jueves, 19 de octubre de 2023

CARLOS PUMARES


Me subí a un avión por vez primera para ir a un festival de cine. En realidad, esta afirmación no es del todo cierta. Viajé a Sitges en 1993 para ver unas cuantas decenas de películas y a Carlos Pumares.

Yo tenía 24 años y en octubre se cumplían precisamente cuatro desde que comenzara a hacer radio. Cuando Cinesa inauguró el primer multiplex –como a ellos les gustaba decir- de la provincia de Cádiz en 1992, ya hacía meses que había entrevistado para mi programa a Ricardo Gil, director de marketing de la exhibidora que fundara Alfredo Matas y recordado amigo. Gil era un catalán de pura cepa que descubrió Chiclana y los encantos de su litoral y, tras cumplir con la misión que le encomendaron, se convirtió en asiduo visitante de la costa gaditana durante sus vacaciones en familia y en escapadas en las que no dudaba en acercarse imprevistamente a mi programa. Venía siempre cargado de entradas que regalar a la audiencia y libros de Ediciones B del Grupo Zeta con los títulos de las películas que se estrenaban para sortearlos entre la audiencia. Muchos de mis oyentes lo recordarán. Nos caímos bien, muy bien, y, entre otras iniciativas conjuntas, acordamos ciclos de películas emblemáticas y de reciente estreno en su idioma original subtituladas, patrocinados por la emisora de radio. Una noche de principios del verano de 1993, tras un año en el que los Cines Bahía Sur habían demostrado que la estrategia de Cinesa para expandirse por el sur había sido todo un acierto, Ricardo me retó. “Tú lo que tienes que hacer es venirte a Sitges en octubre, que vas a disfrutar de lo lindo viendo películas”, me dijo. Por entonces, él era el coordinador de espacios del equipo organizador del festival. Antes de celebrarse la edición de 1992, me puso en contacto con Joan Lluís Goas, director del festival desde 1983, a quien entrevisté telefónicamente en los días previos al pistoletazo de inicio del que sería su último año al frente del evento cinematográfico dedicado al cine fantástico más importante del mundo. Goas finalizó su tertulia conmigo sobre el futuro del cine del género con una frase profética: "Dentro de poco se estrena lo que será un auténtico acontecimiento, ya lo verás: el nuevo Drácula de Coppola, marcará un hito". El filme llegó a los cines españoles tres meses después, en enero de 1993. No se equivocó.


El equipo de Festival de Sitges en 1993, en el que figuraba
Ricardo Gil como coordinador de Espacios.


El hecho es que aquella noche recogí el guante que me lanzó Ricardo Gil, escribí al jefe de prensa Xabier Lago solicitando acreditación y el 16 de agosto recibía una carta concediéndome la credencial y algunas de las novedades de la XXVI edición, entre ellas un adelanto con las películas ya confirmadas que participarían en la sección oficial a competición: Orlando, de Sally Potter; Porco Rosso, de Hayao Miyazaki; The Baby of Macon, de Peter Greenaway; Cronos, de Guillermo del Toro…, así hasta una decena de títulos a los que se unirían otros y un total de siete preestrenos en Europa o en nuestro país, entre ellos Blanco humano de John Woo o Amor a quemarropa de Tony Scott, directores que vinieron hasta Sitges para presentar sus películas. Además de a ellos, aquellos primeros años de mi presencia en Sitges pude conocer a Don Bluth, Ben Gazzara, Lance Henriksen, Christopher Coppola, Keir Dullea, Carlo Rambaldi, Quentin Tarantino y los para mí inmortales Robert Wise o Ray Harryhausen, entre un sinfín de nombres de personalidades del cine.




Las películas en competición en Sitges de 1993 y los títulos de inauguración
y clausura. Se observan apuntes de los días y horas de las proyecciones de prensa.


Pero como decía, y aunque parezca increíble, yo subí a aquel avión de Iberia el 8 de octubre de 1993 a las 12:40 horas desde Jerez de la Frontera con destino a Barcelona para, una vez llegara a Sitges, encontrarme a Carlos Pumares por los pasillos del Hotel Calípolis, donde tenía reservada mi habitación para los días del festival porque era en este alojamiento donde Ricardo Gil me había dicho que el creador de Polvo de estrellas se hospedaba cada año puntualmente para cumplir con la cobertura del festival. Yo no le conocía, no había intercambiado personalmente con él ni una sola palabra, pero fue quien en mis primeros cursos de bachillerato me mantuvo insomne después de descubrir una noche, por casualidad, que había mucha más radio tras el deporte de José María García.

