jueves, 16 de enero de 2025

Muere David Lynch


Creo que David Lynch ha aportado más al cine con secuencias que con películas. A mí «Terciopelo azul» me parece una cosa muy deslavazada y un coñazo, pero ha dejado escenas interesantísimas para las escuelas y seminarios de cine, como los dos minutos y cinco segundos que le bastan para poner en situación al espectador en una académica exposición de motivos de la película. Los recursos evocadores nos colocan en primer lugar en una pequeña localidad norteamericana de Carolina del Norte, donde posiblemente el ‘American Way of life’ se quiere hacer presente: vida, libertad y búsqueda de la felicidad. La vida reflejada en las vivaces rosas rojas, los tulipanes amarillos, el cielo rabiosamente azul; en dos animales domésticos, el primero utilizado como sujeto pasivo (el dálmata del camión de bomberos) y el segundo como contraposición y ‘elemento vital’ a la tragedia que sucede ante él mientras juega con el agua de la manguera ajeno a lo ocurrido. La libertad que permiten las leyes, las normas y las reglas simbolizadas en la convivencia entre vehículos y peatones, especialmente significativa al ser escolares, y el stablishment político, garante de la seguridad y la protección ciudadana reflejada en el cuerpo de bomberos, evitando así otros cuerpos armados o militarizados que generarían en el espectador una sensación de alerta.

Es una sociedad que busca la felicidad cuidando el jardín de pudientes viviendas alineadas, con coches de alta gama estacionados conformando un conjunto visual de plano con el que Lynch nos antoja el nivel social. Mujeres que ven plácidamente el televisor apurando una taza de té y un niño pequeño, Gregg, que se convierte en un elemento escénico secundario para contraponer la tensión como posteriormente hace el director con la inclusión del perro.

La puesta en situación de la película culmina con la representación del lado humano más destructivo, simbolizado en el submundo de insectos activos que se esconden en los entresijos del césped donde se desploma Beaumont. Finaliza la secuencia con la máxima expresión dual de un director que desea mostrar la existencia de dos mundos acechados mutuamente.

Llama la atención la manera formal de Lynch a la hora de rodar esta secuencia. No hace uso de diálogo porque le basta la imagen, desde la poderosa flora a los personajes en acción individual y ensimismados, desde quien riega el césped a la quien ve la televisión. Ha preferido además no hacer uso de música original (Badalamenti compone un brillante tema para los créditos entre otros que sí son ubicados en el filme) y acompaña la secuencia con la canción ‘Blue Velvet’ de Bobby Vinton, una obra de aire jazzístico y romántico en su música y letra que contribuye ‘desde el exterior de la acción’ a disponer anímicamente al espectador. La canción solo desaparece cuando se transforma en música instrumental dramática que hace que la banda sonora abandone su evocación para convertirse en descriptiva de la imagen.

Hay secuencias de «Corazón salvaje» brutales y como película es hasta ridícula. «Mulholland Drive» tiene escenas imborrables y «El hombre elefante», su película más convencional, es una joya del cine de los ochenta en contraposición al resto de sus obras: le sobra el ataque del elefante inicial (y por supuesto, el adagio de Barber en lugar de la magistral partitura de John Morris) y gran parte de su metraje es puro cine.

Sea como fuera, Lynch es otro cineasta que se nos va y ha sido imprescindible para entender lo poliédrico que llega a ser el cine en en su máxima expresión. Descanse en paz.

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