Ha muerto Mario Camus.
Cuando se habla de "novelas imposibles" para llevarlas al cine, afirmación que se repite mucho estos días por el estreno de la mamotrética 'Dune', me entra la risa floja. Hace medio siglo que Camus ya demostraba esa extraordinaria capacidad que los buenos cineastas tienen para saber plasmar en el celuloide lo que viene en el papel, verbi gratia del guionista de turno. Pero puede existir el mejor guionista del mundo que si el director no hace bien su trabajo, la película se pierde.
Camus hizo mucho cine y televisión, pero en los ochenta rodó dos obras maestras cumbres: 'La colmena' y 'Los santos inocentes'. A cualquiera de esos que hablan de dificultades para adaptar relatos complejos por diversas razones habría que verlos discutiendo al respecto en 1982, cuando Camus dejó calladitos a quien pudiera pensar en que era quimérico trasladar a la pantalla una novela tan coral y sinuosa como 'La colmena'. Y poco después vino 'Los santos inocentes', su culminación en adaptaciones literarias.
Hubo alguno que otro crítico que habló de 'frialdad' en el trabajo de Camus en 'La colmena'. Debió perderse en su butaca algunas secuencias memorables que, personalmente, las considero cumbres en el cine español. A mí me deja como un témpano tanta aparatosidad en cosas actuales, pero me ponen los ojos vidriosos Pepe Sacristán y Concha Velasco en ese paseo en el que Camus mete la música de Antón García Abril para darle aun mayor amargura a la pobreza más innata de una época: los indigentes, el poeta hambriento recitando a Juan Ramón, su alter ego del puticlub, la mirada de ese niño pelón y la cámara de Camus haciendo cruzar en el mismo plano a los dos protagonistas con el grupo de escolares custodiados por las monjas. Y las ramas secas de los árboles del retiro, enrevesando un cielo gris como aquellos tiempos. "¡Qué mierda de vida!", sentencia Martín Marco.
Mario Camus se une a Vicente Aranda, Fernán Gómez, José Luis Cuerda y más allá a Berlanga o a Borau. Todos hicieron un cine que ya no volverá.
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