No voy a contar lo que todo el mundo. Ni las peculiares maneras de Pumares haciendo su programa, ni anecdotario con su audiencia -no por reiterado menos recordado- ni lo que se ha dicho de él en estos días tras conocerse su muerte el pasado 12 de octubre. Sólo comparto vivencias personales con el único fin de contribuir de alguna manera al acercamiento de la figura de Carlos a cuantos lo seguían en su condición de oyentes o lectores, a sus compañeros en diferentes medios y a los amigos que ha dejado.

Un acercamiento que para mí supuso uno de los objetivos más importantes desde que empecé a hacer radio con sólo 20 años. Ricardo Gil me prometió presentarme a Pumares, al que conocía sobradamente por razones obvias, y gracias a Sitges iba a lograr el sueño de estrechar la mano de quien había encaminado el rumbo de mi vida profesional. Yo era un adolescente que quería ser como ese señor que hablaba y hablaba sobre películas en la radio con una desbordada pasión, con unas maneras tan alejadas del encorsetamiento al que se sometían los locutores que generalmente escuchábamos los jóvenes de la época, entre los que Los Cuarenta Principales reinaban sin concesiones, y que cada madrugada me iba descubriendo los secretos de tantas películas que se volvieron inolvidables para mí gracias a él. Un día decidí ir a la emisora de mi ciudad, creada apenas un par de años antes, a pedirle a su propietario que me dejara hacer un programa de cine. Jamás pensé que aquello sería el inicio de casi dos décadas al frente de Último Estreno y toda una vida marcada por la radio gracias a quien yo quería encontrarme por los pasillos de aquel cuatro estrellas en pleno paseo marítimo de Sitges, en cuya habitación me hacía selfies cuando aún no existían como tales, colocando la cámara temerariamente sobre el televisor, mientras mataba el tiempo encerrado y nervioso esperando el momento de conocerle. Me prometí que, si las piernas no me flaqueaban, me dirigiría a él para saludarlo sin esperar a que Ricardo cumpliera con su promesa en cualquier momento en el que coincidiéramos esa noche durante la sesión inaugural o al día siguiente. Era tal mi obsesión que, tras un buen rato ojo avizor en el balcón de mi habitación a ver si llegaba alguien con su silueta o incluso dando vueltas por el hotel como un despistado espía, me armé de valor y, pasada la media tarde, agotado ya el plazo previo para organizarse de cara a la inauguración, me dirigí a recepción: “El señor Pumares aún no ha llegado”, me contestaron muy correctamente.



La habitación del Hotel Calípolis, junto al paseo marítimo de Sitges.


Mi gozo era un pozo. Tanto como cuando me atreví a enviar a Carlos un fax una noche de enero de 1992 –casi dos años antes- cometiendo el error de hacerlo como presidente del Cine Club Metrópolis que yo había fundado unos meses atrás, en lugar de hacerlo como profesional de los medios. En noviembre de 1991 me había puesto en contacto con José Manuel Marchante, con quien me unía una buena amistad desde varios años antes siendo él director del festival de Alcances de Cádiz, y a quien, en una de nuestras conversaciones, le comenté mi admiración por Pumares y mis deseos de que quizá pudiera visitar San Fernando para protagonizar la presentación pública del nuevo cine club. Marchante me abrió el camino para ello y ya era mi responsabilidad contactar con él en unos tiempos en los que no existían los móviles y lo más directo era el teléfono y el fax. Lo primero me horrorizaba pensando en que Carlos iba a soltar uno de sus bramidos para, seguidamente, colgarme, a pesar de que José Manuel ya me había hablado de su bonhomía. Si optaba por ello, me hundía la vida literalmente, porque yo no estoy hablando de admiración hacia una persona similar a un fan respecto a un cantante: Pumares no era mi artista favorito, era quien, inconscientemente, había cambiado mi rumbo para dedicarme a la comunicación y al mundo del cine. Era la persona que había marcado mi vida profesional desde aquellas ineludibles citas radiofónicas nocturnas. De manera que envié un algo extenso fax del que, con el curso de los años y junto con otros que enviaba ya cuajada nuestra amistad, Carlos se mofaba cariñosamente diciéndome que “no los leo porque son muy largos y no vas al grano”. En realidad, sí los leía.



Inicio del fax enviado a José Manuel Marchante tras sus contactos con Pumares.




Primer fax enviado a Pumares proponiéndole su presencia en la inauguración del cine club.

Pumares me ignoró en mi primer intento directo de contacto con él, como era lógico. ¿Qué veinteañero cretino podía pensar que la estrella de la crítica cinematográfica radiofónica iba a venir a San Fernando a inaugurar un cine club formado por jóvenes? Pero la segunda oportunidad que tuve con Ricardo Gil no la dejé pasar. De manera que ahí estaba yo, en la segunda planta del Hotel Calípolis de Sitges, con más ilusión por ver a un hombre cano embutido en su característico impermeable rojo de marca que al mismísimo Don Bluth o a Tony Scott.

