Leo la noticia de la decisión del juez de condenar a la junta de gobierno del Nazareno de Cádiz a pagar 1.500 euros a un hermano que consideró manchado su honor. El medio digital 'Universo Gaditano' adelantaba ayer que, diecinueve días después de la celebración del juicio por la demanda interpuesta por Francisco Javier Rodríguez Braza contra la junta de gobierno de la cofradía del Nazareno, ya se conoce el resultado de la sentencia emitida por el juzgado de Primera Instancia Número 1 de Cádiz. El fallo condena a los miembros de la citada junta de gobierno, encabezada por Santiago Posada, a abonar con 1.500 euros al demandante en concepto de indemnización por los daños morales causados.
El asunto colea desde hace tiempo y tiene relación con un enfrentamiento que se dirimió en buena parte en internet. Si buscan en archivo, conocerán mejor lo sucedido.
Mi objetivo no es entrar en el litigio, sino en las consecuencias globales de lo ocurrido y en una noticia que tiene dos lecturas. La primera, el paulatino deterioro de las relaciones humanas en el seno de lo que deberían ser instituciones cristianas y ejemplos de diálogo, algo que se le debe presuponer al ser humano y no digamos ya a quienes defienden el mensaje de Jesús, hombre y nombre tan utilizados en vano últimamente. No deja de ser un ejemplo más de los desencuentros impropios que se dan en las hermandades y cofradías que, teniendo licencia -y derecho- para estar formadas por seres humanos pecadores, como lo es la propia Iglesia, utilizan esta excusa como cheque en blanco para llegar a convertirse en la antítesis de lo que muchos de sus miembros proclaman en los atriles y corporativamente en sus actos.
La segunda lectura también resulta clara, e indirectamente es fruto de la primera. Ya que cada vez se han desdibujado más el sentido y objetivo de las hermandades a tenor de estos comportamientos, ha habido durante años oportunidades para parar a los difamadores, poner las cosas en su sitio y ser valientes contra quienes han utilizado los medios de difusión que ofrece internet -ya sean a través de mensajes nominativos o anónimos- para atacar a otros 'hermanos', acusarlos de actuaciones inveraces y en mentideros de marujas utilizar seudónimos con el objetivo de hacer daño. No conozco de primera mano lo sucedido en el Nazareno de Cádiz ni estoy personalizando estos últimos ejemplos en cada parte litigante, solo uso el caso de ejemplo de la situación actual y el flaco favor que las webs mal utilizadas y otros sistemas de intercambio de opinión -desembocantes en impresentables broncas rastreras con la que los creadores de esos espacios disfrutan de lo lindo y se hacen llamar 'cofrades'- han hecho a la imagen de instituciones antaño prestigiosas, serias y tendentes siempre a la reflexión pausada y seria en el seno de cada una de ellas cuando de solucionar problemas se ha tratado.
La decadencia del marujeo en internet es manifiesta, la actividad socavada en los foros 'habituales' tiene los días contados a tenor de la brutal pérdida de actividad que registran, pero la tendencia es igual de preocupante. Los mentideros en los que hay una ingente cantidad de ejemplos para llevar a los juzgados -si no lo han hecho muchos ofendidos es porque también tienen cosas que callar y en algunos casos ocultar- están cayendo en desuso, pero el espíritu dañino implantado en esos foros se está trasladando a lo que sí está de moda: las redes sociales, especialmente facebook, donde el intercambio de mensajes crispados -lejos de las opiniones civilizadas y propias de cristianos- cada vez están más presentes y además surgiendo una preocupante figura: la del anónimo que coloca cualquier fotografía de perfil y se hace llamar seudónimamente para atacar a terceros haciéndolos amigos, creando situaciones similares a las que tanto influyeron negativamente en la Semana Santa de la última década y que tiene maniatados, por extraños conflictos de intereses, desde cofrades de fila hasta instituciones.
Quienes realmente quieran salvar el prestigio de las hermandades, que reflexionen al respecto y actúen valientemente. Aún están a tiempo de hacerlo, porque los que miran hacia otro lado y están convirtiendo el mundo cofrade en un espectáculo diametralmente opuesto a sus orígenes -eso sí, con grandes pasos y cortejos en la calle, cuantas más veces mejor- están ganando la partida. Y desde fuera, quienes están en la acera, los que observan y leen tristes noticias como ésta, terminarán por volverse en contra de tanta hipocresía. Y las consecuencias pueden ser imprevisibles. Yo viví la época de cristales en la calzada para que los nazarenos de penitencia se hirieran los pies, pero me espanta la idea de contemplar un 'revival' de aquellos ataques a las imágenes sagradas de hace casi ochenta años. Tan lejos en el tiempo, pero tan cerca...
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