Desde ayer, 19 de noviembre, mi padre tiene un mosaico dedicado en la calle, en la fachada de la casa que le vio nacer. Ha sido una iniciativa de la Academia de San Romualdo, de la Hermandad de la Misericordia y de la Asociación de Vecinos de La Pastora, el barrio donde se encuentra la calle Jesús de la Misericordia. Donde nació mi padre y donde yo, en mi niñez y juventud, viví momentos inolvidables gracias a las locuras que mi abuela me permitía hacer, demostrándome así el amor infinito que me profesaba. En realidad mis disparates consistían en montar pequeños pasos de Semana Santa para sacarlos por el barrio, quemar incienso viendo diapositivas, compartir horas y horas con mis amigos en el cuarto alto jugando a ser cofrades como los mayores que nos rodeaban y después, ya quinceañero, destripando juegos de ZX Spectrum. Es decir, algo impensable hoy día en los niños y jóvenes y, francamente, cosas que invitarían a un chaval de ahora a calificarme de pajillero, término desgraciadamente en desuso cuando el pajillerismo sigue existiendo pero transformado, aunque muy distinto al que yo ejercía. Los tiempos han cambiado tanto…
Hablaba de esa casa -mi segundo hogar, mi refugio y mi templo de juventud- en
cuya fachada ha quedado inmortalizado el nombre y los méritos de mi padre.
Recuerdo aquellos años en los que ya José Carlos Fernández Moreno había
comenzado a demostrar su valía como articulista, conferenciante y hombre de la
cultura hasta consolidarse en este ámbito, convirtiéndose en un sensibilísimo
escritor -ya sea textualizando sobre su ciudad o deslocalizando los personajes
de sus novelas, de sus historias-, un luchador nato porque las inquietudes
culturales estuvieran presentes en la vida cotidiana de San Fernando y un
ilusionado creador del periodismo local que eclosionó en los años
ochenta.
Ayer, tres entidades que han hilvanado las inquietudes de mi padre con dispares
maneras de coser su vida le rindieron un homenaje que jamás olvidará, rodeado
de muchas personas que le aprecian. Y por supuesto, de su familia. Una
institución cultural, una hermandad y unos vecinos agradecidos y sencillos como
siempre ha sido la gente de la Pastora. Gente nada impostada ni aprovechada,
sin ambages y sincera que han convertido a José Carlos Fernández Moreno en
profeta en su tierra, que es su barrio, el que le vio nacer. Para qué más, si
lo auténtico está allí, donde la placa señala el lugar de los orígenes, a donde
todos regresamos cuando la vida ya se ha vivido…
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