Salgo absorto del cine con la propuesta que Zoe Berriatúa me acaba de plantar ante mis ojos.
Sin ambages, aun cuando existen dos mundos que conforman dos películas en una con la complejidad que supone engarzar la realidad y la ficción de una manera tan brutal, el cineasta madrileño ha subido a lomos de un rocín a su particular Kubrick (consciente físicamente de ello un gran Luis Callejo) para recorrer los decadentes escenarios de un mundo que ya no es el de la época dorada de los artesanos del celuloide.
Si hay amor desmedido al cine, si existe libertad de movimientos como resulta obvio a tenor de la obra final verbi gratia a un productor poco dado al comedimiento, surge una excelente, aunque desasosegadora película, con preguntas obligadas: ¿Estamos ante todo frente a un drama social edulcorado con la simbología, la estética, la magia del cine de cartón piedra de antaño? ¿Es ‘En las estrellas’ un incondicional homenaje al cine como leit motiv, en el que todo es una excusa para nadar contracorriente, incluso en otras mareas que no son las del gusto del público actual?
Creo que la respuesta la aporta Víctor en un momento del filme: “Lo más importante en la vida es el cine”. Pero como si Berriatúa no quisiera perder el mando de la nave ni jugar a favor de uno u otro concepto, inmediatamente contrarresta con Ingmar: “Tienes que buscar un trabajo”. Y vuelve a surgir en el espectador la duda ante lo que estamos viendo.
Es probable que el público más ortodoxo se quede en la superficie, mientras que los que pertenecemos al resto volvamos a las salas para conmovernos con memorables momentos como la primera ocasión en la que Víctor e Ingmar llegan a la sala de rollos de películas del cine o surjan ante nuestros ojos los decorados de aquellas obras maestras de Griffith o Lang.
Decía que hay dos películas en una y tiene mucho que ver con la dicotomía anteriormente expuesta. La vida real, representada por Ingmar, y el mundo de Víctor. Ambos, engarzados como un mecanismo de relojería, han sido plenamente entendidos por Iván Palomares, cuya banda sonora se convierte en cuaderna maestra de ellos. Rabiosamente agridulce, con un piano y cuerdas que apostillan la soledad de un caballero andante que espera ser redimido por una Macarena Gómez testimonial, la música de Palomares cambia sustancialmente cuando los cohetes, las lavadoras y el frigorífico vuelan por el espacio, cuando Víctor crea sus cuentos y nos lo ofrece al espectador, para musicalmente homenajear al cine primigenio. Debe haber sido un reto musicalizar unas historias que, me temo, el espectador ‘estándar’ va a mirar con ojos incrédulos. El mismo espectador que dio licencia a que los personajes de la gafapastista ‘La La Land’ volaran de aquí para allá, pero es incapaz de sumergirse en el maravilloso mundo que Berriatúa me acaba de ofrecer ante mis ojos, como decía.
Conmovedor, sin fronteras para la creatividad, sin sensiblería pero con el llanto queriendo arrancar por la desazón que provoca la muerte del cine, omnipresente en esta fábula Bergmaniana, surgiendo de manera cruel en un parque de atracciones abandonado, en un camión con latas de celuloide, en unas fotos de Víctor en la pared de tiempos dorados…Así es ‘En las estrellas’.
Qué gozada tan amarga, joder.
Qué gozada tan amarga, joder.
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