En una hora estaréis debatiendo. Ahora mismo el tema que enfrenta a vuestros servidores es la temperatura del millonario decorado construido a modo de gallinero de pelea, Agustín Castellote asegura en su twitter que hay bronca por el color de la corbata del presentador. Es probable que, de los veinte mil euros que habéis previsto para engullir canapés y Moet Chandon -es imposible beber Cumbres de Gredos a ese coste-, hayáis ya consumido la mitad. Las migajas os las retirarán de la solapa los que, como los personajes secundarios disneyanos, pisan por donde andáis, desenrollan las alfombras previas a los shows donde bramais necedades y bajunerío discursivo que queréis y creeis convertir en política con mayúsculas. Qué sabréis de política vosotros ni vuestros sirvientes...
Fuera del boaterío que imprime al plató, cuentan los medios por internet que alrededor de dos centenares de jóvenes se manifiestan gritando consignas en las que dejan a las claras que no se sienten representados por los dos contendientes, el de la pelea y el que afirma saber lo que España necesita. El primero emplea un vocablo farfullesco, de patio de colegio cuando dos púberes se pegan ostias por un quítame allá un sacapuntas. Pelear es como luchar pero en sucio. El que osa asegurar lo que necesita este país aún no lo ha dicho claro: hay que acabar con diecisiete estados paralelos, diecisiete parlamentos, diecisiete defensores del pueblo, diecisiete televisiones autonómicas, la división de poderes inexistente, los sueldos vitalicios, los partidos que acuden a los ciudadanos cada cuatro años como carroñeros para volver a hacerlo dentro de otros cuatro, entes artificiales de una sociedad que empieza a percatarse de que existen otros cauces para gobernar un país, una civilización en la que no caben caterings de 20.000 euros, policías autonómicas de costes astronómicos, cajas de ahorros gobernadas por políticos y cinco millones de parados en la cola de la derecha mientras observan a los proveedores esperando en la de la izquierda. O viceversa, para evitar tintes ideológicos.
En definitiva, el ciudadano no podrá escuchar de los gallos de pelea lo que quiere: la necesidad de un profundo cambio de sistema, de civilización democrática, de orden mundial. Serían demasiado torpes que los que construyen esta verguenza de sistema hablaran de destruirlo.
¿Sabéis lo que no os perdonaré esta noche cuando os mire en vuestra encorsetada mentira catódica? La ilusión que habeís aniquilado de tanta gente que realmente luchó hace casi cuatro décadas por hacer de este país un lugar de libertad e igualdad, el legado de los que se quedaron por el camino, los que tuvieron los mismos cojones que los doscientos jóvenes anónimos apostados ante vuestro castillo de cristal nocturno para romper con la corrupción de cuarenta años de dictadura. Luchamos para tener como saldo resultante un país lleno de miseria, acallado por el fútbol diario, con una sanidad colapsada, con las banderas enfrentándonos y la amenaza del 'enemigo extranjero'. ¿Qué ha cambiado entonces? ¿El derecho al pataleo? ¿El ejercer desde el ruido?
Que os aprovechen los canapés.
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