Pumares no llegó hasta el día siguiente, el 9 de octubre. Almorcé en el restaurante del hotel en lugar de cualquier bar del pueblo por si acaso le veía en el comedor. Un consomé, unos escalopines y plátanos fritos con una cerveza Estrella Dorada.


Lo encontré por la tarde en la cola para entrar al Auditori. Me dio pánico acercarme, así que me hice el loco. Esperaba solo, con cara de pocos amigos y un libro en la mano. Estaba tan obsesionado con el momento que parecía iba por fin a hacerse realidad que no recuerdo cuál fue la película que vimos juntos en la misma sala. Estaba sentado algunas filas por delante mía, en su habitual butaca. Cuando terminó la proyección, Ricardo Gil tuvo la oportunidad de presentarme. Me temblaban hasta las pestañas. Los días posteriores fueron de una intensa y sibilina estrategia para ir ganándome su favor. Desconozco el porqué, pero el plan salió bien. Traté de no parecer lo que no era, ni un pesado recolector de autógrafos ni un aficionado obseso. Intercambiamos opiniones sobre algunas películas como el que no quiere la cosa, le lancé la indirecta de que emitía mi programa varias noches desde el teléfono de la habitación del hotel (como así era realmente) con la intención de que me pudiera juzgar como un profesional del medio y, al término del festival, continuamos teniendo contacto hasta el punto de que durante cuatro años participó como colaborador en los programas especiales de Último Estreno en las noches de los Oscar –las grabaciones las he subido a mis redes en varias ocasiones- con la habitual, particularísima, divertida y extraordinaria manera de decir las cosas que tenía Carlos. En las siguientes ediciones del festival de Sitges comentábamos cosas, veíamos películas juntos... recuerdo sus comentarios jocosos por teléfono cuando semanas antes de su celebración le dije que me había quedado sin sitio en el Calípolis y sólo tenía habitación en otro alojamiento muy peculiar o cuando vimos en 1995 el preestreno de Homicidio en primer grado, la excelente película protagonizada por Kevin Bacon cuya proyección terminó con una de sus exclamaciones en plena sala: "¡¡Está de Óscar!!". Creo que con nosotros estaba Boquerini, no sé si él podría confirmármelo.

En 1995 cumplí aquel sueño que deseé en el lejano 1991 o, mejor dicho, desde que lo escuché por vez primera. Nuestro aprecio se fraguó desde Sitges y Carlos accedió amablemente a dar una conferencia el viernes 2 de junio de 1995 en el Centro Cultural Municipal de San Fernando, organizada por el cine club Metrópolis, hoy ya extinto, y en la que explicó el porqué el cine no cumplirá otros cien años más como estábamos celebrando a nivel mundial en aquellos momentos. Los medios de comunicación, radio, TV y la revista del cine club se hicieron eco de aquel acto que comenzó a las ocho de la tarde y cuyo debate posterior con el público que abarrotaba la sala con capacidad para 200 personas obligó a prolongarlo hasta pasadas las diez y media de la noche, con la consiguiente bronca que asumí por parte del personal de servicio de las instalaciones. Una quincena de socios del cine club fuimos a cenar a un conocido restaurante con un menú que costó 4.000 pesetas por persona aunque fue un desastre contra todo pronóstico. “José Carlos: desconfía siempre de los restaurantes que tienen gente muerta enmarcada en las paredes”, me dijo Carlos con su habitual sabiduría. Al día siguiente nos desquitamos en otro sitio en la capital gaditana y le dejé en la estación de trenes a las cuatro de la tarde, rumbo a Madrid, en el Talgo.



Carlos Pumares, durante su conferencia en San Fernando el 2 de junio de 1995.



Imagen de una parte del patio de butacas durante la conferencia de Carlos Pumares.



La propuesta del menú de la cena homenaje a Carlos Pumares tras su conferencia.



Página de la revista del cine club Metrópolis de junio de 1993.



Noticia de Diario de Cádiz varios días después de la conferencia.


Por aquel entonces Carlos ya estaba en Radio Voz, tras el vil asesinato perpetrado contra Antena 3, el 'antenicidio'. La noche antes de su conferencia le entrevisté telefónicamente en mi programa de radio para que él mismo la preludiara, tras unos días en los que los medios de comunicación habían ya venido anunciando el acto. A la semana siguiente de su charla, le pregunté si le apetecía escribir un artículo para la revista del cine club sobre los cien años del cine, desde otra perspectiva distinta a la de su disertación. El 3 de julio de 1995 me contestó con un enigmático fax (como ven, lo de la utilización de este medio era algo habitual entre nosotros). “Es muy delicado el tema que tengo que tratar contigo. Casi me da vergüenza (…) ahí te mando el artículo que me pedisteis”.

