Curioso país España, en el que la mitad de sus ciudadanos quiere cambiar la Constitución pero no lo hace. Quizá por miedo al futuro, complejos del pasado o suma pereza de quienes deben hacerlo, puede que sea ya imposible desenmarañar la madeja de los poderes que nunca estuvieron diáfanamente separados y la justicia la hacen los que la engañan como patente de corso. España de olvido hacia las madres de su Carta Magna, que también las tuvo, para hacer reinas a las mujeres en fiestas de poblados cebolleros, en pasarelas de objetos, en muros de redes sociales.
Apasionante nación la nuestra, donde la Constitución que celebramos hoy no fue secundada por díscolas comunidades autónomas, dejando ya claro sobre la mesa que los problemas continuarían presentes como rimbombantes 'señas de identidad', convirtiéndose la demamogia barata en asignatura obligada de diecisiete torres de babel. Triste realidad territorial en la que se han tomado medidas sibilinas durante estas décadas para hacer sangrar con inquina nuestra identidad y ahora tratamos de arreglarlo con leyes educativas, mientras en los libros de texto que nuestros hijos estudian en Barakaldo hablan de una España invasora y en los de Extremadura se narran los pruritos de conquista del malvado moro Musa.
Asombroso país en el que el santo y seña de los empresarios termina encarcelado por cometer sonrojantes delitos, como si en una escala más pequeña no lo hicieran los que nos rodean con sus empresas editoras de periódicos, sus ladrillos enfoscados, sus interventores intervenidos.
Desconcertante tierra nuestra en la que en una puerta de la alacena de un ultramarino aparece colgada una foto sepia de José Antonio, escondida sin esconder, que se adivina desde la clientela y todos la miran con frustrante devoción. "Si lo hubieran dejado...", dice una mujer de mediana edad. España capaz de dar su himno a chirlachis enlatados que nomadean por platós televisivos y rechazan la letra de un gaditano por dos palabras de paz y no de guerra, por el azul del mar y el caminar del sol...
Frustrante España que come, reza y ama con el paroxismo catódico de programas basura y fútbol podrido, títere de los usureros bancarios, escarnio de políticos mediocres, cultivo de una picaresca convertida en dudoso orgullo, vergel de bribones de mundiales del balompié mientras los barcos mueren lentamente en los arsenales abandonados, antaño santo y seña de la próspera economía naval, convertidos en palacios de cristal donde los almirantes sólo esperan invitaciones a procesiones de barriadas.
España, camisa blanca de mi esperanza, hombre del traje gris; a veces madre, otras madrastra, siempre prostituta de los intereses de sus hijos. Feliz día tengas en esta putativa jornada.
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