Ha habido una cierto impacto -y respaldo- del personal que nos dedicamos a esto de hablar de películas hacia el artículo escrito por Alberto Olmos y publicado el pasado 13 de octubre en El Confidencial.
Olmos lleva razón en lo que expone, pero sus conclusiones son trasladables al periodismo en general. Dice en un párrafo que "no se queda uno sentado en la redacción esperando a que le hagan la Cultura". Hay que ampliar y decir que no se queda uno sentado en la redacción -en las pocas ya existentes- esperando a que le hagan la noticia.
Hace tiempo que la profesión me produce mucha indiferencia, casi desde que dije hace más de dos décadas -por entonces me producía asco, pero la edad viene a ayudar a soltar lastre emocional- que quienes reciben la manteca de las administraciones públicas y de grandes marcas que mantienen empleos en precario venían a por el periodismo y acabarían con él, proceso mucho más acelerado con el ocaso de los formatos tradicionales, mientras que los que lo ejercen se preocupaban más en pisar cuellos de colegas para no terminar en la calle o hacerse fotos en autoentregas de premios. El mundo al revés. Como si los periodistas tuvieran que estar delante en lugar de detrás de las cámaras.
El servilismo en el periodismo cultural que expone Olmos no es más que un brazo extendido del siseñorismo del periodismo en general. Que una productora cinematográfica, una discográfica o una editorial suelte billetes para que sus productos infectos figuren en la primera plana de los medios es igual de asqueroso que tratar de cargarse a un político porque no te meta publicidad. Y eso se lleva haciendo desde los tiempos en los que la gente dejó de comprar prensa y para mantener los chiringuitos se optó por aliviar redacciones, 'modernizarse' con lo multimedia y explotar a becarios. Mejor becarias y caritas guapas con micro, pero ese tema es espinoso para exponerlo por aquí y se desvía del asunto.
A mí afortunadamente no me paga nadie para que hable bien o mal de las películas porque soy un desconocido más allá de un público fiel heredado de la radio y algunos más incorporados. Algunos miles, sí, pero no dejo de ser un mierda. Tanto como los estrenos que veo semana tras semana. Lo que gano me viene directamente por quienes ven mis vídeos. Se me pueden cabrear -de hecho, me ocurre- algunos amiguetes del cine porque no les gusta lo que he escrito o grabado en #ultimoestreno de su última película o su reciente banda sonora, pero la libertad que me da ser crítico con lo que hay que serlo, rechazar el buenismo impostado para ganarte la santidad de quienes te leen y hablar de lo que me da la gana me hacen absolutamente independiente e inmensamente feliz.
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