Lo llamé por teléfono en cuanto pude para que me comentara qué ocurría. Carlos me explicó que él, por impartir conferencias como la que había dado en San Fernando, cobraba. Era lógico. Quería pedirme que no difundiera bajo ningún concepto que había venido a mi tierra sin cobrarme una sola peseta, por razones obvias y para evitar agravios comparativos. Desde entonces, y durante los años en los que acudió a citas de esta naturaleza, guardé un sepulcral silencio al respecto que hoy, ya, puedo desvelar con la única intención de dar a conocer cómo era la extraordinaria condición humana y profesional de quien considero mi maestro desde que yo era un adolescente y cómo fue su trato hacia mi persona.



Cabecera del fax que me remitió Carlos Pumares el 3 de julio de 1995.




Artículo escrito por Carlos Pumares y publicado por la revista del cine club en julio de 1995.


Yo tenía 24 años en Sitges cuando estreché su mano por vez primera y él cincuenta. Desde entonces hemos intercambiado opiniones, no me ha dicho “no” a ninguna entrevista ni participación en los programas que hice, me echó en cara hace varios años en Sitges, a través de un amigo común, que no hablara con él con asiduidad (“Ah sí, ¿ese quién es? Si ya no me llama…”) y nos hemos cruzado mensajes de whatsapp hasta que tuve constancia de que su enfermedad avanzaba inexorablemente. En septiembre de 2019, Pumares volvía a las ondas, aunque digitales, de la mano de Capital Radio y del periodista Rafael Cerro Merinero, con un programa habitual llamado Aquí somos así.

-R.C: Carlos Pumares, bienvenido.

-C. P: ¿Por qué?

-R.C:¡Porque vuelve usted a la radio!

-C. P: Pero la radio ya no es lo que fue.

-R. C: Es que vuelve para volver a ser lo que era.



En este programa, como en varias otras entrevistas que le hicieron en estos últimos años, Carlos se quejó de algunos que en las redes sociales han venido utilizando su nombre haciéndose pasar por él o parodiándole, ya que jamás ha tenido facebook ni twitter. Sin embargo, en numerosos y confundidos medios de comunicación –otros cambiaron el texto horas después- aparecía un tuit atribuido a su supuesto perfil que no deja de ser de los llamados “parodia” como figura en su misma descripción, afirmándose que había fallecido “tal como ha comunicado su familia a través de de la cuenta del crítico de cine en X, antes Twitter”.
Tras intervenir en Capital Radio aquella tarde del 17 de septiembre, le escribí trasladándole mi alegría por volverle a escucharlo públicamente. “Tengo que entrevistarte por ello”, le comenté. “Cuando quieras”, me contestó.

Supe que Carlos iba perdiendo facultades paulatinamente a causa de su enfermedad. Distancié mi contacto con él para que recibiera los cuidados que cada vez necesitaba más, especialmente de su mujer, Carmen Gloria. El pasado 29 de septiembre le escribí felicitándole por su cumpleaños. “Espero verte en diciembre, iré a Madrid a dejarte un regalo”, le dije en mi último mensaje. Trece días después, moría en su domicilio. “Carlos ha fallecido”, me escribía Carmen a través del propio móvil de su marido. Yo no tenía consuelo durante aquellas horas en las que muchos amigos me comentaron el obituario pública y privadamente. Cuatro días después, Carmen me volvía a escribir. “Olvidé decirte que no te contestó porque ya se encontraba mal. Le hubiera hecho mucha ilusión. Gracias por tu cariño hacia él”. Le dije a Carlos en el mensaje que iba a ir a Madrid porque era mi deseo entregarle un ejemplar de mi libro Las bandas sonoras para despedir los días, que en estas semanas se encuentra en imprenta y la editorial Círculo Rojo publicará a principios del citado mes. Lo siento mucho, querido amigo: he llegado tarde, aunque no tanto como otros del stablishment que no te han reconocido en vida todo lo que le has dado al séptimo arte y a millones de sus seguidores.

Se ha ido quien me convirtió en un enfervorizado amante de "la cosa esta del cine", guio mis pasos sin saberlo a la hora de escoger mi profesión y me demostró su humildad, su caballerosidad y su generosidad. Cruel paradoja que haya sido por culpa de esa enfermedad que todo lo borra, haciendo mella en quien jamás olvidaba los detalles de aquello que más amaba: las películas que le acompañaron a lo largo de su vida.




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