Imaginaos al gran Francisco Ibáñez dibujando una viñeta sobre un partido de fútbol que un club ha comprado destinando una pasta enorme. Un tío enchaquetao por el campo con el maletín apretao, cayéndole los billetes por las rendijas -un montón de bichos en fila, a ras del césped, peleándose por ellos-, metiéndole los petrodólares a los futbolistas en los bolsillos, algunos tumbados tomando el sol bebiendo un daiquiri, otros haciéndose la manicura y los más disimulados dándole patadas hacia la portería contraria a un balón atado con una cuerda a la bota, como las escopetas aquellas del tapón de corcho en la punta. Los jugadores del otro equipo hinchándose a meter goles y el árbitro viendo 'El chiringuito' de Pedrerol en el VAR.
Todo esto, que pertenecería al imaginario y maravilloso mundo de Ibáñez, estaría dispuesto a creer que ha sido hoy una realidad en Almería si no fuera porque estoy convencido de que no es necesario comprar a jugadores tan malos e indolentes como los de la plantilla del Cádiz esta temporada, incluido el enterrador (perdón, el entrenador) que los ha hecho saltar al campo esta tarde para darnos verguenza a miles de aficionados que, desde chekititos, hemos visto de todo en torno a nuestro club. Pero como lo de esta tarde, sobre el tapete verde, pocas veces en los 55 años que arrastro.
Lo peor de todo es que, en unos pocos días, se nos olvidará esta histórica vergüenza y regalaremos palmitas a quienes, volviendo a vivir de las rentas y utilizando a Mágico González, se pegarán un viaje al otro lado del charco para disfrutar de unas minivacaciones del carajo, tanto los que visten de corto como los de chaqueta. O guayabera paleta para ir ad hoc.
No volváis. Al menos los que decís que jugáis al fútbol. Los que mandan no hay más remedio que verlos nuevamente. A no ser que alguien quiera comprar el club. Por eso el clamor "Vizcaíno dimisión" es tan absurdo como que alguien llame a la puerta de tu casa y te diga que te largues.
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