Un pastiche impúdico que malcopia planos de películas icónicas de Kubrick, títulos de crédito de Frankenheimer, la jeringa que lucía Hervert West, el inolvidable y amargo vals del emborrachamiento de John Merrick que creó Lynch, te da dolor de cabeza a base de continuos ruidos, destroza la actuación de Demi Moore a la mitad, permite a sus anchas el histrionismo de Dennis Quaid... El espanto este es tan ridículo como insultante por su homofobia declarada.
Lo indignante de todo esto -o peor, lo triste, que es como sentirte más vencido- es el entusiasmo generalizado por parte de quienes arrecian contra «Emilia Pérez» y Karla Sofía Gascón, a la que se le denosta por haber escrito en redes alguna que otra desbarrada (como todos hemos hecho alguna vez en nuestra vida) sin valorar su actuación. Y muchos ni siquiera han visto la película. Ellos se lo pierden.
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