'La trinchera infinita' y 'El hoyo' son dos películas imperfectas, pero dignas para competir en los Oscar. La primera tiene factura, a pesar de secuencias absurdas como el protagonista compartiendo el cigarro con quien ya sabemos y sus sueños o fornicando con Belén Cuesta porque sí. La segunda no redondea el final tras lograr introducirnos en su historia y su atmósfera. Pero la que está a kilómetros de ambas es 'O que arde'.
Repasando su impacto cuando se estrenó, se leen tantas imbecilidades como gente que escribe de cine no solo en redes, sino en revistas. Cretinadas no solo por lo que dicen, sino cómo lo dicen. Hoy he leído, literalmente, esto sobre la película: "Responde a la voluntad de entender mejor un espacio, dejando de lado el método científico para abrazar la sensibilidad poética. El acto fílmico se consuma así como una discreta (pero contundente) celebración de comunión con el entorno".
Seguro que este cursi de cierta web de cine muy seguida podía haber dicho esa carajotada de la película de una manera mucho más terrenal, pero así se gana el pedigrí, aunque siga sin tener ni puta idea de cine.
'O que arde' tiene un gran problema: que todo el mundo se lleva 60 minutos exactos esperando a que aparezca el fuego. Mientras, un tipo oscuro, su madre y tres vacas deambulan por la película como si aquello no tuviera rumbo fijo, que lo tiene, porque el asunto llega a la hora de espera. Es como 'La tormenta perfecta', valga la comparativa, pero en lugar de con agua con fuego. Claro que aquel espanto tenía al menos música de James Horner.
Menos mal que la película es corta, como si fuera de Woody Allen. Eso es lo mejor.
Os dejo los enlaces de los videocríticas que en su día colgué en el canal #UltimoEstreno de 'La trinchera infinita' y 'El hoyo', esta compartida con 'Parásitos' porque las definí como películas para pensar, que es algo que se echa de menos ante la pantalla hoy día.
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