Estimado Iñaki:
Disculpe el tratamiento cercano con el que comienzo esta carta. Quizá debería dirigirme a usted como la jerarquía protocoloria manda, con su correspondiente título nobiliario y reconociéndole que es un Grande de España, como así le ungió su suegro cuando contrajo matrimonio con una de sus hijas. Pero equilibre la balanza antes de considerarme un insolente cortesano de su familia y quédese con mi estimación con la que inicio estas líneas, algo que no encontrará en la mayor parte de su país si decide recorrerlo por puro placer o por dudosos negocios. En realidad tampoco creo que palpe lo que la opinión pública cree de usted porque hace años que decidió pasear por las manzanas de Washington pensando dónde colocar teléfonos, por lo que ya no sé realmente si recuerda cuál es su estado, si España o el DC estadounidense. Su filia hacia uno u otro me resulta indiferente. Quizá usted prefiera el de las manzanas y yo donde aparecen las podridas a diario, donde hace casi cuarenta años salimos a la calle a defender la libertad, donde hasta los más reticentes dieron el paso y bajaron de la acera para sumarse a las mareas humanas que recorrían las calzadas reclamando algo tan sencillo como es el derecho de ser libres. Lo recuerdo cada día y me emociona cada vez que rememoro aquél capítulo de 'Cuéntame', con el primer plano de los pies de Antonio Alcántara y Merche, indecisos a participar,... Aquella gente quería libertad y algunos decidieron que la palabra debía ir unida por siempre a monarquía y a partitocracia, fórmula ilegítima y olvidadiza del sistema existente en España antes de la irrupción del general Franco para unos y estrategia pacífica, conciliadora y actualizada para otros, pero siempre coyuntural y adaptable a los tiempos venideros. Unos y otros, cada cual con su visión de una realidad, tratando de mirar con perspectiva, jamás pudieron imaginar esta amarga patria de hoy día en la que ni siquiera Unamuno hubiera tenido aliento para gritar su dolor por España, manirrota y empobrecida, babélica y catódicamente díscola, zafia en sus gustos, futbolera tenaz como la de la dictadura, nepótica y de justicia de cartón piedra, pero sobre todo, desilusionada y olvidadiza de aquellas aceras, aquellas calzadas,...
No le quiero hablar de política porque entiendo que usted practica la máxima que precisamente mascullaba el dictador a sus ministros entre pasillos. "Haga como yo, no se meta en política". Lo suyo son los negocios, Urdangarín. Los negocios suyos y los de los demás. Pero lo más probable es que en un país en el que gusta prejuzgar se esté cometiendo una injusticia con su persona y sus maneras de dirigir los negocios en los que estaba involucrado. Lo ha dicho su abogado, valedor o valido en este caso de su previsible encogimiento de hombros, con un victimismo impropio de la sangre azul que por transfusión matrimonial debe usted hacer valer. Se está haciendo un escarnio y un juicio paralelo. Fíjese si es así que el propio Rey Juan Carlos lleva seis años moviendo piezas en el tablero ajedrezado paralelamente a los de usted para que tomara tierra de por medio evitando el salpique, la mojadura de la monarquía. Pero antes de llover chispea, que nos advertían las niñas cuando en la intimidad adivinaban aviesas intenciones sexuales de arrebatos temporales.
Fíjese si su suegro prejuzga que lo ha retirado de cualquier vinculación representativa con el régimen monárquico. De manera que si antes de su imputación ya le abandonan en el barco a la deriva en el que está usted subido, imagínese el resto de españoles.
Yo soy uno de ellos, desconocedor de los entresijos de la justicia, de los vademecum jurídicos, de los libros del derecho. Sólo soy un ciudadano al que, aunque no lo crea, me cuesta creer las barbaridades que se le atribuyen y que desde esta mañana, estrechándose el cerco, se le imputan. No he entrado en debate alguno en este tiempo sobre los cargos que pudieran atribuírsele, porque con personalidades públicas como usted debe aplicarse aquella frase de que "no sólo hay que serlo, sino parecerlo". Por mucho que usted defienda su inocencia, el mero hecho de que la duda revolotee sobre su cabeza me resulta ya repugnante y suficiente como para mostrarle mi más absoluta repulsa a un ejemplo más de la descomposición en la que usted, los Blanco, Camps y otros que proclaman su condición de santo a los cuatro vientos están sumiendo a España.
Estimado (es un decir) Iñaki: yo soy un modesto empresario que no firmo mis escritos laborales rubricándolos con mi ducado como usted. Si viera el más mínimo indicio de irregularidad alrededor de mis cuentas, que para usted suman dos manhattan en copa en algún bar de postín de Washington, ya estaría corriendo las de villadiego. Especialmente si mi suego es el Rey de España y mi mujer infanta. Pero mi suegro 'in pectore' es un modesto y honrado cocinero de La Carraca a la que una empresa llamada Piorsa le debe su salario desde hace más de medio año y mi mujer una desempleada. De manera que de mi casa no sale el tufo a sospecha. Así me evito los linchamientos y juicios paralelos de los que habla su valido lamiéndole las heridas.
Hubo un tiempo en el que los reyes y su corte supieron lo que es el honor. "No se puede creer en el honor hasta haberlo logrado. Lo mejor es conservarlo limpio y brillante; es como la ventana por la que debe mirar al mundo", decía Bernard Shaw. Carlos Duclós sentenciaba: "El honor es lo mismo que la nieve: una vez perdida su blancura ya no puede recobrarla". El honor es una actitud moral que nos impulsa a cumplir con nuestros deberes. El honor es respeto y decoro, dignidad y honradez, integridad y consideración.
Le deseo de todo corazón que salga lo mejor parado del lance en el que usted además ha metido a su familia, en tiempos en los que los españoles se hacen cada vez más preguntas sobre ella. También hubo épocas en los que salir airoso era sacrificarse, reconocer el fracaso. Conviértase en un samurai actualizado. Su honor y el nuestro quedarán impolutos.
Con mi afecto que jamás se lo tuve,
JCFM
Enlace externo de interés: http://estaticos.elmundo.es/documentos/2011/12/29/auto.pdf
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