Si algo positivo tiene el «Nosferatu» de Robert Eggers es que suscitará interés en ese porcentaje de consumidores de cine que aún no han visto la película de Murnau de 1922. Habrá muchos, millones, que tendrán la oportunidad de transformarse en espectadores de pleno derecho dejando atrás la condición de meros ocupantes de un sillón en los cines o en las salitas de estar. Por lo demás, esta versión de aquel filme que supuso una ruina económica por la denuncia que le plantó la viuda de Bram Stoker al estudio por fusilar en pantalla la novela de su marido sin consentimiento, no aporta prácticamente nada y resta mucho. Lejos de desarrollar profundamente al personaje, de ahondar en sus numerosos aspectos históricos, legendarios y antropológicos, el espectador sufre la sensación -y desde el inicio- de que asiste a una película más sobre exorcismos, de posesiones diabólicas con rituales baratos en los que Defoe no le va a la zaga al padre Merrin y la hija de Depp se retuerce y altera su lenguaje como si fuera (in)digna heredera de Linda Blair. Todo ello con un metraje contaminado de sexualidad pululante que casi siempre llevó consigo Drácula ayudado por su morbo pero jamás el horrendo Nosferatu al que, en beneficio de generar mayor terror en el espectador, apenas se le ve, ni siquiera en la presentación del personaje en la que Hutter parece hablar solo con las paredes de un castillo del que Nosferatu quiere mudarse sin que conozcamos bien las razones, porque es difícil comprender porqué un tipo que solo sale de noche por las alcobas de su casa a dar vueltas luciendo su grotesco mostacho ante las arañas de las cornisas quiere irse a vivir a la concurrida Wisborg, justificándose en un enamoramiento a una enorme distancia, a través de unos sueños extraños de una jovencita falta de cariño y que Coppola sí dio coherencia temporal al origen de todo un tinglado bastante endeble. Pero eso es otra historia.Hay que esperar que pasen dos horas inanes en «Nosferatu» para al menos salvar de la quema una brillante resolución fílmica del sacrificio de Ellen, digamos de manera rimbombante por la humanidad, y el de Nosferatu por emplearse a fondo en la cama con la chica. Eggers logra una secuencia en la que el vampiro abiertamente prefiere seguir el fornicio con mordisco mortal incluido antes de salir por patas aun sabiendo que el gallo ya ha dado el anuncio del amanecer, lo que nos provoca hasta lástima por él, y Ellen se deja para que el bigotudo deje de soltar ratas por el mundo y la peste desaparezca. Interesante transformación y eclosión romántica además del tema musical de la BSO que identifica a Nosferatu desde el inicio.
Y hablando de música, la última parte de la videocrítica la dedico al asombroso nexo que une a las bandas sonoras de Nosferatu de 1922 de Hans Erdmann , la de Robin Carolan para esta nueva versión de 2024 y cómo el polaco Wojciech Kilar quiso seguir aquella estela de Erdmann para el Drácula de Coppola, haciendo uso de cuerdas graves, rasgadas y cortas y del mismo tempo para definir al vampiro protagonista en su plena faceta como tal.
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