque Shore no dirija pero con los puntos a favor de una brillante dirección o la voz de Grace Davidson interpretando las partes solistas femeninas, de enorme delicadeza intercaladas en una obra sinfónica monumental, así como en los créditos finales sustituyendo la de Enya en la canción «May It Be» sin irle a la zaga a la cantante irlandesa, porque conviene recordar que Davidson, con casi un centenar y medio de bandas sonoras interpretadas a lo largo de su carrera, fue la soprano original de la grabación del score «El Hobbit: la desolación de Smoug», segunda de las continuaciones de la trilogía inicial de «El señor de los anillos» dirigida también por Peter Jackson en 2013 y con la música asimismo compuesta por Howard Shore. Como brillantes se mostraron en ambos conciertos Alex Farré como concertino de violines o Antonio Hervás como solista del flautín alternando con flauta irlandesa, especialmente en «Concerning Hobbits», una en Re y otra en Do para los solos característicos de los hobbits, Hobbiton, etc. o Alfonso Gómez como flauta 2º con la flauta en Sol, para los solos con referencias a Gollum o a los elfos del Bosque. O la impresionante tuba de Juan Carlos Pérez Calleja en secuencias como la del puente de Khazad Dum, en las trompas con «The Treason of Isengard», las trompetas en «The Ring Goes South» aportando su sonoridad a uno de los leit motivs más significativos de la banda sonora correspondiente a la secuencia del concilio de creación de la comunidad del anillo, la percusión en su apogeo, poderosa y maligna, con el característico ritmo identificativo de los nazgûl… Así podríamos seguir recorriendo destellos de las secciones de la orquesta en una ejecución global extraordinaria.


La orquesta y la masa coral en plena acción escasos minutos después del inicio del concierto del viernes. (Fotografía: Daniel Acosta)
La orquesta y la masa coral en plena acción escasos minutos después del inicio del concierto del viernes. (Fotografía: Daniel Acosta)


Mención destacada merece también la conjunción de la masa coral en temas tan dispares como el poderoso «The Black Ridder» o el mágico «Lothlorien», con especial cita para las voces blancas de la Escolanía de Los Palacios, con las asombrosas intervenciones del niño solista Miguel Montaño Rosal. La partitura del maestro Shore es tan magna como compleja. No es tarea fácil crear la simbiosis vivida en Fibes entre un grupo de pequeños no profesionales con las brillantes voces del resto de coros y la ROSS, aún siendo habituales las colaboraciones del coro infantil con esta orquesta.

En definitiva, dos conciertos para afortunados de todas las edades, que disfrutaron de tres horas con un descanso de 15 minutos, lo que supone un espectáculo de gran calidad y cantidad de tiempo, con el aforo prácticamente lleno y que demuestra a las claras que la música de cine –amplificada o no sobre el escenario- es sinónimo de éxito y que queda mucho camino por recorrer ante administraciones privadas y sobre todo públicas que, a la hora de generar cultura en sus comunidades o municipios, muestran un sonrojante desinterés no ya por la música cinematográfica, sino ni siquiera por conocer la existencia de estas propuestas artísticas que crean cultura con mayúsculas y satisfacen la demanda audiovisual de miles de personas a las que tenemos que continuar sumando más adictos. Con proyecciones o sin ellas.

Ahora solo queda esperar a que la ROSS vuelva a tener la misma y estupenda idea y nos deleite con la experiencia de «Las dos torres», que ya se ha podido ver con otras orquestas y bajo la misma batuta de Shih-Hung Young en varias ciudades españolas.


El maestro Shih-Hung Young señala a la soprano Grace Davidson y al niño Miguel Montaño tras el concierto del sábado. (Fotografía: JCFM)
El maestro Shih-Hung Young señala a la soprano Grace Davidson y al niño Miguel Montaño tras el concierto del sábado. (Fotografía: JCFM)

Ficha de los conciertos:

Fecha: 28 de febrero y el 1 de marzo de 2025.

Lugar: pabellón Fibes II. Auditorio módulo C con capacidad para 3.150 espectadores. Prácticamente lleno en ambos conciertos.

Orquesta: Real Orquesta Sinfónica de Sevilla.

Banda sonora original interpretada compuesta por Howard Shore con proyección de la película íntegra en idioma original subtitulado en español.

Duración del evento: 3 horas+descanso de 15 minutos.

Director musical: Shih-Hung Young.

Soprano: Grace Davidson.

Coros:

Coro Ángel de Ucelay dirigido por Fermín López.

Coro Polifónico Orippo dirigido por Juan Manuel Barahona.

Coro del Colegio Oficial de Arquitectos de Sevilla dirigido por Ana Alonso.

Coro NovAria dirigido por Isabel Chía.

Coro de niños Escolanía de Los Palacios dirigido por Aurora Galán.

Director preparador: Juan Manuel Barahona.




Enlace al video resumen de los conciertos con montaje de prolegómenos, varios temas, montaje de secuencia de la película con su banda de sonido original y el concierto superpuesto para comprobar su fidelidad, fotografías y final: 



NOTA: Texto de la crónica realizada por José Carlos Fernández Moscoso para la web especializada www.soundtrackfest.com. Todos los derechos reservados para este medio y #UltimoEstreno tanto de contenido textual, gráfico como audiovisual.

Agradecimiento especial a María Jesús Ruiz de la Rosa, responsable de Relaciones Externas de la ROSS, por sus atenciones.


martes, 4 de marzo de 2025

Ganó la inclasificable «Anora» y diez detalles sobre la ceremonia de los Oscar 2025


Ganó «Anora» en los Oscar, esa película que durante la primera media hora parece un vídeo con ínfulas de Youjizz o Pornhub y después es complicado saber si estamos ante un drama con prostitución y mafia de por medio, frente a una comedia cuyos personajes están sacados de una italianada, un bodevil francés o una españolada de sal gorda. Yo diría que incluso esos dos matones rusos son tan ridículos que podrían salir de un producto Disney con secundarios grotescos que revolotean
 alrededor del malvado de la película. Ah, y es de «guays» ir de peli indie e independiente pero ganas en Cannes, en los Oscar y te distribuye un gigante como la Universal. Además, también te premian por el guión en el colmo del disparate, con cosas tan inverosímiles en un metraje plagado de sinsentidos como el sacerdote ortodoxo mafioso (!) arrancando de cuajo medio coche de la grúa pero a los tres minutos quejándose porque el matón más idiota tiene fatiguita y vomita en la tapicería «y mañana tengo que dejarle el coche a mi mujer» y se la va a liar.

Lo peor es que, si no ganaba «Anora», venía detrás la mierda absoluta de «La sustancia», la versión mala leche de «Las sandalias del pescador» o las ¡tres horas y media! para contar lo que se cuenta en «The Brutalist». Dan ganas de prejubilarte y echar el cerrojazo a todo.

En el videorreportaje recién subido a #UltimoEstreno os hablo de «Anora» y los diez detalles sobre la ceremonia de los Oscar, muchos de ellos de los que nadie te va a hablar. Como despreciar incomprensiblemente a los músicos de cine en favor de Mozart, azafatas a su bola saliendo en pantalla o el cierre de filas de la comunidad afroamericana con Quincy Jones como estandarte en tiempos políticamente convulsos.