sábado, 25 de enero de 2025

«Hijo de la gran puta»



La propuesta de acabar con el anonimato en las redes sociales y que los multimillonarios que las controlan se responsabilicen de las mierdas que escriben los cobardes me parece tan necesaria como ingenua por parte de Pedro Sánchez. Porque la basura sin nombre traspasó la frontera de los patios de marujas que son las redes hace ya mucho tiempo.

Nadie, ni siquiera las asociaciones que deben defender la ética y deontología periodística, alertó sobre la vomitiva permisividad de los medios a los comentarios anónimos en sus publicaciones, porque ya sabemos que cuanta más interactividad -aunque sea entre chusma escondida- y más clicks en las noticias provocando la crispación, más puedes vender que te leen e ir con el cuento de las estadísticas a quienes quieres sacar publicidad o pecho ante las administraciones para pillar un pellizco de lo público. Un simple nombre falso con algún correo inventado basta para registrarte en periódicos de gran relevancia e influencia y comenzar a vomitar llamándote con el seudónimo que te sale de las narices.

¿El Gobierno, en su supongo voluntad de preservar la libertad y responsabilidad, va a obligar a los editores a ello como a las redes?

El anonimato y los trolls vienen de lejos. A ver quién detiene esto. Y además de estar presentes en ámbitos muy importantes en los que desestabilizan nuestras libertades, también lo hacen en lo que nos afecta particularmente. En los que nos exponemos con nuestro trabajo diario y hacemos análisis, como los críticos cinematográficos o articulistas. Es obvio que, si te expones públicamente, debemos tener la piel dura, pero que venga un cagado a utilizar un seudónimo para insultarte es algo inadmisible. Exponer opiniones fundadas, debatir o discutir sobre cualquier cosa es legítimo. Descalificarte sin más es producto de basuras humanas andantes y también reflejo de una sociedad empobrecida intelectualmente.

Yo llevo años controlando todo esto en mis espacios digitales. Tengo un filtro en el canal #UltimoEstreno y leo los comentarios antes de permitir su publicación. No porque un zopenco me ponga a parir, a estas alturas me suda el nardo un insulto o una calumnia. Me he ganado mi libertad de pensamiento a pulso. Pero no pienso contribuir a que continúe creciendo este coto sin vallar que es internet y todo el mundo diga y haga lo que le dé la gana. Tengo centenares de ejemplos, algunos más nuevos los reproduzco aquí en mi crítica de #Nosferatu. O textos de otras redes, donde un tipo con un nombre rimbombante y muy centurión él niega el holocausto.

Inadmisible. Y ojo, que esta basura ahora incontrolable a pesar de lo que algunos ya advertimos vendrá con mayor fuerza con la Inteligencia Artificial. A ti, que me lees, te envidiará un examigo por tus triunfos, se bajará un programita pirata y te ubicará en un bareto comiéndole el boquino a un pibón mientras tu mujer sufre un parraque al verlo colgado en redes sociales y dormirás en la calle porque no habrá quien la convenza de que anoche estabas frikeando en casa de un amigo con tu nuevo The Spectrum. O irás a un festival de cine y el feo pesado que se te pega pidiéndote opinión sera sustituido por un escote andante al que le metes mano sonriendo a la cámara. Y nadie, nadie, pondrá pie en pared ante este caos que pasa de la virtualidad a la realidad. Incluso hay publicidad en las redes, de esa que te aparece estratégicamente entre los comentarios, que eliminan a un tipo bañándose en una playa y lo ubican en otro lugar sin que nos asalte el más mínimo recuerdo de las chapuceras transparencias de Hitchcock.

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