Yo creo, francamente, que el 24-S en San Fernando necesita una revisión. Preocupa que, desde semanas antes y cuando se menciona esta conmemoración, la mayoría de los ciudadanos pregunten inmediatamente cuál es el día elegido para el inicio de la feria de la tapa. Desconozco si el grado de implicación de los isleños con esta fecha es el adecuado, si se ha sembrado para ello o si lo que se organiza genera prestigio y especialmente dividendos económicos para toda la ciudad, no sólo para un sector e incluso para una organización perteneciente a él.
Personalmente nunca fui amigo de fastos de esta índole. La imagen de la gente convertida en soldadesca gabacha y madroñeras en el cabello caminando por la calle Real se me asemejaba al rodaje de una película cutre de cine patrio de antaño entre cuyas localizaciones estaba San Fernando por unas horas. Comprendo que el recordatorio de la historia y el papel fundamental de La Isla en los prolegómenos de 1812 resultan cruciales, pero tampoco me quedó muy claro desde sus inicios si realmente el isleño sabe qué sucedió en 1810, si se ha leído un solo artículo de la Constitución proclamada hace dos siglos o si simplemente a la gente le hace gracia montar un cuadro con personajes de carne y hueso y colocar al monarca en él dejándolo paralizado unos minutos como si de hacerse una foto en el Tívoli vestido de época se tratase.
Para mí que La Isla lleva años necesitando mirar al frente sin mirar atrás, pero creo que no tenemos claro ni lo que debemos dejar a nuestras espaldas ni lo que tenemos delante de nuestros ojos. La Isla padece miopía, especialmente política, pero también identitaria. Por eso no sabemos si vestirnos de franceses invasores, aplaudir a los militares al presenciarlos por la inmortal, cansada y cansina calle Real, a esos reductos a los que se les denostó sin buscarles un recambio beneficioso para la ciudad, o hacer hoteles para que vengan suecas cincuenta años después de que descubrieran Torremolinos. No nos aclaramos y sucede que, como los que tienen que tomar la decisión tampoco, pues ahí nadamos, entre cuatro o cinco aguas, que no dos, en un te quiero pero vete a gritos con todo lo castrense y a la vez conservando el platonismo de aquellos proyectos que Andrés Ruiz Pizones me contaba cuando era concejal y yo publicaba en el periódico, con su club de equitación al lado del mar, el hotel de no sé cuántas estrellas, el camping de La Leocadia y la carretera de Camposoto convertida en la entrada a Beverly Hills. Eran aquellas acciones de cara a 'Una isla hacia el mar' que nos invitaba el PGOU de 1992, guardado en un cajón desde hace veinte años porque los escarceos se quedaron en quimera mientras las administraciones se gastaban ciento y pico de millones de pesetas en la balaustrada del caño de Sancti Petri donde los jóvenes hacen botellón y la gente folla en sus coches a la luz de la luna, entre palmeras más modestas que las californianas, frente a una playa sin suecas y con mucho madrileño paseando.
Yo estaba reflexionando sobre el 24-S y termino hablando sobre los lugares donde fornica la gente. ¿Lo ven? No tengo claro nada sobre el futuro...
La foto que acompaña este artículo es del diario digital Bahía de Cádiz.
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