sábado, 17 de agosto de 2024

«Alien: Romulus». Los goonies en el espacio en un ejercicio de amor 45 años después


Vuelvo a sentenciarlo, a costa de ser quemado nuevamente en plaza pública:
no me gusta «Aliens», de James Cameron. No estoy hablando desde su impecable perspectiva, podríamos llamar, artística y técnica. La secuela de 1986 acabó con el concepto monoteísta de un ser supremo y hostil como ninguno que Ash describió EN SINGULAR en su exposición de motivos antes de que Parker arrasara con la parte del cuerpo que quedaba de él. «Admiro su pureza. Es UN superviviente al que no afectan la conciencia, los remordimientos ni las fantasías de moralidad». Fue tal la presentación del personaje que resultó muy chocante que posteriormente se devaluara uno de los seres implacables más extraordinarios de la historia del cine para multiplicarlo y convertir aquello en una lucha de marines contra bichos. Todo lo que vino después fue perdiendo interés guionístico ante infinitas vueltas de tuerca y la devaluación que aquel politeísmo recurrente provocó sin respeto alguno al origen.

Partiendo de esa base, llega «Alien: Romulus». Pero no, la película de Fede Álvarez NO ES UNA SECUELA, sino una versión de la original de Ridley Scott. No nos confundamos. Cuando «Alien» se estrenaba en los cines en 1979, Álvarez tenía un año de edad. No pudo ver la obra maestra de Scott en las salas y estoy convencido que ha vivido toda su vida y ha plasmado en su cine las referencias de aquel grandioso filme que a saber cuándo le impactó por vez primera y a qué edad. Y el cineasta uruguayo no ha querido seguir la saga porque lo que estoy convencido es de que ha preferido hacer su «Alien» como homenaje a una de sus películas de cabecera.

Y entonces surge un bonito homenaje, un «Romulus» cargado de guiños para carrozas monoteístas como yo, en el que regresa una tripulación sacrificable (¡qué digo, vuelve Ash y sus advertencias con mayor protagonismo!), los mismos sonidos setenteros de las computadoras del futuro, la magistral banda sonora de Jerry Goldsmith a modo de homenaje para hilvanar lo nuevo con hilo antiguo pero inmortal. Aquellas notas etéreas que nos hacían flotar en el Nostromo mientras Scott nos mostraba un asombroso vals visual del despertar de los siete pilares del mundo (cada cual más dispar), enfrentándose al diablo supremo, que insisto, era uno, como corresponde al antagonista del Dios bueno, para equilibrar la existencia del ser humano, la naturaleza. La vida, en definitiva. El ying y el yang, que se dice en el taoísmo.

«Alien: Romulus» es un deleite para nostálgicos, aunque cincuenta años después se estén volviendo a hacer las mismas películas. Ya ni secuelas, sino las mismas. Es el signo de los tiempos. Y este «Romulus» se disfruta a pesar de la inverosimilitud de sustituir a una tripulación cualificada originaria por un grupo de goonies espaciales. Es, también, el marchamo de una sociedad que hay que identificar a toda costa con la pantalla.

Ya tienes la videocrítica de «Alien: Romulus» en el canal #UltimoEstreno de YouTube en este enlace. Siéntate con tranquilidad y disfrútala: https://youtu.be/l11POim0jl8

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