Hay que tenerlos bien puestos para volver a hacer ‘West Side Story’, que en su día ganó nada menos que diez Oscars. Debe ser algo más allá del capricho, una confianza plena de Spielberg en sí mismo y en su equipo habitual. Está Janusz Kaminski en la fotografía, colorida como guiño –entre tantos- a aquel clasicismo cromático de las películas de la época del filme original de Robert Wise. Está Michael Kahn en el montaje, y no encontramos al compositor John Williams por razones obvias, ya que la cinta cuenta con la banda sonora original que compuso Leonard Bernstein con las canciones de Sondheim.
Quizá ha sido que Spielberg ha considerado, de manera inconfesa durante todos estos años, que el ‘West Side Story’ de 1961 es mejorable. Estoy de acuerdo con él. Tras ver su película no podemos decir con concreción qué momentos son más brillantes que los de la original, o si aquella le gana la partida en el minuto tal o cual… Lo que sí es manifiesto es que Spielberg demuestra una vez más que es uno de los tipos más inteligentes del cine y hace su particular adaptación de la obra teatral primigenia. Cuando llegaron los recientes y desafortunados remakes de ‘Ben-Hur’ y de otras obras intocables, sus directores no tuvieron la sagacidad del director de ‘ET’. Porque en su ‘West Side Story’ se respira clasicismo, una manera de rodar que no tiene prácticamente nada que ver no solo con él mismo, sino con el cine actual. Se ha respetado pretendidamente una partitura inmortal. No se ha modernizado la historia para nuestros ojos, pero sí para nuestra conciencia social, porque lo mejor que ha hecho Spielberg en este filme es convertir una controvertida historia sociopolítica en protagonista de igual a igual que la tragedia amorosa de María y Toni. Lejos de ñoñerías, Spielberg mete el dedo en la destrucción de un barrio entero en aras de que USA progresara urbanística y culturalmente y, de manera distinta y más comprometida que la película de Wise, sitúa esta historia de enfrentamientos raciales y clasistas en un escenario derruido. Cruel y simbólica paradoja: dos bandas que llevan a gala su origen, su reivindicación sobre el lugar, pugnando por un trozo de tierra convertido en escombros, luchando por y para nada. Hay miga en esta manera de mostrarnos una película mucho más áspera, valiente –la imagen del cartel de la construcción del Lincoln Center es lapidaria, edificado sobre las casas de los demolidas de los puertorriqueños en 1958- y equilibrada que la antigua, aunque sobrada de metraje, algo que no se percibía en el clásico.
Os cuento más cosas en la videocrítica subida al canal #UltimoEstreno de Youtube recién grabada nada más llegar del estreno. Aquí tenéis el enlace: https://youtu.be/OU9e7RWpXAU
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