Lo de la niña liando el taco en el Sorteo de Navidad es tan surrealista que llama la atención que los medios de comunicación tilden lo sucedido como una «anécdota». Habría que explicarle a los doctos editores de El País, El Mundo y compañía que el «error» de Yadira Quinde (que así se llama la chiquilla) es mucho más que algo entretenido o curioso, que son las dos acepciones que, según el DRAE, enmarcan cualquier hecho acaecido en el ámbito de lo anecdotario.
Los responsables del sorteo se han visto obligados a emitir un comunicado que realmente no aclara nada, porque tan solo habla del error de la chica y que en la bola que extrae aparece diáfanamente la cifra de los mil euros preceptivos y no los cuatro millones con los que in voce salió por peteneras una vez dictada la sentencia del bombo. Pero la nota de prensa omite la frase que ha provocado que el personal ande más escamado que un pavo el día antes de Nochebuena. «Pone mil euros, pero es que un chico me ha dicho que cante los cuatro millones...». Y el bizcotur de la mesa (según la obra cumbre de Cela) la hace callar repitiéndole «mil euros, son mil euros. Mil euros». Y a otra cosa. A otra bola, vamos. «Jueguen, jueguen» sobre el césped de los bombos infinitos y caprichosos. O no.
Criaturita, se ha equivocado. Eso les pasa a todos, este año a los niños de la Lotería más que nunca. Pero ¿de qué enigmático chico habla la niña? ¿A quién o a qué se refiere? ¿Es una gracia para hacerse famosa? Basta verle la cara cuando canta los cuatro millones tan convencida y su reacción para comprobar que la chiquilla no iba de maletilla en plaza navideña. Entonces, ¿qué quiso decir? ¿El chico es un amigo con el que el día antes se apostó el chiste o un productor sin escrúpulos reviviendo «El show de Truman»? Cuando en el transcurso del sorteo en directo se escuchan perfectamente las palabras pronunciadas por los protagonistas del inquietante (no anecdótico, qué puñetas) momento, ¿los locutores y locutoras que generalmente dicen pamplinadas melífluas durante la emisión no se percatan de lo sucedido ni comentan nada acorde con la situación? Al terminar el sorteo, ¿ha habido algún periodista con interés por localizar a la niña para que aclare de qué chico está hablando o practican el «yo no me meto en ná» como santo y seña de la comunicación actual?
Todo esto es muy extraño. Y lo digo yo, que no soy nada conspiranoico. Pero en un país en el que la Lotería de Navidad mueve millones de euros hasta límites inimaginables, lo sucedido no puede ser catalogado de «anécdota». Es tan ridículo como quienes, contribuyendo a las barbaridades que campan a sus anchas por las redes sociales, culpan al presidente del Gobierno. Y lo hacen convencidos, oiga. Pero lo sucedido en el sorteo de la Lotería de Navidad hay que aclararlo con mayor rigor -no lanzando notas de prensa para iniciados- y por respeto a millones de españoles que, ilusionados, esperan una mañana a que la vida les dé un giro copernicano. Por lo legal y sin sospechas de ningún tipo.
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