Interesante debate el que ha suscitado la fotografía desde esta mañana en facebook. La capté ayer.
Creo francamente que San Fernando tiene un problema endémico tanto identitario como de autoestima. Lo fácil es culpar a los gobernantes municipales de que veamos desde hace tiempo colchones, restos de mesas y televisores en cada esquina de calle, pero no creo que sea problema de efectividad política, que también lo es. La clave se encuentra en la necesidad de que tanto los gobernantes como los ciudadanos sean conscientes de que vivimos en una localidad sucia por culpa de todos, con el pavimento ennegrecido, fachadas desconchadas y descuidadas, señales de tráfico que se ocultan con bolsas de basura cuando no tienen utilidad, cables como chorizos culares en todas las paredes, cajas eléctricas, zapatos colgados de farolas, papeleras inexistentes, un litoral sin explotar, una calle Real que se asemeja a un pueblo serrano en lugar de costero -atrás quedó aquel PGOU de 1992 y su 'Isla mirando al mar'-, olores nauseabundos y un nulo sentido del turismo, amén de obviar los atractivos universales que suponen figuras como Camarón o el cultivo piscícola.
No, San Fernando no es capaz de ver eso. Los isleños contemplan su Iglesia Mayor con su catalogación monumental y cuatro contenedores de basura a dos metros de su fachada y nadie dice nada. El cajellón Virgen de la Soledad presenta una torta de alquitrán enorme extendida para nivelar el paso de dos procesiones (!) y aún está ahí cuando ya hemos llegado a junio. Los cables atraviesan de fachada a fachada y nos encogemos de hombros. No hace falta compararse con grandes capitales. Si un turista (rara avis en San Fernando) venido por ejemplo de Padua -donde existe un tranvía sin un solo cable y monorraíl- decide darse una vuelta por La Isla y contempla sus calles y viviendas, se echaría las manos a la cabeza.
Todo esto no sucede desde hace un año, sin que ello signifique que esté exculpando al actual equipo de Gobierno municipal, al que le impongo su culpa alícuota del asunto. Hace décadas que el isleño decidió dejarse llevar por los sones de los tambores y cornetas -que tampoco ha sabido transformarlos en generación de riqueza- escondiendo la cabeza bajo el ala mientras contempla cómo se desintegra la razón de ser de una ciudad de 100.000 habitantes que vio desaparecer sus instalaciones militares sin tener preparado el relevo, que vio cómo en 2008 se quedó sin un periódico generalista propio ante la indolencia general y el mutismo político; que existen barrios enteros de monstruosa fealdad constructiva sin que se haya tratado al menos de 'hacerle un apaño' o, como mal menor, evitar contribuir con los destrozos arquitectónicos en el Cristo, la Pastora, la Iglesia Mayor,...
El problema de San Fernando es idiosincrático y mucho me temo que sin solución, porque ni sus ciudadanos son conscientes de la necesidad de acabar con una ciudad más africana que europea ni sus políticos tienen la talla suficiente como para capitanear un cambio que evite imágenes como la de una foto que se repite constantemente a lo largo y ancho de un urbanismo anárquico, en una ciudad mal hecha y nefastamente diseñada en su expansión desde hace treinta años y con un tejido empresarial débil y enfermo. Eso sí, siempre nos quedarán las procesiones 'de guardia' cada fin de semana y la playa de Camposoto con unos accesos repletos de condones cada mañana.
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