"De pequeña pensaba que todos los padres habían estado en la cárcel...".
Jordi Conill, consumado antifranquista, primero anarquista, después comunista y finalmente socialista como recorrido impuesto por la paulatina automadurez y las puñaladas cainitas de la política, estuvo diez años en la cárcel y pasó un mes en una comisaría torturado por la Brigada Político Social. Lo acusaban de participar en un atentado contra Franco y fue condenado a muerte, pena que se sustituyó por treinta años de prisión gracias a la presión social e incluso la mediación del cardenal Montini, que poco después sería el Papa Pablo VI.
Hasta aquí unos sucintos trazos de la vida pública de Conill. Ahora, su hija Joana Conill ha rodado una película documental, 'La cigüeña de Burgos', en la que cuenta la historia de su padre. Lo hace aportando el lado humano del personaje, realizando un viaje iniciático buscando respuestas a una pregunta que pesa como una losa en toda la película: el porqué su progenitor jamás le contó la intrahistoria de tanta vida entregada a una causa. Conill (hija) busca respuestas en personajes a los que ha ido entrevistando para que hablen sobre su padre, en imágenes de archivos televisivos o en las propias cajas familiares y polvorientas de películas en súper ocho. Y la pregunta impera tan amarga en el metraje como el constante sonido que las cigüeñas hacen mientras están posadas, en sus nidos, que es la verdadera banda sonora de este emotivo homenaje de Joana a su padre, alejado de la sensiblería, mucho más allá de una elegía para consumo familiar, anárquico -como su padre en los ingenuos inicios- desde el punto de vista formal, y que desazona cuando las nacientes ilusiones de libertad se rompen en pedazos por el poder y la crisis del PSUC hace mella en una izquierda que en España es congénitamente autodestructiva.
'La cigüeña de Burgos' se ha proyectado estos días en el Festival Alcances de Cádiz y está en Filmin. No digo más.
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