Vino a morir Sancho Gracia en las horas en las que se discute sobre la actuación de Sánchez Gordillo y sus sindicalistas de dudosa ortodoxia. Paradojas de la vida: se marcha el bandolero honesto y se queda el de la visa oro en su cartera. El alcalde de Marinaleda cogió su trabuco y se fue al mercadona para hacer de cruz de guía de lo que advierte está por venir: una revolución ciudadana en la que la gente asaltará los supermercados para poder comer. Siento la comparación con el símbolo cristiano, no sé si le molestará al alto cargo político que el Viernes Santo contrata agrupaciones carnavalescas para que actúen en su pueblo, aunque en honor a la verdad, los cuplés se entremezclan con los tambores templados, porque en Marinaleda hay Semana Santa y no hay cojones de entrar en una iglesia con penitentes a robar los cirios para dar lumbre a los pobres que no tienen con qué pagar las facturas de Endesa.
Vino a morir Sancho Gracia y a vivir Sánchez Gordillo en las redes sociales, en las ruedas de prensa, en los bares de ciudad y de pueblo, donde los del PP lo tachan de ladrón como insulto más diplomático y sus colegas de IU no saben qué decir, reinando la anarquía tan habitual en la coalición, donde compañeros de bancada comparten el fondo pero no la forma, otros capean el temporal desde sus responsabilidades de cogobierno y los comunicados hablan del prócer sevillano como si fuera un misil fílmico de 'Juegos de guerra' mientras Matthew Broderick trata de convencer a la puñetera máquina: "Está fuera de control".
Vino a morir Curro Jiménez para nacer la anacrónica copia de Robin Hood alentada por los herederos del terror. "Todo el ánimo y apoyo por esta acción de solidaridad contra el hambre y por la dignidad", escribe Mikel Errekondo desde su cuenta personal en Twitter, enviando en euskera "un abrazo" a Sánchez Gordillo, político de una tierra acostumbrada y resignada a recoger la sangre de sus hijos derramada por los compinches de Amaiur que ahora usan al de Marinaleda para vestirse también con piel de obreros explotados. ¿Tendrá Gordillo agallas para rechazar públicamente el apoyo de esa gentuza?
Vino a morir Sancho Gracia cuando necesitamos bandoleros buenos y sobran los de despachos. Y mientras todos tarareamos la música del maestro García Abril recordando al actor recorriendo la serranía rondeña a lomos de su caballo, la mitad de España se escandaliza por la acción de Sánchez Gordillo y la otra mitad disimula una sonrisa floja de complicidad sin importarles lo que pueda suceder mañana y mucho lo que ocurre ahora, que es nada menos que un gesto de desestabilización de un sistema del que estamos asqueados. El alcalde de Marinaleda se convierte en un elemento más para joder esta mierda de organización social y todo lo que sirva nos provoca el aplauso. Ya veremos si lo reprobamos luego, pero ahora nos volvemos de espaldas para aplaudir o hablar de los dos cojones de Gordillo, siempre con la boca chica. Para eso este país que tanto creemos es la repolla no deja de estar plagado de embusteros, trepas e incongruentes, imbéciles que lucen banderas de todos los colores y escudos absurdos cuando España gana algo en un deporte, o cretinos que nos representan, le pagamos una pasta y advierten jactándose antes de jugar que a ellos les importa un carajo esta nación que no es la suya, sin que los devuelvan a gorrazos a su puñetera casa, en su tribal y repugnante extranjero.
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